martes, 8 de agosto de 2017

DOS GIGANTE SDE LA MÚSICA CUBANA: CATURLA Y ROLDÁN





Mientras la música popular cubana afianza sus raíces en la primera mitad del siglo XX, la música sinfónica nacional produce a sus dos mayores genios, Amadeo Roldán Gardes (1900-1939) y Alejandro García Caturla (1906-1940) quienes incorporan  sus composiciones al movimiento musical contemporáneo, partiendo de las raíces afro e hispana  de la cultura de la isla creando un sinfonismo nuevo que actualiza a la música  cubana.
 La música sinfónica no fue ajena a los cambios profundos que encabezó el “minorismo”[1] en el país, para ello organizaron conciertos de “música nueva”, auspiciados principalmente por Alejo Carpentier y Amadeo Roldán, introductores de las novedosas sonoridades que  estaban renovando el repertorio sinfónico en Europa y América.
 En conferencias, trabajos periodísticos, audiciones y sobre todo conciertos, los músicos cubanos fueron familiarizándose con la vanguardia musical, incluyendo a Stravinsky. Paralelamente se afianza el “movimiento negrista” impulsados por los estudios sobre la cultura afrocubana de Fernando Ortiz.
 Es el momento es que se destaca Amadeo Roldán, de corta pero intensa vida, formado en el rigor de la academia de música española, evoluciona desde el impresionismo de sus primeras partituras y su incursión en la ópera, al encuentro con sus raíces culturales en la última década de su vida.
 Su obra de definición fue, “Obertura de Temas Cubanos” (1925) en la que parte de motivos negros para crear música sinfónica con la cual se inicia la renovación musical en Cuba.
 En 1926 compone “Tres pequeños poemas” (Oriental, Pregón y Fiesta Negra), sobresaliendo por su mayor calidad el tercero. “La Rebambaramba”(1928) que es su obra consagratoria, es música para un ballet en dos cuadros en el que presenta un panorama festivo del “Día de Reyes”, con música de contradanza y comparsa callejera de los negros de nación.
 La madurez vendrá en la década del treinta al iniciar un ciclo autoral para conjunto reducido: la primera será su serie “Rítmica” (1930) de seis piezas, las primeras cuatro para flauta, oboe, fagot, trompeta y piano y las dos últimas para percusión afrocubana.
 Con esta obra se vislumbra al creador que es capaz de separarse del folklorismo para recrear las células rítmicas conocidas, más que música afrocubana elabora sus composiciones a partir de lo conocido y asimilado, por lo que logra sintetizar una obra nueva y renovada. Estos elementos se manifiestan sobre todo en sus “Rítmicas” V y VI, para percusión cubana.
 “Tres toque” (1931) para orquesta de cámara es continuación de su indagaciones musicales y trae la novedad de darle el protagonismo a la percusión cubana. “Curujey” (1931) se basa en un poema de Nicolás Guillén, para piano y dos instrumentos de percusión.
 Su cumbre creativa la alcanza con la suite, “Motivos del son” (1934), basado en poemas de Guillén. Está compuesta de ocho canciones para voz y once instrumentos. Es una obra de difícil interpretación por la elaboración de los cantos negros.
 El trabajo cultural de Roldán se completa con su labor como director de la Orquesta Filarmónica de La Habana, a partir de 1932. Desde su fundación forma parte de la orquesta y en 1927 es junto a Carpentier animador de los conciertos de “Música Nueva” en el que se entrenaron numerosas partituras contemporáneas en Cuba.
 Dirigiendo la Filarmónica estrenó mucha música, tanto de la vanguardia como anterior, pero que no se habían tocado en Cuba por lo difícil de la ejecución. Entre sus entrenos notables estuvo la presentación íntegra de la “Novena Sinfonía” de Beethoven, junto a la Sociedad Coral de La Habana dirigida por María Muñoz Quevedo.
 Como compositor Roldán es un renovador, introdujo por primera vez en la música sinfónica la notación para percusión cubana, en sus variados efectos sonoros (rose, sacudida, etc.). Dominó la técnica de la composición sacándole partido al conocimiento musical que poseía. Uno de sus grandes aportes fue añadir a la orquesta sinfónica, la percusión, no como apoyatura, sino como un nuevo sector orquestal.
 Paralelo al desarrollo de Roldán se produce el de Alejandro García Caturla, formado musicalmente en Cuba, comenzó componiendo música popular, entrando en contacto con la música de vanguardia para luego volver a sus raíces haciendo música sinfónica partiendo de elementos musicales de sus orígenes culturales.
