La cruenta guerra de independencia, más los rigores de la política
represiva contra la población civil durante la guerra llevada a cabo por las
autoridades coloniales españolas, determinó una drástica caída de la población
cubana.[1]
Fue el altísimo precio que pagó el pueblo cubano por su determinación de ser
libre.
Con el advenimiento del siglo XX
y la reorganización y recuperación de la economía de la isla se produjo un alza
de la tasa de natalidad, unida a una reducción de la mortalidad por las medidas
de saneamiento introducidas por el gobierno interventor norteamericano en las
áreas urbanas.
Pero el fenómeno demográfico más
notable del período fue el fuerte movimiento inmigratorio que se produjo en Cuba y que se extendió hasta principios de
las década del 30.
El crecimiento de la industria
azucarera impulsada por las masivas inversiones del capital yanqui, aumentó la
demanda de fuerza de trabajo barata que competía con la población pobre, buena
parte de color, que fue desplazada en
algunas zonas del país, por estos emigrantes que aceptaban salarios aún más
bajos que los que se les ofrecía a los cubanos.
Los gobiernos republicanos de
turno aprobaron leyes de inmigración que propiciaron la entrada en Cuba de
alrededor de un millón de extranjeros, de los cuales el 25 % eran antillanos
(haitianos y jamaiquinos, principalmente). Hasta 1931 la población creció en
2,9 % anual como promedio, duplicándose en treinta años, alcanzando el tope de
crecimiento entre 1899 y 1907, con una
tasa de 3, 34 %.[2]
En un principio se estimuló la
inmigración de población europea, principalmente españoles, por lo que la tasa
de crecimiento de la población blanca fue de 3,2 %, frente al 2,14 % de la población de color. La
presión de la industria azucarera, que no dejó de ser plantacionista, determinó
que se priorizara la inmigración antillana, por los que el ritmo de crecimiento
de la población de color creció con respecto a la blanca en un 2, 7 %[3].
Las autoridades de ocupación norteamericana trataron de hacer
selectiva la entrada de extranjeros en la isla por lo que la Orden Militar del 15 de mayo de
1902 prohibía la entrada de haitianos, jamaicanos y chinos, en 1906 se aprobó
una ley que destinaba fondos para traer familiar europeas a Cuba, con vista de
“fomentar la agricultura”, mientras miles de negros, muchos de ellos veteranos
de la guerra de independencia, no tenían tierra, ni medios de sobre vivencia.
Pero la citada presión y demanda
de la industria azucarera, en plena expansión rompió todas las restricciones a
partir de 1913, cuando a la oleada de emigrantes españoles, en su mayoría
gallegos y canarios, se unió la de los haitianos y jamaicanos y en menor medida
chinos procedentes de Estados Unidos, puertorriqueños y otros antillanos.[4]
Durante la Primera Guerra
Mundial y posterior, cuando los precios del azúcar determinaron la llamada,
“Danza de los Millones”, se produjeron los mayores volúmenes de entrada de
extranjeros a Cuba; la gran arribada continuó hasta la gran depresión de 1929,
que marcó el fin de la entrada masiva de trabajadores extranjeros a la isla.
Este gran contingente de
trabajadores eran en su inmensa mayoría hombres en edad laboral, entre 15 y 45
años. Venían en busca de oportunidades, a “hacer fortuna”, muchos con la
esperanza de regresar luego a sus países de origen después de hacer algún
dinero.
Cada grupo tenía sus
características, traían su cultura y se comportaron de forma diferente. Los
europeos se asentaron principalmente en las zonas urbanas, en labores no
agrícolas, aunque determinados grupos de canarios y gallegos se dedicaron a la
agricultura no cañera. Los antillanos se concentraron alrededor de las
plantaciones azucareras, principalmente en Oriente y Camaguey, muy afectados por
la discriminación racial y el desconocimiento del idioma español.
La emigración española favorecida
por la clase dominante en el país, tuvo una parte importante en el contingente
extranjero llegado al país. En 1899 la población española en Cuba era de un
11,9 % del total, en 1907 eran el 11,1 % y en 1913 llegaron al 13,9 %.[5] Por tratarse de una población inmigrante, en
edad laboral y con un elevado índice de masculinidad, la proporción de
españoles trabajando en Cuba era de un 65,5
% en 1907 y un 42,6 % en 1919.[6]
Sus ocupaciones básicas se distribuyen
entre el comercio, la agricultura y los servicios domésticos.
En cuanto a la regionalización de
la emigración es destacable que sigue la misma expansión azucarera. La zona
norte y suroeste de la antigua provincia
de Oriente y el sur de Camaguey asimilaron los mayores núcleos de extranjeros.
En 1907 vivían en Camaguey el 3,8 % de extranjeros asentados en Cuba, mientras
que la cifra en Oriente se eleva al 15, 4 %. En 1931 la proporción de
extranjeros en ambas provincia era de 15,8 % en Camaguey y 21,2 % en Oriente.
De ellos el 95 % eran antillanos. Unido al hecho de ser las provincias
receptoras de la mayor migración interna en Cuba, estimulado por la expansión
azucarera.[7]
Esta entrada masiva de extranjeros
al país, provoca una fuerte conmoción social y cultural al entrar en interacción e influencias nuevas formas
culturales, raíces autóctonas que tenían mucho en común con la nuestra, pero
que llevaban la peculiaridad del desarrollo bajo otras condiciones socio
culturales. En el caso antillano llegan a Cuba cultos religiosos como el “Vudú”
haitiano, el protestantismo de los jamaicanos, junto a las manifestaciones de
la música y la danza, asociadas a ellos.
En cuanto a la emigración
española, su gran entrada refuerza la presencia de las manifestaciones
autóctonas de la península en Cuba que
determinan la creación de grupos y
sociedades regionales de fuerte arraigo en la cultura cubana de este siglo XX.
Otro grupo de emigrante blanco, aunque no muy numeroso sí marcaron a la
sociedad cubana por su empuje
anexionista y su resistencia a la integración al etno nacional: los
norteamericanos, que durante este período fundaron colonias de agricultores en
diversa zonas del oriente del país y principalmente en Isla de Pinos, donde
llegaron a ser beligerantes en cuanto al reconocimiento de la soberanía de Cuba
sobre esta parte de su territorio, queda el recuerdo de la colonia de Omaha al
norte de Oriente, la Gloria City,
una próspera colonia estadounidense en Camaguey y los barrios de
norteamericanos en muchos centrales de estas dos provincia donde el “modo de
vida yanqui” era algo más que una influencia.
Otros grupos significativos
fueron los chinos procedentes de los Estados Unidos, que modelaron
definitivamente el conocido “barrio chino de La Habana”, una colonia sueca y
hasta una de hindúes en la región oriental, completan este exotismo que hacen
más complejo el “ajiaco cubano” del que habló Fernando Ortiz.
Además se produjo una
desnacionalización del trabajo, al constituir los trabajadores extranjeros una
fuerza determinante que actuaba como contrapeso en las luchas de los cubanos, en el logro de mejoras
sociales y económicas. Por esta razón entre las exigencias de muchos grupos y
movimientos obreros de la época se esgrime la nacionalización del trabajo, para
que el cubano no fuera paria en su tierra, aunque dicha reivindicación no llevó
al surgimiento en Cuba de sentimientos chovinistas de significación social.
La cultura cubana ha demostrado a
lo largo de su existencia, capacidad de adaptación, asimilación de lo nuevo y
de mantenimiento de los elementos fundamentales que le caracterizan, capacidad
que la hace fuerte y floreciente.
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