La
silla. Wilfredo Lam
Hace
unos pocos años me llamó la atención un discurso realmente interesante,
valiente y pragmático del expresidente de Uruguay José Mujica, con sus palabras
puso el dedo en la llaga al llamar a las izquierdas a poner atención en la
colonización cultural del occidente capitalista, rico y extremadamente conservador,
pero que ahora se disfraza con los colores de la modernidad para proponernos
más de lo mismo: esperanzas de que podemos ser ricos, de que los pobres son los
culpables de su pobreza y que cultura es el consumo de toda esa banalidad que
emana de su industria cultural; mientras que las culturas populares, los
saberes ancestrales y la vida austera y
sencilla, son más folklor que realidad.
La aldea global donde millones somos
espectadores, del modo de vida despilfarrador y suicida de unos pocos, mientras
otros no tienen lo mínimo para llegar a mañana, en el que imperan la violencia
de estado y de grupos de poder por las materias primas de la pobre Tierra,
tiene que plural, participativa y solidaridad, porque no hay otro espacio para
los más pobres y tenemos derechos a la vida, más que el derecho del 1 % a
poseerlo todo.
Suena a discurso pasado, pero la realidad es
que esos vendedores de sueños, están seguros que adormeciendo el pensamiento,
prostituyendo el compromiso social y satanizando posiciones nobles y legítimas,
eternizarán un sistema injusto de distribución de las riquezas, mientras el
planeta se hace más vulnerable y la política parece ser sinónimo de corrupción
y complicidad cuando las izquierdas dan un giro en redondo y se olvidan de sus bases sobre la que construyeron una
ilusión lúdica para pocos de las que somos las mayorías solo espectadores.
No hay izquierdas sin pueblo, todo lo demás es
hipocresía política en favor de los privilegiados de este mundo.
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