José Martí no es solo el político y el hombre adusto que se sentó a escribir sobre su tiempo y la gente, también fue un viajero incansable, tanto por ese pelegrinar de países y ciudades que lo tuvieron como huésped, como por el modo de describir aquellos que no vio con sus ojos sino con su espiritualidad y su gran sensibilidad, vamos con él a Venecia, la ciudad decimonónica ya reconocida por sus monumentos, sus carnavales y la cultura desarrolla en aquel pequeño rincón de Adriático:
“Nutrida está la quincena italiana de cosas nuevas y brillantes: el
Vesubio, despierto, mueve al cielo sus lenguas de llamas; … y Venecia, remozada
y coqueta, corona de flores su alto Campanille rosado, resucita sus fiestas
antiguas, adereza a la margen del Lido, y a la sombra de sus pintorescos
emparrados, los sabrosos mariscos que sirviera tantas veces de almuerzo a
Teophile Gautier, e inunda con sus góndolas los canales, con sus mujeres de
ojos negros los puentes, y con sus gallardos pilluelos, los acróbatas
ambulantes, y sus adivinadores de lotería y decidores de buena fortuna, la
resplandeciente plaza de San Marcos, -¡este paisaje de ónix!
“De la noble Venecia habló luego
el príncipe Teano, y con calor generoso recordó sus glorias, y la creyó merecedora
de celebrar en su seno aquella reunión de sabios antes celebrada en Amberes y
en París.
"…Todo es banquete, festejo y danza. El signor Ottino, que es iluminador
famoso, enciende cien mil luces de colores en la plaza de San Marcos, y cuenta
contento las cuarenta mil liras que por el adorno de la plaza le pagan. San
Marcos, donde en otro tiempo rompieron el aire de Venecia esclava las bandas
austríacas, resonará ahora con las altas voces de una colosal orquesta de hijos
fuertes de Italia, hijos libres del Véneto. Aquellas serenatas venecianas,
cuyos ecos, como diablillos ungidos de amor, revoloteaban, después de oídas
largo tiempo, encendiendo llamas e inspirando cantos en torno a la frente de
los poetas; aquellas misteriosas flotillas, que como bandada de cisnes negros
con ojos de colores, lleno el dorso de rimadores de voz dulce y tañedores de
laúd tierno, se deslizaba en la voluptuosa madrugada por los canales sigilosos;
aquellas clásicas serenatas características, cantadas con su lira de alas de llama
por lord Byron, con su guzla ceñida de coronas de rosas por Alfred de Musset, y
con su pluma de mármol por aquella mujer viril y extraordinaria, Jorge Sand;
aquellas serenatas animarán de nuevo, sonrientes y sonoras, la ciudad coqueta.
Una gigantesca galleggianle, la famosa galera de paseo, como por magos y magas
iluminada, cruzará, vestida de lujosos pabellones, las aguas tranquilas.
Aquellas tranquilas góndolas de Venecia, aquellos veloces bissone, regatearán
como regatearon ochocientos años hace en las fiestas con que fue celebrada la
ruidosa victoria del dux Pietro Gondiano sobre los intrépidos piratas que
robaron las monjas del convento de Olivolo. Y como no pueden, por inamovible
privilegio, tocar manos humanas los muros de la iglesia de San Marcos, la luz,
que es resplandor divino, la suave luz eléctrica, bañará las murallas sagradas.
Vense por todas partes los geógrafos de Francia, Suecia y Rusia, que han traído
consigo muy celebradas y valiosas colecciones;...
“Así renace de su sueño de siglos, en su lecho de mármol, de su polvo de
oro, la mágica y magnífica Venecia.[1]
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