martes, 14 de junio de 2016

CHE COMANDANTE, AMIGO





Quiero hablar de él, desde el corazón, no desde la razón, porque cuando él estaba entre nosotros, cuando era una leyenda, yo era un adolescente y aprendí con sus escritos muchas cosas extraordinarias para un ser humano: lo primero fue ese altruismo de “grande”, había venido a Cuba a luchar por nuestros ideales, cuando apenas sí conocía de esta isla, le bastó lo que defendían aquel grupo de jóvenes que en México preparaban un sueño, una “aventura de las grandes”, de esas que sueña todo adolescente, luchar por darle libertad a un pueblo, devolverle su dignidad y crear una utopía de país, que aún no estaba ni entre los anhelos de aquel grupo.
 Lo primero que leí de él fue su libro sobre la guerra de guerrilla en la Sierra Maestra, contada a su estilo, objetivo y diáfano  que nos daba la verdad de lo que vivieron; fui tomando la dimensión de esta hazaña en la medida que sus relatos  me hablaban de jóvenes y hombres de todas las edades y cultura que llegaban a esas intrincadas serranía, con un “ideal”, pero con sus virtudes y defectos, con sus creencias y manías, él contó cómo fueron creciendo a la par que guerrillero, como seres humanos, nadie hablaba de comunismo y no porque el comunismo fuera malo o bueno, sino porque ninguno de ellos tenía idea de a dónde irían a parar, ni qué pasaría al día siguiente.
 El Che médico y asmático que después del combate del Uvero se hace de un pequeño grupo formado por heridos y enfermos, para no comprometer la movilidad de la guerrilla, el mismo que un tiempo después se reencuentra con Fidel y ya no es un médico al frente de una impedimenta, sino de un grupo preparado, disciplinado y hecho para los que pudiera necesitarse en medio de la guerra.
 El argentino, dejó de serlo, los cubanos lo convirtieron en “Che” y su altura moral y su capacidad de jefe lo hicieron el primer “Comandante” de la Sierra Maestra nombrado por Fidel; en el hombre con una innata aversión por la injusticia, ese  altura de ponerse en el dolor del otro y la entrega sin pedir a cambio nada, pero siempre tratando de dar más de sí mismo.
 El Che no creció conmigo por la enorme propagada que movió un país, un sistema, una coyuntura política, yo quería ser como él antes de que la propaganda lo entronizara como consigna, pero sabía que estaba muy lejos de eso, porque leía sus escrito y siempre vi que lo primero fue su opinión, limpia y dura, su modo de mirar más allá del “grupo” al que pertenecía, para mirar a la gente que lo seguía necesitando en “cualquier parte del mundo”, era un hombre con alma de humanidad, más grande que su leyenda, de esos que sirven para dogmatizar, santificar, porque los “buenos” lo quieren de su lado y los “malos” ante la imposibilidad de vencerlo, lo momifican en la eternidad de los símbolos y la banalidad  de su uso.
 El “Che” que no fue prefecto, pero vio la pugna de la “sierra” y el “llano”, el deseo de sobresalir y ganar espacios de algunos de los que no se habla; el “Che” que desenmascaró a los “comevaca” del Escambray y que al llegar a Las Villas le puso la cota alta de su ejemplo y el arrojo de sus compañeros de lucha a los que esperaban por el desenlace en otro lado. El “Che” que peleó como el primero en Santa Clara y convirtió aquella victoria, no solo  en un combate  más, casi a las puertas de La Habana, sino en un punto de giro que terminó con la dictadura; el “Che” sin ambiciones de poder, negado a tener algo más que no fueran responsabilidades para con la Revolución, su pueblo (el cubano y el latinoamericano) y sus convicciones; el “Che” imperfecto en lo humano, teórico sin dogmas, claro en sus escritos y firme en su pensamiento; el “Che” que nos entregó el ejemplo de persistir en sus ideales, porque los sabía justos y se multiplicó en el mundo, sin esperar nada, porque nada vino a buscar, sino a dar en este universo de desigualdades.
 Ese es el “Che” que yo conozco, al que nombro poco, pero al que pienso mucho antes las encrucijadas que me pone la vida.
 En el aniversario 88 de su natalicio este es mi homenaje.

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