Amante del arte y cultivador
de la cultura, nuestro Martí es ante todo un gran escritor para el que no
existe un tema menor, porque cada uno refulge en su prosa como la joya que él
quiere mostrarnos, más en una época en la que aún la imagen no es tiránica,
sino ilustración y refuerzo de las palabras y en buena parte de estos escritos
no hay imágenes sino conformación de ella con
las palabras precisas.
Sirva de ejemplo esta brevísima reseña de la
ciudad de Roma, en pleno siglo XIX marco para hablarnos de la restauración de
la unidad italiana y la referencia virtual a las mujeres del barrio de
Trastevere, por lo demás dejemos hablar a Martí:
Roma, que se puso de fiesta para recibir a sus reyes a su vuelta de Austria,
ha visto en estos días espectáculos hermosos y cosas amenazadoras. Roma entera
tomó parte en las muestras de entusiasmo que acogieron a Humberto y Margarita,
y el Quirinal, el Obelisco de Fidias, los palacios viejos, las callejas
miasmáticas y oscuras, todo estaba vestido de luces. Era una fiesta llena de jovialidad,
como hecha para recibir a reyes jóvenes. En las calles mezclábanse a los
ancianos soldados, las gallardísimas mujeres del Trastevere, tipo eterno de
amor fervoroso y belleza pictórica. De aquellos óvalos graciosos y dignos,
tranquilos y puros, han tomado los grandes pintores los de sus vírgenes. Su
hermosura es sólida, majestuosa, reposada. Sonríen, como quien premia. Miran, como
quien besa. En pintarlas pasaba Fortuny, el famoso pintor catalán, largas y
memorables horas, cerca de sus casuchas miserables, que como mugriento faldero
de magnate descuidado, se apoyan en las paredes de espléndidas moradas. De esas
luces estaba llena la noche de la recepción la enfermiza Roma, ¡cuna del
pensamiento viejo, horno del pensamiento nuevo, casa del arte, pensamiento
eterno![1]
No hay comentarios:
Publicar un comentario