viernes, 23 de junio de 2017

CUBA: LA GRAN MIGRACIÓN DE PRINCIPIOS DE SIGLO XX



La cruenta guerra de independencia, más los rigores de la política represiva contra la población civil durante la guerra llevada a cabo por las autoridades coloniales españolas, determinó una drástica caída de la población cubana.[1] Fue el altísimo precio que pagó el pueblo cubano por su determinación de ser libre.

 Con el advenimiento del siglo XX y la reorganización y recuperación de la economía de la isla se produjo un alza de la tasa de natalidad, unida a una reducción de la mortalidad por las medidas de saneamiento introducidas por el gobierno interventor norteamericano en las áreas urbanas.

 Pero el fenómeno demográfico más notable del período fue el fuerte movimiento inmigratorio  que se produjo en  Cuba y que se extendió hasta principios de las década del 30.

 El crecimiento de la industria azucarera impulsada por las masivas inversiones del capital yanqui, aumentó la demanda de fuerza de trabajo barata que competía con la población pobre, buena parte de color, que fue desplazada  en algunas zonas del país, por estos emigrantes que aceptaban salarios aún más bajos que los que se les ofrecía a los cubanos.

 Los gobiernos republicanos de turno aprobaron leyes de inmigración que propiciaron la entrada en Cuba de alrededor de un millón de extranjeros, de los cuales el 25 % eran antillanos (haitianos y jamaiquinos, principalmente). Hasta 1931 la población creció en 2,9 % anual como promedio, duplicándose en treinta años, alcanzando el tope de crecimiento entre  1899 y 1907, con una tasa de 3, 34 %.[2]

 En un principio se estimuló la inmigración de población europea, principalmente españoles, por lo que la tasa de crecimiento de la población blanca fue de 3,2 %, frente  al 2,14 % de la población de color. La presión de la industria azucarera, que no dejó de ser plantacionista, determinó que se priorizara la inmigración antillana, por los que el ritmo de crecimiento de la población de color creció con respecto a la blanca en un 2, 7 %[3].

 Las autoridades  de ocupación norteamericana trataron de hacer selectiva la entrada de extranjeros en la isla por lo que la Orden Militar del 15 de mayo de 1902 prohibía la entrada de haitianos, jamaicanos y chinos, en 1906 se aprobó una ley que destinaba fondos para traer familiar europeas a Cuba, con vista de “fomentar la agricultura”, mientras miles de negros, muchos de ellos veteranos de la guerra de independencia, no tenían tierra, ni medios de sobre vivencia.

 Pero la citada presión y demanda de la industria azucarera, en plena expansión rompió todas las restricciones a partir de 1913, cuando a la oleada de emigrantes españoles, en su mayoría gallegos y canarios, se unió la de los haitianos y jamaicanos y en menor medida chinos procedentes de Estados Unidos, puertorriqueños y otros antillanos.[4]

 Durante la Primera Guerra Mundial y posterior, cuando los precios del azúcar determinaron la llamada, “Danza de los Millones”, se produjeron los mayores volúmenes de entrada de extranjeros a Cuba; la gran arribada continuó hasta la gran depresión de 1929, que marcó el fin de la entrada masiva de trabajadores extranjeros a la isla.

 Este gran contingente de trabajadores eran en su inmensa mayoría hombres en edad laboral, entre 15 y 45 años. Venían en busca de oportunidades, a “hacer fortuna”, muchos con la esperanza de regresar luego a sus países de origen después de hacer algún dinero.

 Cada grupo tenía sus características, traían su cultura y se comportaron de forma diferente. Los europeos se asentaron principalmente en las zonas urbanas, en labores no agrícolas, aunque determinados grupos de canarios y gallegos se dedicaron a la agricultura no cañera. Los antillanos se concentraron alrededor de las plantaciones azucareras, principalmente en Oriente y Camaguey, muy afectados por la discriminación racial y el desconocimiento del idioma español.

