En
cuanto a las ciencias exactas y la aplicación tecnológica, el país mantuvo un
lento desarrollo que se traduce en casi un estancamiento de algunas ramas en
las que existía un reducido número de especialistas de la Universidad de La
Habana y pocos centros de investigación.
La rama azucarera de gran tradición en el país
tenía un buen número de técnicos, químicos, agrónomos y de otras especialidades
que formaron la Asociación de Técnico Azucareros (ATAC)[1]
que convoca a partir de 1927 un congreso anual para discutir los problemas
relacionados con la fabricación y comercialización del azúcar. La ATAC tenía
varias secciones: agricultura, fabricación, ingeniería, productos secundarios,
nutriología, investigación y uso del azúcar. Publicaba anualmente sus memorias
en inglés y español.
El desarrollo azucarero en Cuba afrontó el
reto de las plagas del “virus del mosaico” que destruyó muchas plantaciones
cañeras y que fueron enfrentadas por la Estación Agronómica de Santiago de Las
Vegas, que en 1927 introdujo la variedad de caña POJ-2878, la cual salvaría a
la industria azucarera cubana. La Estación estudio la enfermedad en las
condiciones de Cuba y se prepararon los técnicos que la enfrentarían en todas las
provincias.
La Estación de Santiago de Las Vegas, aunque
estatal enfrentó diversas dificultades económicas para desarrollar sus
investigaciones, de las cuales muchas eran engavetadas sin la debida
publicación y conocimiento de los interesados.
Pero en sentido general esta institución jugó
un rol muy importante en los estudios agronómicos en Cuba, siendo la base para la creación de algunas
instituciones de investigación como fueron: la estación Experimental de la Caña
(1924-1932) creada por el Club Azucarero de Cuba en el Central Baraguá; la
Estación Experimental del Tabaco (1937) en San Juan y Martínez, Pinar del Río y
la Estación Experimental del Café (1939) en Palma Soriano.
En este período se produce un redescubrimiento
de los trabajos cañeros de Álvaro Reynoso, cuyas obras casi no había tenido
aplicación en Cuba, pese al buen resultado que tuvieron en otros países. El
magnate azucarero José Miguel Tarafa paga una reimpresión de cinco mil
ejemplares del libro “Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar” de Álvaro
Reynoso, para distribuirlo gratuitamente entre los colonos.
En cuanto a la industria azucarera y sus
derivados, el ingeniero José de la Maza patentó diez procedimientos para
producir celulosa con diversas fibras de la caña. En el central Tuinicú,
provincia de Santi Spíritus, instaló una fábrica experimental. Fue el primero
en extraer la celulosa del bagazo de la caña de azúcar y produjo con ella papel
periódico hecho de bagazo. El ingeniero de la Maza es considerado una autoridad
mundial en esta materia.
Otro profesional de meritorio trabajo fue el
ingeniero Eugenio Armando Vázquez quien registró en 1928 en los Estados Unidos
un aparato para producir simultáneamente azúcar y pulpa para papel; en 1930 un
procedimiento para producir celulosa; en 1932 un proceso para producir
subproductos extraídos de la caña de azúcar e inventor del método “vazcaine”
para la producción de tablas aisladoras de bagazo de caña. Dejó publica el
libro, “Utilización de los residuos de la industria azucarera”.
Las ciencias médicas continuó
desarrollando individualidades de gran
destaque, aunque la situación de la salubridad y la prevención de enfermedades era muy lamentable.
Uno de los médicos cubanos más distinguido en
el período lo fue el doctor Domingo M. Gómez, establecido en París en la década
del 30, colaboró con el profesor Henri Vaquez, Director del Servicio
Hospitalario de París, con quien trabaja en investigaciones médicas de gran
envergadura. Junto a los doctores Vaquez y Cley, participa en la creación de un
nuevo oscilómetro[2];
sus estudios y descubrimientos en el
tratamiento de la hipertensión arterial con extracto de la región cordial del
riñón, fueron reconocidos con el premio Mesureur, que entrega la Academia de
Medicina de París cada cinco años. Sus estudios sobre la hemodinámica son
pioneros en el ámbito médico de la época; aplicó por primera vez el fenómeno de
la Piezo-electricidad, descubierto por Pierre Curie, a la medición de la
tensión sanguínea de los vasos, con un equipo inventado por él, el Piezographe.
Su compendio de las leyes de la hemodinámica fueron publicada en Cuba costeado
por el gobierno cubano.[3]
El cirujano José A. Presno Bastiony, médico de
larga y exitosa carrera en Cuba, fue el pionero en cirugía de las vías biliares
y de la pielotomía en la isla y operó por primera vez las aneurismas en las
extremidades en 1938. Uno de los mejores cirujanos de principios del siglo XX,
docente destacado y autor de un texto básico para los cirujanos cubanos de esos
tiempos: “Clínica Quirúrgica y Técnica Operatoria” (1920)[4]
Doctor Ricardo Núñez Portuondo, cirujano
pionero en la aplicación de las técnicas de gastrectomía totales,
toracoplastias y drenajes de abscesos pulmonares.
