En
mayo de 1912 se produjo la protesta armada de los independentistas de color, un
hecho provocado por la ceguera política de los gobernantes de turnos y los que
manejaban el poder en Cuba. Los negros que habían luchado de forma masiva en la
guerra por la independencia clamaban justicia social para ellos y los sectores
humildes de la sociedad cubana; su entrega y sacrificio a la causa por la
independencia de Cuba era alimentada por la esperanza de que el resultado de
aquellos esfuerzos, sería la igualdad plena de derecho en una República como la
proclamó José Martí desde sus prédicas libertarias: “Con todos y para el bien
de todos”.
Para más dolor y tristeza, uno de su raza,
Martín Morúa Delgado, miembro de la
Cámara de Representante, se había apresurado a pasar una Ley
que prohibía los Partido de una sola raza, intención que pudo ser muy bien
fundamentada en la “unidad nacional”, pero que bien aprovechada por los
sectores racistas de la sociedad cubana, sirvió para combatir a “sangre y
fuego”, las justas aspiraciones de los sectores más marginados de la población
cubana, los negros.
En otro momento entraremos en el análisis del
programa del “Partido de los Independentistas de Color”, ahora solo quiero
adelantar que era un programa justo y
progresista, no excluyente sino defensor de los intereses de los humildes
todos, su nombre solo respondía a la ingente necesidad de resaltar la situación
del negro en aquellos momentos y la rebeldía que generó su prohibición, fue un
modo de presionar al gobierno del presidente José Miguel Gómez para acceder a
sus demandas.
De haber querido aquel contingente de rebeldes
veteranos que había enfrentado a España, casi con las manos vacías, hubieran hecho
una fuerte resistencia a la Guardia Rural
que se lanzó a cazarlos en los lomeríos de Guantánamo, Songo, La Maya y otras intrincadas
zonas orientales que ellos conocían muy bien, porque habían sido invencibles en
ellas.
El saldo fue de más de tres mil muertos y una
profunda ola de miedo, ira y frustración, que aún hoy es posible percibir en
las manifestaciones culturales de la época y posterior.
Uno de los ejemplos más significativo fue el
escritor de Santiago de Cuba, José
Manuel Poveda, un mestizo que se revela no solo como poeta sino como un
observador crítico de su época, reflejándola desde su condición social de
marginado e inadaptado en un sistema que lo enajena y frustra:
“Después de todo sería
inútil: no podría prescindir de mi
mismo. Y por ahora, no hay realmente acción posible. Estamos aherrojados por
dobles cadenas. Nos somos independientes. No somos sino una factoría colonial,
obligada a trabajar, y a dar su cosecha y su fruto compelida por el látigo.
Estamos desorganizados y envilecidos como una mala mesnada; no podemos
defendernos. Un soplo de dispersión ha barrido las conciencias, y todo cuanto
había de dignidad, pureza y valentía en las conciencias; un soplo de desilusión
ha disgregado todas las energías creadoras del alma nacional. Somos la sombra
de un pueblo, el sueño de una democracia, el ansia de una libertad. No
existimos.”[1]
Su rebeldía trató de encontrar una vía de
acción a través del Grupo Nacional de
Acción de Arte, asociación intelectual que aspiraba a preservar los más altos
valores de la cultura nacional, como premisa para formar una patria nueva
aupada sobre el pensamiento revolucionario de Antonio Maceo que había critica a los autonomista el tipo de
sociedad que precisamente se enseñoreaba en la República de los primeros
veinticinco años, una sociedad exclusivista, que no daba participación a los
humildes, ni permitía que la independencia fuera total.[2]
La claridad de las ideas de Poveda queda en
sus escritos[3] como continuación de esta
línea de pensamiento de frustración y
rebeldía ante la realidad que vive, por eso se expresa en términos duros y
amargos, aunque sin encontrar solución:
“La intervención
extraña, frustrando el sacrificio frustró la patria. “Entre nosotros” hay
distancia y, “sobre nosotros” influencias. Se frustró el sacrificio y solo han
triunfado los autonomistas. La paz de San Juan equivale a la Paz del Zanjón[4]. Con la diferencia de
que en Baraguá no ha protestado nadie esta vez”[5]
Este es el revelador testimonio de un hombre “(…) que expresa, (…) el estado de
incertidumbre y malestar en el que se debatía la conciencia nacional después de
1912, más allá de las pasiones partiditas de la época”[6]
[1] José Manuel Poveda citado
por Jorge Ibarra en “Un análisis psicosocial del cubano. 1898-1925”, p. 32.
La Habana,
1985
[2] Jorge Ibarra en “Un
análisis psicosocial del cubano. 1898-1925”, pp. 33-34. La Habana, 1985
[3] Jorge Ibarra señala en la
obra citada la paciente labor de rescate del investigador Alberto Rocasolano al
recopilar para la memoria cubana la obra periodística del José Manuel
Poveda en el volumen “Orbita de José
Manuel Poveda”. La Habana, 1975
[4] Se refiere a la rendición
de los españoles a las fuerza cubano-norteamericanas en la Loma de San Juan en las
afueras de Santiago de Cuba, 1898 y a la tregua firmada entre cubanos y
españoles en El Zanjón, en febrero de 1878, para terminar primera guerra de
independencia de Cuba.
[5] José Manuel Poveda citado
por Jorge Ibarra en “Un análisis psicosocial del cubano. 1898-1925”, p. 34.
La Habana,
1985
[6] Jorge Ibarra en “Un
análisis psicosocial del cubano. 1898-1925”, p. 37. La Habana, 1985
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