A
propósito del 1º de octubre, Día del Adulto Mayor
“Los
años altos”, esa es la definición que utilizó nuestro José Martí para referirse
a esa edad hermosa y fecunda de los que han vivido y por ende son de hecho la
memoria de las familias y las sociedades, los ancianos, los mayores, esos que
hemos andado por el mundo, absolviendo la sabiduría de los que nos rodean,
aprendiendo del contemporáneo, de los mayores y de los menores, porque no se
sería digno de nuestros años sin al recontar la vida, pasando los sesenta, no hemos hecho la cosecha básica de la
humanidad: ser bueno, solidario, amar al otro como nos debemos amar a nosotros
mismos, ser parte de ese todo hermoso que se llama sociedad humana, dejar la
huella de nuestro paso con nuestro
aporte como “homo labori” y “homo ludens” y con la espiritualidad única que
cada ser ha cultivado.
Ese
adulto que soy se enorgullece de haber aportado algo a la vida de su gente, sin
ruido, sin estridencia, mirando sólo dónde pondrá el próximo paso; juzgando,
perdonando, haciendo de sí mismo el juicio único que cada uno puede de sí, y
recordando al poeta cuando escribe: “Y cuando llegue el día del último viaje/ y
esté al partir la nave que nunca ha de tornar/ me encontrareis a bordo ligero
de equipaje/ casi desnudo como los hijos de la mar”[1]
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