Ignacio Piñeiro, fundador y director del célebre Sexteto Habanero
La fuerte invasión de los
ritmos norteamericanos se basa principalmente en la introducción masiva de los
rollos de pianolas que puso en mano de los bailadores y escuchas un medio de
divulgación musical mucho más eficiente que el disco ortofónico.
Esta es la situación reinante en La Habana
cuando irrumpe el son oriental, en las voces del Sexteto Habanero que lo impone
definitivamente frente a los ritmos
ajenos.
Hacia 1925 el son es la ritmo más escuchado y
bailado en la capital, pese a las campañas de descredito que le acompañó,
acusándolo de baile indecente, fundamentalmente entre las clases pudientes.
El son había comenzado su introducción en la
cultura musical cubana desde principios del siglo XIX cuando diversas variantes
del mismo se tocaban en la región oriental de Cuba, luego vino su introducción
en La Habana, algunos aseguran que con los soldados que había peleados en la
guerra racista de 1912, ellos fueron a matar negros a Oriente y volvieron
contaminado de esa música mestiza y pegajosa que en poco tiempo dominó el
ámbito musical habanero.
Su peculiaridad básica estaba dado por un
conjunto pequeño de guitarra, tres, marímbula, clave y bongó, un cantante
solista que entonaba un tema sencillo
y rítmico que luego era seguido por el
coro y los instrumentos en un “montuno”[1] que era la apoteosis del baile con una música
que invitaba al baile de pareja, mientras el coro y el solista entraban en un
duelo de improvisaciones, muchas veces cómicas o irónica, según el caso. “El
son es lo más sublime / para el alma divertir/ se debiera de morir / quien por
bueno no lo estime”[2]
En el conjunto sonero, los instrumentos tienen
cada uno una línea melódica independiente conjugada para lograr una sonoridad
excitante que estimula de modo creciente al bailador haciéndole inventar
pasillos mientras enlaza a su pareja por la cintura. Esta libertad rítmica,
expresión de lo más puro de la música popular, es el principal mérito del son,
capaz de asimilar constantemente otros ritmos y variantes, sin perder su
esencia, por lo que es posible que cada agrupación tenga un timbre propio, por
lo que este complejo musical bailable puede enfrentar la introducción de
variantes rítmicas ajenas, de las cuales asume algo para modernizarse y
mantenerse vigente.
Los sextetos revolucionaron el baile en La
Habana y en toda la isla, a tal punto que el pueblo acoge este ritmo de origen
campesino de inmediato proliferando los conjuntos soneros.
Tras este primer conjunto
surgen, La Estudiantina Oriental, Sexteto Enriso, Sexteto Bolaño, Sexteto
Occidente de María Teresa Vera y otras muchas agrupaciones similares.
Ignacio Piñeiro (1888-1969) es la principal
figura del son en este período, destacado músico habanero, renueva el género,
primero formando parte del Sexteto Occidente en 1926 y luego creando el Septeto Nacional
(1927) con el que ganó la
medalla de oro de la exposición Interamericana de Sevilla en 1929. Creador de
piezas clásicas en el repertorio sonero, incluyendo en algunas de sus
composiciones elementos de la música abakuá. Son muy conocidos sus números,
“Échale salsita”, “Suavecito” y “Esas no son cubanas”, entre otras muchas.
En 1925 se crea en Santiago de Cuba una
agrupación que afianzará la popularidad del son tanto en Cuba como en otras
latitudes, el Trío Matamoros, creado y dirigido por Miguel Matamoros (1894-
1971) e integrado además por Rafael Cueto y Ciro Rodríguez quienes se
presentaron en La Habana en 1928 con un repertorio de sones y boleros
compuestos en su mayoría por Miguel entre los que están los universalmente
conocido: “Lágrimas negras”, “El que siembra su maíz”, “La mujer de Antonio” y
muchos otros más que lo pusieron desde entonces en la preferencia del público
cubano e internacional.
Al comenzar la década del 30 las agrupaciones
soneras predominan en el ámbito musical y están muy bien representadas en las
emisoras de radio donde junto a los trovadores ocupan un lugar importante en la
programación. Pero su éxito no se limita a Cuba sino que se expande por otras
latitudes, principalmente por el Caribe, España y México, interpretando además
de sones, otros géneros musicales llevado a tiempo de son,
bolero-son, guaracha-son, guajira-son, etc.
En cuanto al bolero, se
reafirma como uno de los géneros de más calidad en el país de la mano de
canta-autores, trovadores, de la talla de Sindo Garay(1867-1968), Manuel
Corona(1880-1950), Graciano Gómez(1895-1980), Oscar Hernández(1891-1967),
Alberto Villalón(1882-1955) y Rosendo Ruiz Suárez (1885-1983), entre otros,
quienes hace un bolero con personalidad propia, cubano.
Particular destaque para María Teresa Vera
(1895-1965), interprete y compositora de notable obra en este período, como
solista o formando parte de duos, cuartetos o sextetos. Cantó junto a Rafael
Zequeira hasta la muerte de este en 1924, luego formó dúo con Lorenzo
Hierrezuelo a partir de 1937, durante 28 años. En 1935 compuso la habanera
“Veinte años”, un clásico de la música cubana.
[1] Porque
viene del monte
[2] Letra
del son montuno “Suavecito” de Ignacio Piñeiro cantado con el Sexteto Habanero
No hay comentarios:
Publicar un comentario