De esa manera lo
describe José Martí, como el hombre que tiene tanta fuerza en la mente como en
el brazo, rompiendo el mito reduccionista del sublime guerrero capaz del
sacrificio pero sin una formada idea de lo que quiere en esa lucha larga y
consagra a la que se entregó su familia des desde 1868, cuando acudieron al
llamado que les hacía Carlos Manuel de Céspedes para luchar por la libertad de
Cuba y la redención de los esclavos.
Quienes lo conocieron, blancos y negros,
amigos o enemigos, no dejaron de valorar los méritos éticos que acompañaban al mulato oriental,
algo tartamudo, fuerte y elegante, educado en la disciplina hogareña de su
madre Mariana Grajales, quien no concebía a un hijo suyo menos que los demás,
fuera blanco o negro.
Así lo describe el
coronel Enrique Collazo quien lo conoció en plena guerra:
“(…) su figura era
atrayente; fornido y bien proporcionado; fisonomía simpática y sonriente,
facciones regulares, manos y pies chicos, formando un conjunto que lo destacaba
siempre, por numeroso que fuera el grupo que lo rodeaba. Acostumbraba a hablar
bajo y despacio; su trato era afable. Talento natural, sin pulir pero unido a
una fuerza de voluntad extraordinaria, que le hicieron dominar sus defectos
naturales.”
Y el historiador Emilio Roig de Leuchsenring resumirá
sus virtudes humanas y aportes a la patria:
“Maceo era grande,
sobre todo, porque el amor a la patria despierta en él sus magnificas
cualidades latentes de combatiente, de organizador y de jefe, y porque las
consagra enteras, sin desmayo, a la causa revolucionaria.”
Fue
enemigo de las intrigas políticas, adversario franco y caballero para la
valoración de los seres humanos, así queda expresado en la carta que dirige al
periodista Enrique Trujillo quien trata de enemistar a Maceo con José Martí,
queriendo aprovechar las diferencias tácticas que ambos sostenía en cuanto al
modo de organizar la nueva revolución
independentista. Así responde Maceo al intrigante desde Costa Rica, el 22 de
agosto de 1894.
“Su salpicada carta, de tendencias disolventes
y de impurezas que no debe abrigar un corazón honrado, que dañan, sin Ud.
pensarlo, la elevación del espíritu y la sincera devoción que debemos a la
causa de la libertad, peca de fatídica y aviesa, de poco política y
antipatriótica. No parece suyo el contenido de esa carta. ¿Qué diablo le
atormenta cuando la escribió?
“En ninguna época de
mi vida he servido de banderín político de convenciones personales; solo me ha
guiado el amor puro y sincero que profesé, en todo tiempo, a la soberanía
nacional de nuestro pueblo infeliz. Cualquiera que sea el personal que dirija
la obra común hacia nuestros fines, tiene, para mí, la grandeza y la sublimidad
del sacrificio honrado que se imponga. (…)Estoy y estaré con la revolución por
principio, por deber. (…)¿Para qué queremos la vida sin el honor de saber morir por la patria?
(…) La guerra que Ud. hace al Sr. Martí es un crimen de lesa patria…”
A pesar de las diferencias de criterios sobre
determinados temas en la forma de organizar la guerra, Maceo y Martí
coincidieron en la necesidad de la
unidad, la entrega y lealtad a la causa que defendían, así lo hicieron en la
etapa de organización de la guerra y se atuvieron a ella durante la contienda
bélica.
De la claridad de su pensamiento político deja
Maceo muchas pruebas a lo largo de su actuar en las luchas por la
independencia, Baraguá, había sido el ejemplo
claro de que era el representante de las ideas más radicales en estas
luchas y así lo ratifica en carta a los Delegados de la Asamblea Constituyente
de Jimaguayú, el 30 de septiembre de 1895:
“Permitidme, pues,
ciudadanos Representantes, que os haga presente la expresión de agradecimiento
que me anima con vosotros, motivado por el honor que me habéis discernido al
concederme el nombramiento de Lugar Teniente General del Ejército Libertador. Y
al aceptar cargo tan honroso como éste, que aumenta la responsabilidad que
tengo contraída ante mis compatriotas, permitidme también que os reitere la
protesta y obediencia a las leyes que emanan de la voluntad popular (…)
Fundemos la República
sobre la base inconmovible de la igualdad ante la ley. Yo deseo vivamente que
ningún derecho o deber, título, empleo o grado alguno exista en la República de Cuba como
propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible
por consiguiente a la totalidad de los cubanos…”
Principios luego olvidados en la República cuando los
derechos de los humildes fueron ignorados por la clase oligárquica que
traicionó los ideales de Maceo y Martí.
El 27 de enero de 1896 Antonio Maceo escribe
al periódico estadounidense “The Star” y le expresa:
“En primer lugar me
dice Ud. Que en los Estados Unidos creen que había una división en el ejército
cubano; que entre el General en Jefe y yo
existía mala inteligencia; y que mi ejército, para usar los términos
empleados por los españoles, fue abandonado por el general Gómez y lanzado
a la provincia de Pinar del Río para que
cayese en una trampa. Semejantes afirmaciones son tan ridículas, que ninguna
persona seria puede tomarla en consideración, pero hay otras muchas entre
nuestros amigos más sinceros y correligionario, que son bastante cándidos para
creer que el rumor tenía algún fundamento.
“En primer lugar, no
puede existir semejante desavenencia, división o como quiera usted llamarla,
entre el general Gómez y yo. Él es el General en Jefe y sus leyes son como
leyes acatadas por mí. Yo solo soy Teniente General del Ejército y en todos los
tiempos y en cualquier lugar y todas las razones, estoy sujeto a sus órdenes.
Nuestro ejército no está compuesto de gentuza en que el hombre que más grita es
el Jefe, sino que está organizado bajo el plan de una fuerza militar moderna,
en que el orden y la disciplina se sostienen y los superiores son respetados.
Pero, aparte de las reglas de la disciplina militar, no hay un soldado del
ejército cubano que por un instante desobedezca las órdenes del general Máximo
Gómez. Todo el ejército confía implícitamente en su patriotismo y en su
habilidad militar. Nosotros los que le hemos conocido y seguido en otras
guerras, estamos convencidos de nuestra comparativa pequeñez para dudar de su
sabiduría y actitud.”
Estaba conciente de las intenciones
anexionista de los Estados Unidos y de la clase aristocrática cubana, por ello
siempre rechazó esa posibilidad y dejó siempre bien claro su posición:12 de
junio de 1896, en la cual le manifiesta, entre otras cosas:
“Los americanos y los españoles podrán
concertar los pactos que quieran, pero Cuba es libre dentro de breve término y
puede reírse de negociaciones que no favorezcan su emancipación.”(12 de junio
de 1896)
“De España jamás esperé nada; siempre nos ha
despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista
con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes
incapaces de ejecutarlos. Tampoco espero nada de los americanos; todo debemos
fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda que contraer
deudas de gratitud con un vecino tan poderoso.” (14 de julio de 1896).
Esas eran las ideas claras de Mayor General
Antonio Maceo. Digno hijo de Santiago de Cuba, surgido de la humilde cuna de
una familia campesina, numerosa y negra, consagrada a Cuba y al logro de una
patria no solo libre en lo político, sino basada en la igualdad de derechos de
todos sus hijos.
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