Doctor
Agustín Castellano descubridor de la angiocardiografía en 1937, cuyo
procedimiento es indispensable para el diagnóstico de cardiopatías y de uso común
en todo el mundo. Publicó más de un centenar de trabajos en revistas médicas de
Cuba y en otras partes del mundo.[5]
Los doctores Octavio Montoro y José M.
Martínez Cañas introducen en Cuba la técnica del drenaje biliar y el
tratamiento científico de la diabetes en 1924. Detectan en Cuba los primeros
casos de encefalitis letárgica.
El doctor Arturo Curbelo, eminente
bacteriólogo cubano autor de varios libros sobre el tema, que fueron
bibliografía de consultas en los estudios de medicina en Cuba. Entre sus más
importantes aportes, está la localización por primera vez en Cuba del bacilo disentérico
(Shiga) en 1936, con la colaboración del doctor José M. Martínez y posteriormente
junto a otros especialistas cubanos identifica la “Salmonella Habana”, en
momentos de un brote epidémico, que fue combatido eficazmente por estos
especialistas.
El doctor Clemente Inclán, profesor de la
Universidad de La Habana, ortopédico, introdujo numerosas técnicas quirúrgicas,
principalmente en el uso de donantes óseos conservados en frío (1936), cuya
aplicación tuvo repercusión en la medicina internacional de su época.
Los doctores Nicolás Puentes Duany, oncólogo y
Carlos Ramírez Corría, neurólogo, realizaron la primera leucotomía pre frontal
en el país (1937).
En 1927 se crea el “Instituto Finlay” cuyo
objetivo social eran los estudios relacionados con la higiene y la medicina
preventiva. Dotado de un moderno equipamiento, la institución logró relevantes
resultados científicos, como el descubrimiento de la paratifoidea C en Cuba;
formas de Salmonelosis, muy infecciosas y antes no descritas; Leptospirosis ictero-hemorrágica
(enfermedad de Well); estudios de la forma de Rickkettosis y su tratamiento con
antibiótico y ensayos de tratamientos nuevos de la fiebre tifoidea, entre
otras. Este esfuerzo científico ha redundado en la reducción de los índices de
mortalidad por estas enfermedades infecciosas.
En 1937 surge el “Instituto de Medicina
Tropical” creado por el eminente profesor Pedro Kourí con sede en el Hospital
Calixto García de La Habana y dentro de la facultad de Medicina de la
Universidad de La Habana. Pronto se constituye en un centro de investigación de
referencia internacional en cuanto a las enfermedades tropicales, pero con muy
poca aplicación en los hospitales cubanos, que carecían de salas especializadas
en parasitología.
El estudio sobre distomatosis hepática
realizado en 1932 realizado por los doctores Kourí y Rogelio Arenas, son el
aporte más novedosos en estudios de parasitología en el período.
En los estudios botánicos en este período
sobresalen tres estudiosos que ya tenían una obra consolidada desde principios
del siglo XX: Tomás Roig, el ingeniero Julián Acuña y el Hermano León, jesuita
e investigador de la flora cubana.
Juan Tomás Roig publica dos obras de gran
importancia en este período: “Diccionario Botánico de Nombres Vulgares” (1928),
reeditado varias veces y su monografía, “Plantas Medicinales Aromáticas y
Venenosas de Cuba” (1945).
El ingeniero Julián Acuña (1900-1970) quien
junto a Tomás Roig son figuras destacadas en las investigaciones en la Estación
Experimental de Santiago de las Vegas”, se dedicó al estudio de las plantas y a
la introducción de otras por sus valores económicos, como el kenaf y varias
plantas forrajeras, también dedicó tiempo al estudio de las orquídeas y de las
plantas melíferas de Cuba.
El trabajo investigativo del religioso francés
Joseph Sylvestre Sauget (Hermano León) durante treinta años dedicado al estudio
de la flora cubana dejó una buena cantidad de trabajos publicados, describiendo
nuevas especies de la isla. La mayoría de estas monografía fueron publicadas
por el Colegio La Salle: “Contribución al estudio de las palmas de Cuba”
(1931), “El género Melocaetus en Cuba” (1934), “Contribución al estudio de las
palmas de Cuba II y III. Género Copernicia” (1936), “Contribución al estudio de
las palmas de Cuba IV. Un corojo nuevo para la ciencia” (1940) y “Contribución
al estudio de las Cactáceas de Cuba II. El Leptocereus de Cojimar” (1940)
La obra más relevante en los estudios de
botánica en este período fue, “Flora Cubana” (I y II) (1946), escrita por los
eclesiásticos del Colegio La Salle, Hermanos León y Alaín (H.
Liogier), en colaboración con los botánicos cubanos Juan Tomás Roig y
Julián Acuña.
