martes, 24 de octubre de 2017

LAS CIENCIAS EXACTAS EN CUBA (1925-1940)





En cuanto a las ciencias exactas y la aplicación tecnológica, el país mantuvo un lento desarrollo que se traduce en casi un estancamiento de algunas ramas en las que existía un reducido número de especialistas de la Universidad de La Habana y pocos centros de investigación.
 La rama azucarera de gran tradición en el país tenía un buen número de técnicos, químicos, agrónomos y de otras especialidades que formaron la Asociación de Técnico Azucareros (ATAC)[1] que convoca a partir de 1927 un congreso anual para discutir los problemas relacionados con la fabricación y comercialización del azúcar. La ATAC tenía varias secciones: agricultura, fabricación, ingeniería, productos secundarios, nutriología, investigación y uso del azúcar. Publicaba anualmente sus memorias en inglés y español.
 El desarrollo azucarero en Cuba afrontó el reto de las plagas del “virus del mosaico” que destruyó muchas plantaciones cañeras y que fueron enfrentadas por la Estación Agronómica de Santiago de Las Vegas, que en 1927 introdujo la variedad de caña POJ-2878, la cual salvaría a la industria azucarera cubana. La Estación estudio la enfermedad en las condiciones de Cuba y se prepararon los técnicos que la enfrentarían en todas las provincias.
 La Estación de Santiago de Las Vegas, aunque estatal enfrentó diversas dificultades económicas para desarrollar sus investigaciones, de las cuales muchas eran engavetadas sin la debida publicación y conocimiento de los interesados.
 Pero en sentido general esta institución jugó un rol muy importante en los estudios agronómicos en Cuba,  siendo la base para la creación de algunas instituciones de investigación como fueron: la estación Experimental de la Caña (1924-1932) creada por el Club Azucarero de Cuba en el Central Baraguá; la Estación Experimental del Tabaco (1937) en San Juan y Martínez, Pinar del Río y la Estación Experimental del Café (1939) en Palma Soriano.
 En este período se produce un redescubrimiento de los trabajos cañeros de Álvaro Reynoso, cuyas obras casi no había tenido aplicación en Cuba, pese al buen resultado que tuvieron en otros países. El magnate azucarero José Miguel Tarafa paga una reimpresión de cinco mil ejemplares del libro “Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar” de Álvaro Reynoso, para distribuirlo gratuitamente entre los colonos.
 En cuanto a la industria azucarera y sus derivados, el ingeniero José de la Maza patentó diez procedimientos para producir celulosa con diversas fibras de la caña. En el central Tuinicú, provincia de Santi Spíritus, instaló una fábrica experimental. Fue el primero en extraer la celulosa del bagazo de la caña de azúcar y produjo con ella papel periódico hecho de bagazo. El ingeniero de la Maza es considerado una autoridad mundial en esta materia.
 Otro profesional de meritorio trabajo fue el ingeniero Eugenio Armando Vázquez quien registró en 1928 en los Estados Unidos un aparato para producir simultáneamente azúcar y pulpa para papel; en 1930 un procedimiento para producir celulosa; en 1932 un proceso para producir subproductos extraídos de la caña de azúcar e inventor del método “vazcaine” para la producción de tablas aisladoras de bagazo de caña. Dejó publica el libro, “Utilización de los residuos de la industria azucarera”.
 Las ciencias médicas continuó desarrollando  individualidades de gran destaque, aunque la situación de la salubridad y la prevención de  enfermedades era muy lamentable.
 Uno de los médicos cubanos más distinguido en el período lo fue el doctor Domingo M. Gómez, establecido en París en la década del 30, colaboró con el profesor Henri Vaquez, Director del Servicio Hospitalario de París, con quien trabaja en investigaciones médicas de gran envergadura. Junto a los doctores Vaquez y Cley, participa en la creación de un nuevo oscilómetro[2]; sus  estudios y descubrimientos en el tratamiento de la hipertensión arterial con extracto de la región cordial del riñón, fueron reconocidos con el premio Mesureur, que entrega la Academia de Medicina de París cada cinco años. Sus estudios sobre la hemodinámica son pioneros en el ámbito médico de la época; aplicó por primera vez el fenómeno de la Piezo-electricidad, descubierto por Pierre Curie, a la medición de la tensión sanguínea de los vasos, con un equipo inventado por él, el Piezographe. Su compendio de las leyes de la hemodinámica fueron publicada en Cuba costeado por el gobierno cubano.[3]
 El cirujano José A. Presno Bastiony, médico de larga y exitosa carrera en Cuba, fue el pionero en cirugía de las vías biliares y de la pielotomía en la isla y operó por primera vez las aneurismas en las extremidades en 1938. Uno de los mejores cirujanos de principios del siglo XX, docente destacado y autor de un texto básico para los cirujanos cubanos de esos tiempos: “Clínica Quirúrgica y Técnica Operatoria” (1920)[4]
