jueves, 30 de junio de 2016

EL CONGRESO DE EDUCACION Y CULTURA (1971)



Eludir una parte de la realidad histórica por incómoda que esta sea no conduce a otra cosa que a la desconfianza y al resentimiento. Es por esto necesario para el historiador escribir su criterio y aportar los hechos que se conocen sobre algunos acontecimientos del ayer reciente, aún sin tener todos los elementos para establecer la verdad histórica, bien porque los actores principales han callado o por necesidades de la política.
 Esto es lo que ocurre con el Congreso Nacional de Educación y Cultura en los momentos más álgidos de las discusiones sobre la política cultural de la Revolución Cubana, tanto en el terreno educacional, como en el de la creación artística.
 Aquel evento marca un antes y un después en la cultura cubana y es necesario que se preste mayor atención a su gestación a finales de la década del 60 cuando se daba entre la intelectualidad cubana el fructífero debate sobre el pensamiento marxista, la libertad de creación, el modo de servir a la Revolución y la pertenencia a una cultura occidental que tenía su izquierda y su manera de ver e interpretar el marxismo.
 El Congreso de Educación y Cultura fue el medio para imponer una política cultural a la usanza de la que regía en los países de Europa de Este y en especial en la Unión Soviética, en la que no bastaba compartir un proyecto común de bienestar social, soberanía nacional y servicio al pueblo sino que se estrechaba el camino de creación de acuerdo  a los intereses determinados por una voluntad dirigista,   con un poder decisorio tal que impusieron una década de mediocridad cultural, doble moral y “unanimismo monolítico”, del cual salimos asombrados y aturdidos con los sucesos de la embajada del Perú y el éxodo masivo del Mariel en 1980.
 A la historiografía revolucionaria cubana, le haría mucho bien retomar estos “momentos incómodos” de nuestra Revolución, estudiarlos desde adentro a modo de tener una visión más integral de nuestro proceso, sin lagunas por llenar, ni espacios en blanco que eludimos con generalizaciones.
 La obra de este pueblo y sus líderes históricos tiene un inconmensurable peso en la balanza de la Historia: poner a este pueblo en el lugar que ocupa en el conjunto de naciones del mundo, haber desarrollado sus capacidades culturales, convertir en un cotidiano derecho el desarrollo del intelecto, enfrentar a la potencia más poderosa de la historia y mantener la unidad de todo un pueblo en torno a los temas básicos de la nación, son elementos valederos del sacrificio de tantos años de lucha.
 Por la misma razón se necesita hablar de esos momentos menos  brillantes, de esas decisiones que no cuajaron y que se fueron rectificando sobre la marcha, porque esa confluencia de luz y sombra, hacen mayor la posibilidad de valorar lo alcanzado.
 El Congreso Nacional de Educación y Cultura fue el vehículo para “rectificar” en materia de cultura y educación. Convocado para efectuarse en La Habana entre el 23 y el 30 de abril de 1971, hace ya 45 años, reunió a 1 700 delegados de heterogénea procedencia y nivel cultural, que discutieron 413 ponencias y más de 7 mil recomendaciones surgidas de los debates de base.
 Organizado por Gobierno Revolucionario, el Congreso convoca a toda la sociedad cubana a reflexionar y discutir sobre el tema de la educación, en un momento en que el país había vencido el analfabetismo y marchaba de forma acelerada en un proceso de elevación del nivel cultural entre los adultos y en las masas de niños y jóvenes.
 Los debates en la base se iniciaron en diciembre de 1970 y se fueron enriqueciendo en la medida que avanzaban las discusiones. Se discute en principio sobre los factores que influyen en el desarrollo de la enseñanza y la formación del ciudadano con nuevas concepciones del mundo, valores de altruismo, solidaridad y una alta espiritualidad.
 En la medida que avanzan estos debates la cultura, como proceso de creación, empezó a ser cuestionada y aparecieron algunos criterios inquietantes sobre las influencias negativas de la cultura universal contemporánea y ciertos elementos extra artísticos, como las creencias religiosas, la pertenencia a determinadas corrientes estéticas y las traídas y llevadas concepciones  sobre los patrones de sexualidad entre los artistas y los no artistas.
 Al iniciarse el Congreso había una fuerte predisposición hacia la cultura artística de influencia múltiple, por considerarla marcada por la decadencia de un mundo “superado ya en Cuba”, prácticamente toda la cultura contemporánea hecha en los países no socialistas era sospechosa de ser portadora de elementos “diversionsitas”. La Política Cultura se estrechaba y entraba en contradicción con la tradición liberal de la cultura cubana en todos los tiempos.
 Para darse cuenta de los nuevos rumbos que se querían para la sociedad cubana basten algunos fragmentos de la Declaración Final del Congreso Nacional de Educación y Cultura:
“La cultura de una sociedad colectiva es una actividad de las masas no el monopolio de una élite, el adorno de unos pocos escogidos o la patente de corso de los desarraigado.
“La formación ideológica de los jóvenes escritores es una tarea de máxima importancia para la Revolución. Educarlos en el marxismo-leninismo, pertrecharlos de las ideas de la Revolución y capacitarlos técnicamente es nuestro deber.
“Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales que pretenden convertir el esnobismo, la extravagancia y el homosexualismo y demás aberraciones sociales, en expresión del arte revolucionario, alejados de las masas y del espíritu de nuestra Revolución”[i]
 El Congreso Nacional de Educación y Cultura dejaba fuera de la Revolución no solo a los enemigos de clase, sino a los homosexuales, religiosos y a los escritores y artistas que no se avenía al esquema rígido del “creador revolucionario”
 Las razones para este programa han sido muchas, ninguna ha resistido la prueba del tiempo: combate contra el “diversionismo ideológico” y “las formas solapadas de penetración del enemigo”; creación del “hombre nuevo”, más puro, más culto, colectivista e impregnado de la ideología marxista-leninista, ninguna mención al ideario humanista e integrador de José Martí, inspirador de la propia Revolución Cubana.
 El resultado fue la entronización de una “doble moral”, el oportunismo y la mediocridad intelectual y artística, sin ser absolutos. La separación y alejamiento de muchos intelectuales y artistas de la docencia, de sus actividades como creadores y la desactualización casi generalizada de todo lo que ocurría en la cultura del mundo, por no avenirse a la ideología oficial del momento.
 Desde el punto de vista social sobrevino una década de dogmatismo, miedo y mediocridad que afectó sobre todo al sector educacional y artísticos y que se fue superando a lo lardo de la década de los 70 y los 80, tras la resistencia de los intelectuales y artistas cubanos, negados a ser meros propagandistas de una idea.


[i]Revista UNION, Nº 1 y 2, La Habana, 1971

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