En 1930 el doctor Mario Sánchez Alfonso
publicó en las “Memorias del Instituto de Investigaciones Científicas”, un
importante estudio sobre las algas cubanas. A estas plantas marinas también
dedicó sus estudios el doctor Isidoro Castellano.
Cerca de la ciudad de Cienfuegos se creó el
mejor Jardín Botánico del país, fomentado en terrenos del Central Soledad. Su
origen se remonta a los trabajos realizados en su finca por el botánico
norteamericano Erwin F. Atkin a lo largo de unos 40 años con fines
experimentales e investigativos. En 1899 algunos científicos de la Universidad
de Harvard llegaron a un acuerdo con Atkin para convertir su finca en una
Estación de Investigaciones Tropicales. Luego de años de trabajo científico se
inauguró oficialmente el Jardín Botánico en 1932 con el nombre de “The Atkins
Instituction of the Arnold Arnoretum”. En 1933 el jardín botánico tenía 1970
especies de 165 familias y realizó una importante labor en el estudio de
variedades cañeras, selección y aclimatación de plantas tropicales, con una
importante colección de orquídeas y plantas ornamentales. Allí colaboraron los
botánicos cubanos Tomás Roig, Julián Acuña y el mencionado Hermano León del
Colegio La Salle.
El ingeniero José Isaac del Corral Alemán
(1882-1946) fue el sabio polifacético, con una notable obra en selvicultura,
ordenación de montes y otros temas relativos a la rama forestal, muchas de
ellas aparecidas en las, “Revista de la Agricultura” y “Agricultura y
Zootecnia”. Sus obras más relevantes en estos temas fueron: “Ordenación y
valoración de montes”, tres tomas (1935) y 1938; “El derecho forestal cubano”
(1936) y “Curso de aprovechamiento e industrias forestales” (1942-1946)
En ingeniero Carral fue creador de los viveros
forestales establecidos en La Habana en 1925, en 1933 crea la Escuela Forestal
“Pozos Dulces” en La Habana que graduaba a sus alumnos en la especialidad de
silvicultura.
En piscicultura de agua dulce, el ingeniero
Corral es precursor al publicar en 1927 un folleto sobre el tema y en 1931 su
monografía, “Repoblación Piscícola de nuestros ríos”. Las investigaciones sobre
peces cubanos de agua dulce y su explotación económica impulsó el
establecimiento de la primera Estación de Piscicultura en la isla (1934),
creada por el Ministerio de agricultura.
José Isaac del Corral fue también geólogo,
ingeniero de minas, metalúrgico y matemático, teniendo a su cargo la
reglamentación sobre la explotación de minas en los primeros años del siglo XX,
proponiendo la creación de una Comisión para hacer el mapa geológico de Cuba,
obra terminada en 1938. En matemáticas fue la mayor autoridad del país dando a
conocer en Cuba los avances más relevantes que se producían en ese campo.
El doctor Carlos de la Torre es una autoridad
mundial en el estudio de las polímitas publicando en 1940 su obra, “Género
Polymita”, dedicándose también al estudios de los moluscos cubanos.
Los estudios sobre la fauna cubana ocupan a un
pequeño grupo de profesores y
especialistas como Carlos Guillermo Aguayo y Jaime García, quienes dieron
conocer un “Catálogo de Moluscos Cubanos”; el ictiólogo Luis Howell Rivero,
quien estudió la especie cubanas de peces y publicó sus hallazgos en obras como, “Los peces apodales
de Cuba” (1932), “Peces nuevos para la fauna cubana” (1934) y “Tiburón Azul”
(1934).
Los trabajos geológicos y de minas abundaron
en este período, hechos por investigadores cubanos y extranjeros, en su mayoría
estadounidenses, pero tras los estudios faltó el propósito de aprovechar los
recursos para el desarrollo nacional. Entre los cubanos se destacan además
de José Isaac del Corral, el ingeniero
Antonio Calvache con una larga experiencia en los estudios geológicos en Cuba
que dejó plasmada en obras como: “Esquema de las riquezas mineras de Cuba”
(1936), “El níquel y su aplicación industrial, minerales y metalurgia del
níquel” (1937) y otros estudios dedicados a yacimientos de otros minerales en
Cuba.
En los estudios del suelo el gobierno contrata
en 1928 a los especialistas estadounidenses H.H. Bennett y R.B. Allison, ellos
confeccionaron un mapa a escala 1:300 000, con textos explicativos en inglés.:
“The soils of Cuba”. En 1933 Bennett hace un nuevo recorrido y resume sus
observaciones en un trabajo complementario, “Some new Cuban Soils”
Este es el panorama de las ciencias exactas
cubanas, sin apoyo oficial o de instituciones que permitieran una mayor
aplicación de estos estudios al desarrollo del país y con unos pocos cientos de
especialistas en la Universidad y los contados centros de investigación.
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