En medio de
la defensa de su existencia y ante el
nuevo frente que se abría en el sector
de la cultura y la intelectualidad, los últimos años de la década de los 60
fueron definitorio para una política cultural ambigua practicada desde el
Consejo Nacional de Cultura, dirigido básicamente por personas procedentes del Partido
Socialista Popular pero con un apoyo tácito desde el gobierno.
Era una
política cultural dirigida a frenar el “diversionismo ideológico”, “pequeño
burgués” proveniente de un “sistema capitalista decadente” que influía de un
modo u otro en Cuba.
Fueron los
años del movimiento “hippies” norteamericano, extendido por todo el mundo
incluyendo a Cuba donde La Habana tuvo su embrión de peludos, homosexuales,
fuertemente reprimidos por “marginales” y corruptores de la juventud.
Como pasa
siempre, en el mismo saco fueron enviados a las tristemente célebres Unidades
Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) cientos de jóvenes y no jóvenes, por
muchos motivos, religiosos, vagos, homosexuales
y una larga etc. Que no debe enorgullecer a nadie.
La cultura
revolucionaria fue entendida a pie juntilla como la cultura del hombre revolucionario, ateo y heterosexual y fueron
años muy difíciles para los que no entraban dentro de estos parámetros.
En 1967 Carlos Rafael Rodríguez en conversación con
alumnos de la Escuela Nacional de Arte define con claridad posiciones con
respecto a la creación y los creadores:
“…De una
parte existe el peligro de la invasión administrativa en la esfera del arte.
Quiere esto decir que desde un punto de vista central cualquiera sea el
Partido…o sea la administración haya uno o varios funcionarios que juzguen lo
que debe o no debe ser exhibido.
“Y la
experiencia nos aconseja a ser muy cauteloso en esa materia, porque en este
caso puede ocurrir que los gustos individuales, de los funcionarios se
conviertan por obra y gracia de las autoridades, en gustos nacionales”[1]
Fenómeno que permeó
la cultura cubana de ese período por su carga de convocatoria revolucionaria,
la exclusión de la “evasión” de los escritores y creadores en otros temas que
no fueran directamente de la realidad revolucionaria que se vivía entonces, el
fantasma del “realismo socialista” era muy corpóreo y mucho panfleto y
oportunistas pasaron a sustituir una cultura más diversa y enriquecedora.
También el
Che se refiere a este fenómeno de la libertad de creación en el socialismo:
“Cuando la
Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales: los
demás revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística
cobró nuevo impulso. Sin embargo las rutas estaban más o menos trazadas y el
sentido del concepto fuga se escondió tras la palabra libertad. En los propios
revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo
burgués en la conciencia”[2]
Eso fue interpretado por mucho como un espaldarazo
al realismo socialista que en medio de la creación de la nueva sociedad se intentó imponer como la nueva cultura de
un pueblo que ya tenía una cultura diversa desde lo popular hasta la más
ilustrada.
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