 Doctor Ricardo Núñez Portuondo, cirujano pionero en la aplicación de las técnicas de gastrectomía totales, toracoplastias y drenajes de abscesos pulmonares.
Doctor Agustín Castellano descubridor de la angiocardiografía en 1937, cuyo procedimiento es indispensable para el diagnóstico de cardiopatías y de uso común en todo el mundo. Publicó más de un centenar de trabajos en revistas médicas de Cuba y en otras partes del mundo.[5]
 Los doctores Octavio Montoro y José M. Martínez Cañas introducen en Cuba la técnica del drenaje biliar y el tratamiento científico de la diabetes en 1924. Detectan en Cuba los primeros casos de encefalitis letárgica.
 El doctor Arturo Curbelo, eminente bacteriólogo cubano autor de varios libros sobre el tema, que fueron bibliografía de consultas en los estudios de medicina en Cuba. Entre sus más importantes aportes, está la localización por primera vez en Cuba del bacilo disentérico (Shiga) en 1936, con la colaboración del doctor José M. Martínez y posteriormente junto a otros especialistas cubanos identifica la “Salmonella Habana”, en momentos de un brote epidémico, que fue combatido eficazmente por estos especialistas.
 El doctor Clemente Inclán, profesor de la Universidad de La Habana, ortopédico, introdujo numerosas técnicas quirúrgicas, principalmente en el uso de donantes óseos conservados en frío (1936), cuya aplicación tuvo repercusión en la medicina internacional de su época.
 Los doctores Nicolás Puentes Duany, oncólogo y Carlos Ramírez Corría, neurólogo, realizaron la primera leucotomía pre frontal en el país (1937).
 En 1927 se crea el “Instituto Finlay” cuyo objetivo social eran los estudios relacionados con la higiene y la medicina preventiva. Dotado de un moderno equipamiento, la institución logró relevantes resultados científicos, como el descubrimiento de la paratifoidea C en Cuba; formas de Salmonelosis, muy infecciosas y antes no descritas; Leptospirosis ictero-hemorrágica (enfermedad de Well); estudios de la forma de Rickkettosis y su tratamiento con antibiótico y ensayos de tratamientos nuevos de la fiebre tifoidea, entre otras. Este esfuerzo científico ha redundado en la reducción de los índices de mortalidad por estas enfermedades infecciosas.
 En 1937 surge el “Instituto de Medicina Tropical” creado por el eminente profesor Pedro Kourí con sede en el Hospital Calixto García de La Habana y dentro de la facultad de Medicina de la Universidad de La Habana. Pronto se constituye en un centro de investigación de referencia internacional en cuanto a las enfermedades tropicales, pero con muy poca aplicación en los hospitales cubanos, que carecían de salas especializadas en parasitología.
 El estudio sobre distomatosis hepática realizado en 1932 realizado por los doctores Kourí y Rogelio Arenas, son el aporte más novedosos en estudios de parasitología en el período.
 En los estudios botánicos en este período sobresalen tres estudiosos que ya tenían una obra consolidada desde principios del siglo XX: Tomás Roig, el ingeniero Julián Acuña y el Hermano León, jesuita e investigador de la flora cubana.
 Juan Tomás Roig publica dos obras de gran importancia en este período: “Diccionario Botánico de Nombres Vulgares” (1928), reeditado varias veces y su monografía, “Plantas Medicinales Aromáticas y Venenosas de Cuba” (1945).
 El ingeniero Julián Acuña (1900-1970) quien junto a Tomás Roig son figuras destacadas en las investigaciones en la Estación Experimental de Santiago de las Vegas”, se dedicó al estudio de las plantas y a la introducción de otras por sus valores económicos, como el kenaf y varias plantas forrajeras, también dedicó tiempo al estudio de las orquídeas y de las plantas melíferas de Cuba.
 El trabajo investigativo del religioso francés Joseph Sylvestre Sauget (Hermano León) durante treinta años dedicado al estudio de la flora cubana dejó una buena cantidad de trabajos publicados, describiendo nuevas especies de la isla. La mayoría de estas monografía fueron publicadas por el Colegio La Salle: “Contribución al estudio de las palmas de Cuba” (1931), “El género Melocaetus en Cuba” (1934), “Contribución al estudio de las palmas de Cuba II y III. Género Copernicia” (1936), “Contribución al estudio de las palmas de Cuba IV. Un corojo nuevo para la ciencia” (1940) y “Contribución al estudio de las Cactáceas de Cuba II. El Leptocereus de Cojimar” (1940)
 La obra más relevante en los estudios de botánica en este período fue, “Flora Cubana” (I y II) (1946), escrita por los eclesiásticos del Colegio La Salle, Hermanos León y Alaín (H. Liogier), en colaboración con los botánicos cubanos Juan Tomás Roig y Julián Acuña.
