Portada del Teatro Alhmbra en la esquina de Consulado y Virtudes
El
teatro bufo, que iba en decadencia, deja aún ganancias en las taquillas y tiene
un arraigo en el gusto popular, junto a él cobra vida y esplendor efímero, el
teatro lírico cubano, mantenido por la calidad de su música, que sostiene una
corta temporada de cinco años que dejó un saldo de innumerables partituras y
canciones que afianzan definitivamente a la música criolla de salón. En cuanto al teatro dramático, no tiene la
preponderancia de los géneros mencionados, lo que le impide estabilizarse como
un negocio rentable; frente a esta realidad se destaca el esfuerzo de un grupo
de intelectuales y artistas que tratan de sacar adelante el teatro dramático.
El
teatro cubano tiene durante más de tres décadas un solo nombre, Alhambra, y un
género, el bufo. Este dominio del burlesco cubano está dado en primer término,
por la continuidad de una tradición que data desde mediados del siglo XIX. El
teatro se hizo el reflejo de la calle, con su acontecer social, político y
costumbrista. Nada relevante ocurría sin que alguno de los numerosos creadores
compusiera, una revista, un sainete o un cuadro de costumbre, que tenían mucho
de efímero por su inmediatez, aunque sus valores irían conformándose en la
medida que sus personajes “tipos” adquirían carta de ciudadanía: el negrito, el
gallego, la mulata, etc. Junto a ellos se fue conformando un repertorio de
música cubana en concordancia con el teatro bufo.
El
siglo XX fue testigo de la proliferación de todos los géneros musicales en las
tablas del Alhambra. Si hasta fines del siglo XIX fueron la rumba y la guaracha
las predominantes, con el afianzamiento del vernáculo abundaron los danzones,
sones, guaguancó, la criolla y otros ritmos cubanos.
Alrededor
de dos mil obras se presentaron en el Alhambra con un género que reflejó, dentro del marco de
lo popular, el costumbrismo de la sociedad cubana de entonces. En su escena se
volvieron antológicos el negrito, el gallego y la mulata, personajes que,
secundados por cuerpos de bailes, buen vestuario, gran escenografía y excelente
música, representaron lo que se llamaría el mejor bufo cubano.
Reino de
la crítica social, el choteo y la sátira política, el género alhambresco fue la
génesis de varias generaciones de artistas. En sus tres tandas diarias era muy famosa
la tanda de las 11 de la noche destinadas solo para hombres y caracterizada por
el “morcilleo”[1] y el
intercambio constante con el público.
Grandes
artistas: músicos, actores y comediantes desfilaron por su escenario. Destacándose
los nombres de, Gonzalo Roig, Regino
López, los célebres hermanos Robreño, Juan Pablo Astorga, Mario Fernández, el
maestro Jorge Anckermann, Arquímedes Pous, Candita Quintana, Blanquita Becerra,
Luz Gil y años después el inigualable Enrique Arredondo, uno de los más grandes
actores cómicos del país.
Además del Alhambra otras compañías hacen
el bufo en el teatro cubano, pero sin el éxito de público del primero que
mantuvo de forma ininterrumpida una temporada de 35 años.
El
declive del mismo viene con la crisis económica y social de la isla, notándose
con fuerza a partir de 1929. Las obras pierden su encanto criollo, continúan
con el sainete y la sátira política, pero se desgataba la fórmula teatral ante
una sociedad que vivía otra realidad y una renovación creciente de sus valores.
Se desintegra poco a poco la Compañía del Alhambra, se retiran las viejas
estrellas, se estanca el repertorio y los más jóvenes se van con otras
agrupaciones o hacen radio comercial, donde ganan mucho más. El cine sonoro
termina por agudizar la crisis del teatro Alhambra, que cierra sus puertas tras
el derrumbe ocurrido en 1935.
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