Quiero hablar de él, desde
el corazón, no desde la razón, porque cuando él estaba entre nosotros, cuando
era una leyenda, yo era un adolescente y aprendí con sus escritos muchas cosas
extraordinarias para un ser humano: lo primero fue ese altruismo de “grande”,
había venido a Cuba a luchar por nuestros ideales, cuando apenas sí conocía de
esta isla, le bastó lo que defendían aquel grupo de jóvenes que en México
preparaban un sueño, una “aventura de las grandes”, de esas que sueña todo
adolescente, luchar por darle libertad a un pueblo, devolverle su dignidad y
crear una utopía de país, que aún no estaba ni entre los anhelos de aquel
grupo.
Lo primero que leí de él fue su libro sobre la
guerra de guerrilla en la Sierra Maestra, contada a su estilo, objetivo y
diáfano que nos daba la verdad de lo que
vivieron; fui tomando la dimensión de esta hazaña en la medida que sus
relatos me hablaban de jóvenes y hombres
de todas las edades y cultura que llegaban a esas intrincadas serranía, con un
“ideal”, pero con sus virtudes y defectos, con sus creencias y manías, él contó
cómo fueron creciendo a la par que guerrillero, como seres humanos, nadie
hablaba de comunismo y no porque el comunismo fuera malo o bueno, sino porque
ninguno de ellos tenía idea de a dónde irían a parar, ni qué pasaría al día
siguiente.
El Che médico y asmático que después del
combate del Uvero se hace de un pequeño grupo formado por heridos y enfermos,
para no comprometer la movilidad de la guerrilla, el mismo que un tiempo
después se reencuentra con Fidel y ya no es un médico al frente de una
impedimenta, sino de un grupo preparado, disciplinado y hecho para los que
pudiera necesitarse en medio de la guerra.
El argentino, dejó de serlo, los cubanos lo
convirtieron en “Che” y su altura moral y su capacidad de jefe lo hicieron el
primer “Comandante” de la Sierra Maestra nombrado por Fidel; en el hombre con
una innata aversión por la injusticia, ese
altura de ponerse en el dolor del otro y la entrega sin pedir a cambio
nada, pero siempre tratando de dar más de sí mismo.
El Che no creció conmigo por la enorme
propagada que movió un país, un sistema, una coyuntura política, yo quería ser
como él antes de que la propaganda lo entronizara como consigna, pero sabía que
estaba muy lejos de eso, porque leía sus escrito y siempre vi que lo primero fue
su opinión, limpia y dura, su modo de mirar más allá del “grupo” al que
pertenecía, para mirar a la gente que lo seguía necesitando en “cualquier parte
del mundo”, era un hombre con alma de humanidad, más grande que su leyenda, de
esos que sirven para dogmatizar, santificar, porque los “buenos” lo quieren de
su lado y los “malos” ante la imposibilidad de vencerlo, lo momifican en la
eternidad de los símbolos y la banalidad
de su uso.
El “Che” que no fue prefecto, pero vio la
pugna de la “sierra” y el “llano”, el deseo de sobresalir y ganar espacios de
algunos de los que no se habla; el “Che” que desenmascaró a los “comevaca” del
Escambray y que al llegar a Las Villas le puso la cota alta de su ejemplo y el
arrojo de sus compañeros de lucha a los que esperaban por el desenlace en otro
lado. El “Che” que peleó como el primero en Santa Clara y convirtió aquella
victoria, no solo en un combate más, casi a las puertas de La Habana, sino en
un punto de giro que terminó con la dictadura; el “Che” sin ambiciones de
poder, negado a tener algo más que no fueran responsabilidades para con la
Revolución, su pueblo (el cubano y el latinoamericano) y sus convicciones; el
“Che” imperfecto en lo humano, teórico sin dogmas, claro en sus escritos y
firme en su pensamiento; el “Che” que nos entregó el ejemplo de persistir en
sus ideales, porque los sabía justos y se multiplicó en el mundo, sin esperar
nada, porque nada vino a buscar, sino a dar en este universo de desigualdades.
Ese es el “Che” que yo conozco, al que nombro
poco, pero al que pienso mucho antes las encrucijadas que me pone la vida.
En el aniversario 88 de su natalicio este es mi homenaje.
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