  En 1930 el doctor Mario Sánchez Alfonso publicó en las “Memorias del Instituto de Investigaciones Científicas”, un importante estudio sobre las algas cubanas. A estas plantas marinas también dedicó sus estudios el doctor Isidoro Castellano.
 Cerca de la ciudad de Cienfuegos se creó el mejor Jardín Botánico del país, fomentado en terrenos del Central Soledad. Su origen se remonta a los trabajos realizados en su finca por el botánico norteamericano Erwin F. Atkin a lo largo de unos 40 años con fines experimentales e investigativos. En 1899 algunos científicos de la Universidad de Harvard llegaron a un acuerdo con Atkin para convertir su finca en una Estación de Investigaciones Tropicales. Luego de años de trabajo científico se inauguró oficialmente el Jardín Botánico en 1932 con el nombre de “The Atkins Instituction of the Arnold Arnoretum”. En 1933 el jardín botánico tenía 1970 especies de 165 familias y realizó una importante labor en el estudio de variedades cañeras, selección y aclimatación de plantas tropicales, con una importante colección de orquídeas y plantas ornamentales. Allí colaboraron los botánicos cubanos Tomás Roig, Julián Acuña y el mencionado Hermano León del Colegio La Salle.
 El ingeniero José Isaac del Corral Alemán (1882-1946) fue el sabio polifacético, con una notable obra en selvicultura, ordenación de montes y otros temas relativos a la rama forestal, muchas de ellas aparecidas en las, “Revista de la Agricultura” y “Agricultura y Zootecnia”. Sus obras más relevantes en estos temas fueron: “Ordenación y valoración de montes”, tres tomas (1935) y 1938; “El derecho forestal cubano” (1936) y “Curso de aprovechamiento e industrias forestales” (1942-1946)
 En ingeniero Carral fue creador de los viveros forestales establecidos en La Habana en 1925, en 1933 crea la Escuela Forestal “Pozos Dulces” en La Habana que graduaba a sus alumnos en la especialidad de silvicultura.
 En piscicultura de agua dulce, el ingeniero Corral es precursor al publicar en 1927 un folleto sobre el tema y en 1931 su monografía, “Repoblación Piscícola de nuestros ríos”. Las investigaciones sobre peces cubanos de agua dulce y su explotación económica impulsó el establecimiento de la primera Estación de Piscicultura en la isla (1934), creada por el Ministerio de agricultura.
 José Isaac del Corral fue también geólogo, ingeniero de minas, metalúrgico y matemático, teniendo a su cargo la reglamentación sobre la explotación de minas en los primeros años del siglo XX, proponiendo la creación de una Comisión para hacer el mapa geológico de Cuba, obra terminada en 1938. En matemáticas fue la mayor autoridad del país dando a conocer en Cuba los avances más relevantes que se producían en ese campo.
 El doctor Carlos de la Torre es una autoridad mundial en el estudio de las polímitas publicando en 1940 su obra, “Género Polymita”, dedicándose también al estudios de los moluscos cubanos.
 Los estudios sobre la fauna cubana ocupan a un pequeño grupo de  profesores y especialistas como Carlos Guillermo Aguayo y Jaime García, quienes dieron conocer un “Catálogo de Moluscos Cubanos”; el ictiólogo Luis Howell Rivero, quien estudió la especie cubanas de peces y publicó sus  hallazgos en obras como, “Los peces apodales de Cuba” (1932), “Peces nuevos para la fauna cubana” (1934) y “Tiburón Azul” (1934).
 Los trabajos geológicos y de minas abundaron en este período, hechos por investigadores cubanos y extranjeros, en su mayoría estadounidenses, pero tras los estudios faltó el propósito de aprovechar los recursos para el desarrollo nacional. Entre los cubanos se destacan además de  José Isaac del Corral, el ingeniero Antonio Calvache con una larga experiencia en los estudios geológicos en Cuba que dejó plasmada en obras como: “Esquema de las riquezas mineras de Cuba” (1936), “El níquel y su aplicación industrial, minerales y metalurgia del níquel” (1937) y otros estudios dedicados a yacimientos de otros minerales en Cuba.
 En los estudios del suelo el gobierno contrata en 1928 a los especialistas estadounidenses H.H. Bennett y R.B. Allison, ellos confeccionaron un mapa a escala 1:300 000, con textos explicativos en inglés.: “The soils of Cuba”. En 1933 Bennett hace un nuevo recorrido y resume sus observaciones en un trabajo complementario, “Some new Cuban Soils”
 Este es el panorama de las ciencias exactas cubanas, sin apoyo oficial o de instituciones que permitieran una mayor aplicación de estos estudios al desarrollo del país y con unos pocos cientos de especialistas en la Universidad y los contados centros de investigación.



[1] Fundada el 3 de enero de 1927 en La Habana
[2] Equipo para medir la oscilación arterial y que llevó el nombre de Kimometre
[3] Historia de la Nación Cubana, tomo X, pág., 158
[4] Ídem.  Pág. 159
[5] Ídem. Pág. 160

No hay comentarios:

Publicar un comentario