 Eran composiciones llenas de audacia, en las que se reconoce lo autóctono por su timbre y no por su tratamiento folklórico. Su producción musical se amplía sintetizando todos los géneros musicales de la isla: “Tres danzas cubanas” (1927), es su carta de presentación en la vanguardia, mostrándose como innovador principalmente en la tercera danza y luego en “Danza Lucumí”(1928), con las cuales se inaugura un novedoso lenguaje musical; “Bembé” (1929), para metales, madera, piano y batería; la versión de esta misma pieza para percusión cubana en 1930: ambas piezas son un reflejo de la intención autoral de Caturla, sintetizar los cantos litúrgicos negros, despojados de lo superfluo.
 “Yamba-O” (1928-1931), movimiento sinfónico; “Primer Suite Cubana” (1931), para instrumentos de viento y piano; “La rumba” (1933), basado en el poema de José Zacarías Tallet; en esas piezas procede de igual forma, no escribe una rumba sino que reelabora la esencia sonora de este ritmo popular. “Sonata Corta” (1934) y “Comparsa” (1936), danzas para piano.  En 1938 escribe, “Suite para orquesta” y “Obertura Cubana”; “El son en fa” (1939) y su última obra “Berceuse Campesina”.
 La “Berceuse Campesina” es su obra de madurez, refrenado el genio, logra una síntesis de las melodías y ritmos de la Isla, en la que no falta la música campesina y la negra, fundidas por primera vez en una sola pieza.
 Caturla es un compositor exuberante, en su obra están presente los variados ritmos del país: música campesina, son, danzón, rituales negros, rumba, etc. Si algo le faltó a su obra fue la síntesis que parece haber alcanzado en “Berceuse Campesina”
 Con Roldán y Caturla la música sinfónica cubana se pone al día por primera vez en el siglo XX. Las inquietudes de la vanguardia se hacen presente en el panorama musical cubana. Ambos parten de las raíces autóctonas de nuestra música, principalmente su componente negro, para aludir y recrear, “(…) temas y géneros como vía genuina de lograr una incuestionable cubanía”[2]
 Ambos eluden las formas clásicas de la música sinfónica (sonatas, fugas, conciertos), cultivando los movimientos sinfónicos en composiciones para orquestas de cámara y obras corales.
“Ambos representan una época en la que se logró dar un viraje a la creación cubana, ponerla al día y hacer un arte esencialmente americano”[3], yo diría más, latinoamericano.
 Este importante momento de la música cubana de concierto coincidió con la creación de la Orquesta Filarmónica de La Habana (8 de junio de 1924) apoyada por la Sociedad Pro Arte Musical. Su primer director lo fue el músico español Pedro Sanjuan quien se dedicó a llevar a la agrupación a un alto nivel de ejecución y un repertorio de calidad.
 A partir de su creación se desarrolló una aguda rivalidad cultural con la Orquesta Sinfónica, funda y dirigida por Gonzalo Roig. En ella estaban los músicos más reconocidos en el ambiente musical habanero, pero la Filarmónica tenía a su favor la juventud de sus miembros, la actualización del repertorio y el sostenimiento económico de una institución solvente como Pro Arte Musical, a esto se sumó el Patronato Pro Música Sinfónica auspiciado por Agustín Batista que logró comprometer a buena parte de la alta sociedad habanera para el sostenimiento de la Filarmónica.
 Este período en que la Orquesta Filarmónica era dirigida por Sanjuán y Roldán, le caracterizó la audacia estética al incluir obras de reciente creación y sonoridades de vanguardia, entre ellas las composiciones de Roldán y Caturla, junto a compositores extranjero como Honegger, Ives, Riegger, Weis y Stravinsky.  Realizaron conciertos populares, audiciones de radio y conciertos didácticos, con las charlas a cargo, muchas veces, de César Pérez Sentenat.
 La muerte de Amadeo Roldán en 1939 y de Caturla en 1940 cierra un ciclo mágico de la música cubana que aún no se ha repetido de nuevo.



[1] Movimiento intelectual y político que está en las bases de los grandes cambios en esta primera mitad del siglo XX.
[2] Victoria Eli: “Música e historia en Cuba” III, Rev. CLAVE, Nº 16, 1990
[3] Ídem

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