En
los procesos revolucionarios hay momento que constituyen puntos de giro, crecimiento, maduración y
fortalecimiento, todo eso y más fue la constitución un 23 de agosto pero del
año 1960, de la Federación de Mujeres
Cubanas, la organización de masas de las mujeres cubanas, la organización que
integró a la inmensa mayoría de las mujeres de la isla en la ardua tarea de
construirse un destino nuevo en plena igual con su par masculino, para el cual
había sido por siglo un complemento necesario, amado pero que no debía
inmiscuirse más allá de las tareas domésticas y determinadas ocupaciones
laborales que no le “impidieran o limitaran” su tarea fundamental de madre y sostén de la familia y la economía
doméstica.
Realmente la mujer cubana por tradición
histórica no ha esperado sentada que el hombre reconozca sus derechos
políticos, sociales y laborales y a lo largo de nuestra historia abundan los
hitos de mujeres conscientes de su rol social y por tanto parte activa del devenir
social. Todo esto lo reconoce la Revolución Cubana al integrarla en un
movimiento de masas que le dio voz y derechos a la par que el hombre, en tanto
ciudadanas de un país nuevo que la reconocía.
Pero no todo está ganado para ella, existen
sectores, aún en nuestro ámbito, donde persisten tendencias al triunfo fácil,
la manera cómoda de ganar dinero y posiciones
con el “cuerpo de mujer” como fetiche de sus éxitos y mujeres que permiten ese
manejo de la “mujer objeto”, frente a un machismo solapado que las usa para sus
fines.
Tener derechos no es sinónimos de
disfrutarlos, tener derechos es tener dignidad para ganar a fuerza de talento y
consagrado trabajo, el lugar que la sociedad reconoce para ti, esas son las
batallas de hoy en medio de un repunte de banalidad y consumo que nos quieren
vender como la fórmula del éxito y la modernidad triunfante, la sociedad del
culto al cuerpo y la erotización de la vida y la belleza simplona y vacía.
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