miércoles, 2 de agosto de 2017

TEATRO ALHAMBRA, EL ESPLENDOR DEL BUFO




Portada del Teatro Alhmbra en la esquina de Consulado y Virtudes


El teatro bufo, que iba en decadencia, deja aún ganancias en las taquillas y tiene un arraigo en el gusto popular, junto a él cobra vida y esplendor efímero, el teatro lírico cubano, mantenido por la calidad de su música, que sostiene una corta temporada de cinco años que dejó un saldo de innumerables partituras y canciones que afianzan definitivamente a la música criolla de salón.  En cuanto al teatro dramático, no tiene la preponderancia de los géneros mencionados, lo que le impide estabilizarse como un negocio rentable; frente a esta realidad se destaca el esfuerzo de un grupo de intelectuales y artistas que tratan de sacar adelante el teatro dramático.
 El teatro cubano tiene durante más de tres décadas un solo nombre, Alhambra, y un género, el bufo. Este dominio del burlesco cubano está dado en primer término, por la continuidad de una tradición que data desde mediados del siglo XIX. El teatro se hizo el reflejo de la calle, con su acontecer social, político y costumbrista. Nada relevante ocurría sin que alguno de los numerosos creadores compusiera, una revista, un sainete o un cuadro de costumbre, que tenían mucho de efímero por su inmediatez, aunque sus valores irían conformándose en la medida que sus personajes “tipos” adquirían carta de ciudadanía: el negrito, el gallego, la mulata, etc. Junto a ellos se fue conformando un repertorio de música cubana en concordancia con el teatro bufo.
 El siglo XX fue testigo de la proliferación de todos los géneros musicales en las tablas del Alhambra. Si hasta fines del siglo XIX fueron la rumba y la guaracha las predominantes, con el afianzamiento del vernáculo abundaron los danzones, sones, guaguancó, la criolla y otros ritmos cubanos.
Alrededor de dos mil obras se presentaron en el Alhambra  con un género que reflejó, dentro del marco de lo popular, el costumbrismo de la sociedad cubana de entonces. En su escena se volvieron antológicos el negrito, el gallego y la mulata, personajes que, secundados por cuerpos de bailes, buen vestuario, gran escenografía y excelente música, representaron lo que se llamaría el mejor bufo cubano.
Reino de la crítica social, el choteo y la sátira política, el género alhambresco fue la génesis de varias generaciones de artistas.     En sus tres tandas diarias era muy famosa la tanda de las 11 de la noche destinadas solo para hombres y caracterizada por el “morcilleo”[1] y el intercambio constante con el público.
Grandes artistas: músicos, actores y comediantes desfilaron por su escenario. Destacándose los nombres de,  Gonzalo Roig, Regino López, los célebres hermanos Robreño, Juan Pablo Astorga, Mario Fernández, el maestro Jorge Anckermann, Arquímedes Pous, Candita Quintana, Blanquita Becerra, Luz Gil y años después el inigualable Enrique Arredondo, uno de los más grandes actores cómicos del país.
Además del Alhambra otras compañías hacen el bufo en el teatro cubano, pero sin el éxito de público del primero que mantuvo de forma ininterrumpida una temporada de 35 años.
 El declive del mismo viene con la crisis económica y social de la isla, notándose con fuerza a partir de 1929. Las obras pierden su encanto criollo, continúan con el sainete y la sátira política, pero se desgataba la fórmula teatral ante una sociedad que vivía otra realidad y una renovación creciente de sus valores. Se desintegra poco a poco la Compañía del Alhambra, se retiran las viejas estrellas, se estanca el repertorio y los más jóvenes se van con otras agrupaciones o hacen radio comercial, donde ganan mucho más. El cine sonoro termina por agudizar la crisis del teatro Alhambra, que cierra sus puertas tras el derrumbe ocurrido en 1935.



[1] Improvisaciones picantes y burlescas

No hay comentarios:

Publicar un comentario