En
el segundo número de La Edad de Oro, José Martí acerca a los niños a una
fábrica y escoge la que hace los instrumentos más conocidos por ellos, la
cuchara y el tenedor, a modo de interesarlos por los cambios que se están
produciendo en la industria a fines del siglo XIX.
Le dice a los niños que ahora las cosas se
hacen con máquinas, movidas con vapor, pero que el vapor no está debajo de cada
máquina sino en una gran caldera que mueve un motor con ruedas y correas que
mueven al resto de las máquinas, con un lenguaje sencillo para que vayan
conociendo los cambios que se producen en la tecnología.
Les explica que antes se hacían estos
instrumentos manualmente, muy bien hecho, pero en menor cantidad y que ahora se
hacen cucharas y tenedores de diferentes calidades de acuerdo a los baños de
plata que se le dé.
Hace mención a la electricidad de la siguiente
forma, “(…) la electricidad, que es un poder que no se sabe lo que es, pero da
luz, y calor, y movimiento, y fuerzas, y cambia y descompone en un instante los
metales, y a unos los separa, y a los otros los junta, como en este baño de
platear que, en cuanto la electricidad entra y lo revuelve, echa toda la plata
del agua sobre las cucharas y los tenedores colgados dentro de él (…)”
En el cuarto y último número de la revista La Edad de Oro aparece un nuevo
trabajo de divulgación científico técnica, “La
galería de las máquinas” de la exposición de París de 1889, en realidad el
escrito es un pretexto para exponer el grabado de “La Galería de las Máquinas”,
pero en tan breve trabajo Martí deja sentado su modo de proceder al escribir: “A
los niños no se les ha de decir más que la verdad, y nadie debe decirles lo que
no sepa que es como se lo está diciendo, porque luego los niños viven creyendo
lo que les dijo el libro o el profesor, y trabajan y piensan como si eso fuera
verdad, de modo que si sucede que era falso lo que les decían, ya les sale la
vida equivocada”
En el Tomo 8 de las obras completas al
comentar el descubrimiento y utilidad de la Petrografía, en el
estudio de las rocas Martí reflexiona
acerca de la utilidad de las ciencias para el desarrollo humano, pero lamenta
la especialización del hombre, el alejamiento del todo de la naturaleza y la
falta de humildad del hombre ante la madre naturaleza.
“¡Quién que mide su cerebro con el
de la naturaleza, no le pide perdón de haberse creído su monarca! A todo hombre
debieran enseñarse, como códigos de virtud, fijadoras de ideas y esclarecedoras
de la mente, las ciencias naturales-
Dejan en el espíritu, con cierto
desconsuelo de ser tan poco por sí mismo ,cierto gigantesco ímpetu, por ser
miembro de la obra universal en que se colabora: y parece, cuando se acaba de
penetrar uno de sus misterios, que se recibe bendición de un padre magno
ignorado, y que al levantarse del sitial tallado en montes, a seguir la
ruta, se ha posado la mano, ya más
fuerte, como si en mundo acabasen los brazos del sitial, en dos mundos. La
naturaleza, enseña modestia:- luego de conocerla, la virtud es fácil; ya porque
la vida se hace amable, de puro hermosa, ya porque se ve que todo no remata en
el cementerio.
“Pero la época influye de tal modo
en la mente científica, que ésta, para que le excusen su amor a la ciencia
pura, halla siempre manera de ponerla al servicio de las artes prácticas. Los
hombres sólo aman ya lo que les es visible e inmediatamente útil.-La Petrografía es ahora
auxiliar grande de los edificadores: con su microscopio se sabe qué piedra será
buena para fabricar, y se averigua, con tal menudos que no deja ya qué saber,
qué partes de la piedra se irán gastando con la lluvia y el peso, y de qué lado
se empezará luego a caer, y cuánto tiempo resistirá a los elementos.
“Y de ese modo, la pequeña ciencia
se va haciendo grande, el espectroscopio enseña de qué están hechas las
estrellas, y en el rayo de su luz sorprende los elementos mismos que nuestros
pies pisan y nuestros pulmones absorben. El microscopio polarizador descubre la
composición de los meteoritos, que nos caen de los altos espacios, como para
decir a los hombres que no es vana su fe en mundos futuros, y que cuando el
cuerpo que ahora usamos se canse de darnos casa, y nos abra salida,-en tierras desconocidas
se nos ofrece casa nueva.
“Los mismos que cuidan poco de
ciencias, gustan de que se crea que saben de ellas. Ahora, es caso de vergüenza
desconocer los nombres de los grandes trabajadores científicos, que suelen ser,
como Pasteur, ardientes espiritualistas. Alemania, ponderosa y lupúlea, cría
hombres de talento, menudos y pacientes: en un aspecto de la vida sabios, a
expensas de todos los demás aspectos, que ignoran. Y lo que saben, lo saben en
el hecho, que penetran, desencajan y estrujan con mirada invasora; pero no en
su vaporoso sentido y flor de espíritu, que de todo caso y cuerpo de la
naturaleza surge, como el suave olor del heno, y es su real utilidad científica:
-por eso, cuando nace un alemán kantiano, constructor e imaginador, como que los
de la tierra no le han desflorado mucho estos campos, se entra en ellos y saca
a brazadas gran suma de mieses.-El desamparo mismo, o forzado recogimiento, en
que un ideador se encuentra en un pueblo de entendimiento recio, irrita,
exacerba y agiganta la facultad de idear, y la saca de sus bordes legítimos.
“El que posee una condición, se
apega más a ella y la sublima cuando vive entre los que no se la reverencian ni
entienden. Así surgen los grandes agentes, los oradores grandes, de los estados
públicos en que hay gran carencia de la virtud o condición que los anima.
Y así se va sabiendo cómo están
hechos los cielos y la tierra.”[1]
En 1882 escribe para La Opinión Nacional de Caracas,
Venezuela:
“Este siglo (XIX) está preparando
los elementos del siglo venidero que ha ser colosal y originalísimo. Nosotros
somos un ejército en marcha. El siglo que viene (XX) será un ejército en alto.
Ellos espumarán estos manjares que nosotros estamos echando a hervir”[2]
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