martes, 31 de octubre de 2017

ARQUITECTURA CUBANA (1925-1940)




Durante este período se crean los símbolos arquitectónicos fundamentales del estado burgués cubano, teniendo como base el estilo eclíptico de inspiración norteamericana, que se adecua por igual a edificaciones civiles del país. Se desarrolla el movimiento art deco con una profusa huella en la arquitectura de la época y se desarrolla un monumentalismo futurista a finales del período, impulsado por el presidente Fulgencio Batista.
Uno de las cosas que  más llamó la atención en el programa de gobierno de Gerardo Machado fue su ambicioso Plan de Obras Públicas dirigido por el ingeniero Carlos Miguel de Céspedes, el plan partís de tres obras básicas: la Carretera Central, que uniría  a todo el país; el Capitolio Nacional, sede del Poder Legislativo y el Presidio Modelo, construido en Isla de Pinos.
 La Carretera Central era una obra de infraestructura necesaria, sueño de muchos productores y de poderosos intereses para abaratar los costos de  circulación y exportación de los productos del país. Machado de cara al apoyo buscado en los diferentes sectores de la burguesía nacional, ejecutó esta obra necesaria, que no dejó de convertirse en un lucrativo negocio para él y sus conmilitones, que incluía a las compañías e inversionistas norteamericanas que hicieron una gran negocio.
 El capitolio nacional fue obra de vanidad del estado burgués, ansioso como estaba de contar con fastuosos símbolos de su poder. El presidente Menocal ya había levantado el ecléctico Palacio Presidencial y Machado completó el despilfarro con el Capitolio Nacional, copia tropicalizada del Capitolio de Washington.
 En mayo de 1926 se inicia la construcción de la obra a cargo de una compañía constructora de los Estados Unidos y dirigida por el arquitecto cubano Eugenio Reineri. La costosa obra fue terminada en mayo de 1929 y en su decoración participaron artistas cubanos e italianos, encargados de exaltar la megalomanía  de las clases dominantes.
 El Presidio Modelo, respondía a lo más modernos en cuanto a este tipo de construcciones en ese momento; llevaba en sí toda la carga de aplastamiento y destrucción de la personalidad del recluso, en medio de un hermoso paisaje natural en la pequeña y tranquila isla de Pinos, que de hecho se convirtió en una gran  cárcel.
 Junto a estas tres obras el Plan de Obras Públicas de Machado y Céspedes comprendía otras obras menores pero necesarias: acueductos, dragado de puertos, construcción de viviendas populares, escuelas y hospitales. Algunas de estas obras se realizaron pero otras fueron pospuestas por el costo millonario de las tres primeras y de las obras de remodelación de La Habana, que rebasaron los cálculos previstos, tanto por los altos costos, como por los escandalosos robos que se realizaron.
  Una de las obras costosas del gobierno fue la construcción del Hotel Nacional en la loma de Taganana, en El Vedado, construido dentro de los cánones del eclécticos académico norteamericano, proyectado por la firma «McKim, Mead and White» y entregado en 30 de octubre de 1930.
 Muy manejada por la propaganda  del gobierno fue la construcción de la “ciudad modelo” (Reparto Lutgardita) establecido en la zona de Rancho Boyero en terrenos de una finca propiedad del presidente que con la urbanización aumentaron su valor. La Ciudad Modelo comprendía unas cien casas de viviendas para obreros y empleados de las fábricas que se levantarían en la zona, los servicios comunales necesarios: escuela, hospital, creache (círculo infantil), comercio, teatro, etc. Las fábricas que se levantaron están dedicadas a la producción de pinturas, aceite, envases y calzados.
 Las primeras casas se inauguraron en enero de 1929, con la  entrega de cien, la estación de ferrocarril, la escuela y la oficina del correo.
 Las obras se subastaron públicamente lo que determinó que diferentes firmas y arquitectos se hicieron cargo de las edificaciones, entre las firmas sobresale la «Govantes y Cabarrocas» y entre los arquitectos, Manuel Pérez de la Mesa y Luis Echeverría, este último  director técnico de la Ciudad Modelo.
 Por esta razón en el reparto hubo diversidad estilística, desde el ecléctico al art-decó y el neo-colonial cubano, el único elemento unificador en el reparto fue el repello granuloso que ofrece un acabado rústico a las edificaciones. La Ciudad Modelo fue un negocio redondo para el presidente, dueño de los terrenos, principal accionista de las fábricas y de la «Sociedad Mercantil Lutgardita S.A.»
