viernes, 27 de octubre de 2017

EDUCACIÓN, PRIMER PERÍODO REPUBLICANO (1902-1925) (I)

Alfredo M. Aguayo
Desarrolló una destacada labor pedagógica en el período
 


Pese a la noble huella que habían dejado en la educación criolla numerosos pedagogos del país durante el siglo XIX, no será hasta la ocupación norteamericana que se organice un sistema de educación pública que  a pesar de sus cortedades dotó a Cuba de un mecanismo eficaz para elevar la calidad de la enseñanza de la isla. Eso heredó la República que trató de mantenerlo aún pese a los turbios manejos de los políticos en el gobierno de los fondos públicos.

 El censo población efectuado en Cuba en 1899 señaló que la población del país era 1 572797 habitantes y de ellos el 64 % era analfabeto por lo que era necesario modernizar el sistema educativo a fin de ponerlo en condiciones de responder a los retos que se le avecinaban.

“Nuestros males se estimaban “de educación” y, por tanto, “posible de corregir”, propios de todos los pueblos que han sido colonias y a los que la metrópoli inculcaba ideas de inferioridad local”[1]

  La renovación metodológica de la enseñanza que se había iniciado con la ocupación militar norteamericana se mantiene durante todo este período, con los gobernantes dando cierta atención a la educación pública en los primeros gobiernos republicanos, pero en la medida que ganaban confianza y manejaban la maquinaria del estado se fue haciendo cada vez más evidente el desinterés por la educación pública, fundamentalmente la primaria, que nunca pudo hacerse realmente obligatoria para toda la población escolar, en primer lugar por falta de recursos, esquilmado por las “botellas”[2] y los intereses “caciquista” de los políticos, lo que hacía muy difícil abrir aulas y pagar maestros; otro factor era la desigualdad social y económica de la población que agravaba mucho más esta situación de carencias en los campos cubanos, donde prácticamente no existían escuelas y el analfabetismo duplicaba las cifras de las zonas urbanas.

 La Orden Militar Nº 368 del gobierno interventor, inicia las trasformaciones de la educación en el país, fue modificada posteriormente en 1901 y 1902. En ella se estipulaba que la enseñanza primaria era obligatoria y gratuita para los menores de edad, lo que no impedía que miles de niños  no asistían o desertaban antes de completar esta enseñanza, dada la necesidad de laborar y contribuir al sustento familiar, sobre todo en las zonas rurales.

 En el año 1900 había en Cuba 3 595[3] aulas para la enseñanza primaria con una matrícula de 172 000 alumnos de una población escolar de 338 306, es decir el 50,9 %, uno de cada dos niños no asistía a la escuela. En 1907 la matrícula descendió a 122 214 en las escuelas públicas, el 30, 1 % de la población en edad escolar. La tendencia decreciente se mantuvo hasta 1919 con 234 038 alumnos, que representaba solo el 28, 5 % de la población escolar, cerrando el período con una leve recuperación relativa al  matricularse en 1923, 269 796 alumnos, el 30,4 %.

 El número de aulas fue creciendo lentamente, no con el ritmo que exigía la población escolar, pero sí de forma sostenida. En 1907 se reportaban 3841 aulas; en 1920, 5 652, llegando en 1925 a 6 383. Crecimiento que dejaba insatisfecha la demanda escolar en creciente aumento. Pero casi todo este crecimiento se estaba dando en las escuelas privadas, ya que las escuelas públicas en los primeros 25 años de República se vieron afectadas por la disminución constante del presupuesto educacional que bajó del 23 % en 1901 al 15 % en 1923.

  Los planes de estudios de las escuelas primarias fueron creados en 1901 bajo la asesoría de expertos norteamericanos y  modificados  por la Junta de Súper-intendentes en 1905. En 1914 se producen nuevas modificaciones en la mayoría de las asignaturas, acorde con las exigencias pedagógicas del momento, siete años después, 1921 se simplificaron los programas, fundamentalmente en lo referido a la enseñanza rural.

 En la Enseñanza Media Superior, Cuba contaba en 1902 con seis Institutos de Segunda Enseñanza, uno por cada provincia y unas pocas instituciones especiales como la Academia de Artes Plásticas San Alejandro, la Escuela de Artes y Oficio, una Academia de Comercio y una Escuela Normal de Kindergarten.[4] Al Instituto de La Habana se anexa una Escuela Náutica, un Jardín Botánico, así como estudios de taquigrafía y comercio; en el resto de los institutos se anexó una escuela de agrimensura.

 Esta enseñanza  recibió el beneficio reformador del “Plan Varona” que perfecciona el programa de estudios para este nivel, haciendo énfasis en la enseñanza de las ciencias y las asignaturas prácticas, por sobre las humanísticas. La enseñanza pre-universitaria se impartía en cuatro años con el siguiente programa: gramática, literatura castellana, idioma (inglés o francés), geografía universal, historia universal, matemática (hasta la trigonometría), química, física, historia natural, lógica, nociones de psicología, enseñanza cívica, y como opcionales: cosmología (descripción física del mundo), sociología y biología. Este Plan estuvo vigente hasta 1937.