 La emigración española favorecida por la clase dominante en el país, tuvo una parte importante en el contingente extranjero llegado al país. En 1899 la población española en Cuba era de un 11,9 % del total, en 1907 eran el 11,1 % y en 1913 llegaron al 13,9 %.[5]  Por tratarse de una población inmigrante, en edad laboral y con un elevado índice de masculinidad, la proporción de españoles trabajando en Cuba era de  un  65,5 % en 1907 y un 42,6 % en 1919.[6] Sus ocupaciones  básicas se distribuyen entre el comercio, la agricultura y los servicios domésticos.

 En cuanto a la regionalización de la emigración es destacable que sigue la misma expansión azucarera. La zona norte y suroeste  de la antigua provincia de Oriente y el sur de Camaguey asimilaron los mayores núcleos de extranjeros. En 1907 vivían en Camaguey el 3,8 % de extranjeros asentados en Cuba, mientras que la cifra en Oriente se eleva al 15, 4 %. En 1931 la proporción de extranjeros en ambas provincia era de 15,8 % en Camaguey y 21,2 % en Oriente. De ellos el 95 % eran antillanos. Unido al hecho de ser las provincias receptoras de la mayor migración interna en Cuba, estimulado por la expansión azucarera.[7]

 Esta entrada masiva de extranjeros al país, provoca una fuerte conmoción social y cultural al entrar en  interacción e influencias nuevas formas culturales, raíces autóctonas que tenían mucho en común con la nuestra, pero que llevaban la peculiaridad del desarrollo bajo otras condiciones socio culturales. En el caso antillano llegan a Cuba cultos religiosos como el “Vudú” haitiano, el protestantismo de los jamaicanos, junto a las manifestaciones de la música y la danza, asociadas a ellos.

 En cuanto a la emigración española, su gran entrada refuerza la presencia de las manifestaciones autóctonas de la península en Cuba  que determinan la creación de grupos  y sociedades regionales de fuerte arraigo en la cultura cubana de este siglo XX. Otro grupo de emigrante blanco, aunque no muy numeroso sí marcaron a la sociedad  cubana por su empuje anexionista y su resistencia a la integración al etno nacional: los norteamericanos, que durante este período fundaron colonias de agricultores en diversa zonas del oriente del país y principalmente en Isla de Pinos, donde llegaron a ser beligerantes en cuanto al reconocimiento de la soberanía de Cuba sobre esta parte de su territorio, queda el recuerdo de la colonia de Omaha al norte de Oriente, la Gloria City, una próspera colonia estadounidense en Camaguey y los barrios de norteamericanos en muchos centrales de estas dos provincia donde el “modo de vida yanqui” era algo más que una influencia.

 Otros grupos significativos fueron los chinos procedentes de los Estados Unidos, que modelaron definitivamente el conocido “barrio chino de La Habana”, una colonia sueca y hasta una de hindúes en la región oriental, completan este exotismo que hacen más complejo el “ajiaco cubano” del que habló Fernando Ortiz.

 Además se produjo una desnacionalización del trabajo, al constituir los trabajadores extranjeros una fuerza determinante que actuaba como contrapeso en las luchas  de los cubanos, en el logro de mejoras sociales y económicas. Por esta razón entre las exigencias de muchos grupos y movimientos obreros de la época se esgrime la nacionalización del trabajo, para que el cubano no fuera paria en su tierra, aunque dicha reivindicación no llevó al surgimiento en Cuba de sentimientos chovinistas de significación social.

 La cultura cubana ha demostrado a lo largo de su existencia, capacidad de adaptación, asimilación de lo nuevo y de mantenimiento de los elementos fundamentales que le caracterizan, capacidad que la hace fuerte y floreciente.



[1] De 1 631 700 habitantes en 1887 a 1572 800 habitantes en 1899
[2] Centro de Estudios Demográficos: “La población en Cuba”. La Habana, 1976
[3] Ídem
[4] Ídem
[5] García Álvarez Alejandro: “La gran burguesía comercial en Cuba, 1899-1925”. La Habana, 1990
[6] Ídem
[7] Ídem

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