 La pieza principal del Plan de Obras Públicas de Machado fue el «Plan Director de la Habana», que tenía por finalidad enmendar la escenografía arquitectónica donde se desenvolvía la burguesía nacional. La ciudad abigarrada y desordenada crecía prácticamente sin orden, por ello el gobierno invita al famoso proyectista francés Jean  Claude Nicolás  Forestier(1861-1930), quien vino con un competente equipo conformado por los arquitectos franceses, Eugene E. Beaudouin, Juan Labatut, Luis Heitzler, Theo Levan y M. Sorugue, a los que se unieron los cubanos Raúl Otero, Emilio Vasconcelo, Raúl Hermida, J.I. del Llano y los artistas Manuel Vega y Diego Guevara.
 Forestier y su equipo dividen la obra en dos partes: la primera a largo plazo y resumida en el Plan Director de La Habana y la segunda, más inmediata y que incluye las obras que el gobierno de Machado priorizara para retocar la fachada de la capital: viales, áreas verdes, elementos de mobiliario urbano y algunas remodelaciones a edificios estatales.
 El Plan de arquitecto francés se concretó en tres visitas que hizo a La Habana, la primera entre diciembre de 1925 y febrero de 1926, tiempo durante el cual estudió el plano general de la ciudad, proyectó el Paseo del Prado, el Parque de la Fraternidad, la Avenida del Puerto, la avenida de Las Misiones, el Parque El Maine, remodeló el Parque Central y dejó diseñado los bancos y farolas del Paseo del Prado.
 Su segundo viaje fue entre agosto y diciembre de 1928, dedicado a terminar el Plan Director, proyectando además  la continuación  del Prado frente al Capitolio; la remodelación y construcción de avenidas y paseos en la ciudad; proyecta la escalinata de la universidad y la del Castillo del Príncipe, entre otras obras.
 Su tercer y último viaje se produjo entre enero y marzo de 1930, proyecta los edificios públicos que  rodearían al Capitolio y que no llegaron a construirse; el ensanche de la calle Teniente Rey y proyectos de mobiliario urbano y áreas verdes.
 En cuanto al Plan Director de La Habana, mantiene los códigos eclécticos del Beaux-Arts francés, diseñando una ciudad monumental de grandes avenidas arboladas que permitieran la visión escenográfica de los grandes símbolos del estado: el Capitolio, Palacio Presidencial, Plaza Cívica, Universidad y otros edificios públicos.
 Las características más importante de este Plan Director es la toma de la Loma de los Catalanes como centro rector de la urbe (donde está hoy emplazado el monumento a José Martí y el Consejo de Estado), cuando era un sitio yermo con una pequeña ermita en su cima. Desde este punto donde se levantaría la plaza cívica irradiarían avenidas radiales y diagonales que entrelazarían los diferentes barrios de La Habana.
 El Plan Directos hace énfasis en las áreas verdes, valorando los tres elementos paisajísticos de la ciudad: la bahía, el litoral y la faja verde que acentuaría con la creación del Gran Parque del Almendares y del Gran Parque Nacional, establecidos como pulmones verdes de la ciudad.
 Es muy significativa  la vinculación del Plan Director al desarrollo turístico de la ciudad, al relacionar la proyectada terminal marítima y la de trenes con la plaza cívica a través de una red vial rápida y hermosa.
 El principal problema de este Plan Director ha sido su limitación a lo que era el municipio La Habana, olvidando las grandes barriadas y municipios periféricos: Marianao, Cerro, Víbora, Luyano, Lawton, Guanabacoa y Regla. Para estas áreas solo se diseñaron las vías de enlace, dejándosele  perspectiva al crecimiento desorganizado y acéfalo.
 En la arquitectura cubana de los primeros años del siglo XX se sigue de forma marcada los códigos eclécticos, primero tomados de las academias europeas, principalmente la francesa y luego a través de las interpretaciones de los proyectistas y firmas norteamericanas. Por ello La Habana mantuvo su compacto entramado casi uniforme al igual que las principales ciudades del país. Con sus cuadras regulares de corredores públicos sostenidos por columnatas de diferentes órdenes griegos, toscanas y hasta egipcios, que se intercalan con la aparición de algún raro ejemplar de art-noveau, o alguna edificación neogótica, principalmente iglesias, y ya en la década del veinte un neoplateresco que dejó en La Habana algunas obras significativas.