 Sobre este Plan educacional el mismo Varona diría: “Solo he intentado sentar las bases y hacer trazas en el terreno dejando de la mano de los obreros las definitivas construcciones”[5]

 La reforma del programa de enseñanza universitaria quedó también en manos de Enrique José Varona quien pretendía crear una “universidad modesta” de acuerdo a los recursos del momento, pero que debía desarrollarse como una gran universidad, “(…) cuando tengamos más riquezas, más población y más sosiego”[6]

 En base a sus planes se organizaron tres facultades: Derecho, Medicina y Letras y Ciencias. La primera contaba con las escuelas de Derecho Civil, Público y Notarial; la segunda con la Medicina, Farmacia, Cirugía Dental y Veterinaria y la tercera: Letras y Filosofía; Pedagogía, Ciencias, Ingenieros Eléctricos, Arquitectura y Agronomía.

 Con el término del régimen colonial español se presenta en Cuba un agudo problema de falta de maestros, lo que fue enfrentado por el gobierno de ocupación yanqui primero y por las autoridades republicanas después, con la formación emergente de maestros en cursos de verano para capacitar el personal que atendería a las escuelas primarias. Con ese plan se habilitaron miles de maestros hasta 1908 en que terminaron estos cursos, refrendando los títulos de los docentes por  ley en 1909. De esta forma se crea una estabilidad en el sector magisterial, que hasta ese año rendía exámenes anuales acorde con el resultado obtenido, dependiendo de ello la continuidad de su contrato. Los cursos de verano, pese a sus limitaciones, crearon las bases del magisterio nacional. Estas deficiencias partían básicamente de la falta de adecuación a nuestras realidades sociales  de  los sistemas pedagógicos de los Estados Unidos.

 La Ley Escolar de 1909, obra de Ezequiel García, va dirigida a perfeccionar el sistema de enseñanza  primaria, creado por los pedagogos norteamericanos. Se reorganizan las Juntas de Educación, creada por el primer gobierno interventor, se instaura la Inspección de Distrito, disponiéndose la estabilidad de los maestros.

 Tomando conciencia de la formación de los maestros de Cuba, Manuel Sanguily presenta un proyecto de Ley para la creación de las escuelas Normales para hembras y varones en cada provincia (1915), establecidas entre 1916 y 1919, una de hembra y otras de varones en La Habana y una mixta en el resto de las provincias, completando el sistema se crea la Escuela del Hogar para preparar maestras de economía doméstica y trabajos manuales.

 La educación privada se reglamenta por la Orden Nº 4 de 1902, autorizando la apertura de escuelas de enseñanza elemental, continuando la tradición colonial, cuando estas escuelas llenaron un vacío que las autoridades coloniales no  ocuparon. A partir de la intervención norteamericana este tipo de enseñanza se regulariza y supervisa en sus funciones docentes.

 Desde la primera intervención las autoridades yanquis, a la vez que organizan la enseñanza pública, alentaban la penetración de instituciones escolares extranjeras, principalmente de Europa y los Estados Unidos, que traían programas educativos divorciados de los intereses nacionales e impulsados por lo más conservador dentro de la pedagogía de la época.

 La enseñanza privada durante el primer período republicano cobra impulso, alentada por múltiples instituciones de diversos orígenes, en su mayoría, religiosas, fraternales, sociedades mutualistas, grupos filántropos e instituciones extranjeras. Los mejores y más grandes colegios del país eran privados y en su mayoría religiosos, su matrícula general ascendía a unos veinte mil alumnos y dado su alto costo se convirtieron en formadores de la élite del país, aun cuando el estado conservaba el monopolio de la expedición de títulos en cualquier enseñanza.

 Por lo pernicioso que era para la sociedad cubana, los sectores más progresistas se preocuparon por la fuerte penetración de estas instituciones escolares religiosas y abogaron por la enseñanza laica, fundamentalmente en la primaria. Este proceso tuvo su momento más importante en 1917 cuando el joven Dr. Fernando Ortiz presentó al congreso un proyecto de reforma de la enseñanza, argumentando que la misma debería estar bajo control del estado, principalmente la primaria, para prever que “personas ajenas e incompetentes eviten el desarrollo del patriotismo en los niños” e impedir la influencias de, “doctrinas caducas y condenadas por las ciencias contemporáneas”, el proyecto fue rechazado por el Congreso sin discutirlo.[7]





[1] Loló de la Torriente, “Imagen en dos tiempos”, pág. 102. La Habana, 1982
[2] “La botella” es el modo de llamar en la Cuba de entonces al cobro por una puesto de trabajo estatal que no se ejerce, se le concedía fundamentalmente a los jefes politiqueros que controlaban los gobiernos locales y los ministerios.
[3] Datos tomados de la “Historia de la Nación Cubana” Tomo X, Colectivo de Autores, 1952
[4] Enseñanza pre-escolar.
[5] Citado por Loló de la Torriente en Tomando de “Imagen de dos tiempos”, pp.97-98 La Habana, 1982
[6] Ídem, pág. 98
[7] José Grigulévich. “La cultura nacional cubana en el período de la dominación del imperialismo” en La Historia de Cuba. Tomo II, pág. 257. Moscú, 1980

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