 En Europa se inician en la década del veinte trasformaciones importantes en la arquitectura que tuvieron en la Exposición de Artes decorativas de 1925 su momento culminante. Los códigos  estilísticos del art noveau se ven reelaborado en un sistema decorativo o de figuras estilizadas, en fachadas lisas. Este fue el sistema conocido por Art-Deco, influenciado por el cubismo, el funcionalismo de Bauhaus, el futurismo y el sentido estructuralista de los monumentos precolombinos.
 En Cuba estos cambios tuvieron que esperar algunos años, por el conservadurismo ecléctico de la clientela burguesa y los ejecutantes criollos y extranjeros.
 Primero hubo una avanzada teórica que llegó en la literatura arquitectónica a fines de la década del veinte. En 1926 aparece en la revista “El Arquitecto”, dirigida por Luis Bay, el primer trabajo sobre arquitectura moderna: “Las nuevas tendencias arquitectónicas”, del arquitecto argentino Alejandro Christophersen; ese propio año José María Bens, en la misma revista publica su artículo, “Momentos modernos de las bellas artes”, con una valoración sobre lo que ocurría en arquitectura en Europa. La revista “Colegio de Arquitectos” de los años 28 y 29 informa sobre la obra de Gropius y de Bruno Taut, mientras el arquitecto cubano Alberto Camacho diserta sobre, “Las falsa visión del arte moderno”
 Todo este ambiente de información y conocimiento sobre arquitectura moderna influyó en los arquitectos cubanos y ya en la década del treinta aparecen las primeras construcciones de estilo funcional, aunque en realidad se limitaron a la sobriedad de la fachada, sin alterar la distribución espacial de la obra.
 Los cambios fueron paulatinos pero seguros, el repertorio ecléctico comienza a depurarse a partir de la influencia del Art-Deco: los frisos, frontones, capiteles y cornisas, se simplifican y reducen a los elementos fundamentales y a motivos decorativos integrados a la funcionalidad de la edificación. Predominan los paños puros y las formas simples, pero se mantiene la simetría y la verticalidad del ecléctico.
 La primera construcción dentro del estilo Art-Deco se levantó en Quinta y 24, Miramar, proyectado por el arquitecto José Mendeguía, luego fu un edificio en Línea y Paseo, Vedado de Joaquín Weiss y Carlos Maruri. Pero el edificio que afianzó el Art-Deco en Cuba fue el conocidísimo “López Serrano”[1] en 13 y L, Vedado de 1932, obra del arquitecto Mira y Rosich, el primer “rascacielos habanero”, con una planta en H que facilita la ventilación e iluminación. Sus muros están trabajados con ligeros entrantes y salientes, concentrando la decoración en el basamento y la entrada.
 La principal obra del Art-Deco cubano es el edificio de la firma licorera Bacardí (Monserrate y Progreso, en La Habana Vieja, realizado por el arquitecto Esteban Rodríguez Castells. El edificio está revestido de cerámica mayólica y su funcionalidad responde a su uso como edificio administrativo. De forma llamativa domina la edificación el símbolo escultórico de la firma Bacardí, un murciélago
 Los componentes estéticos del Art-Deco  se imponen a partir de la década del treinta y continúan utilizándose en los años cuarenta, tanto en edificios públicos y de apartamentos, en residencia y en casas más humildes. Los motivos geométricos, abstractos o figurativos, de los paneles aplicados a las fachadas se repiten de barrio en barrio: Víbora, Lawton, Marianao, Luyanó y otros de La Habana y el interior del país.
 Con la asimilación de los códigos modernos en la década del treinta va aparejado otro movimiento de menos influencia pero de igual importancia para la arquitectura cubana. Aparece un grupo de arquitectos preocupados por la arquitectura  colonial cubana, principalmente del siglo XVIII, su estudio y asimilación de algunos elementos formales de esta etapa: lucetas, medios punto persianas de suelo a techo, guarniciones de puertas y ventanas, entre otras. Entre los investigadores de la arquitectura colonial sobresalen José María Bens, Luis Bay Sevilla y Joaquín Wiess.
 Weiss es el más destacado en este rescate y estudio de la arquitectura colonial cubana, sus estudios y las fotografías que hizo en dichas obras, influyeron mucho en esta corriente neocolonial de la arquitectura cubana.
 Las formulaciones teóricas de este movimiento neocolonial la hizo el arquitecto Leonardo Morales en su ensayo, “La Casa Ideal” (1934) y la definición de esta casa neocolonial la hacen los arquitectos Pedro Martínez Inclán y Eugenio Batista: «patio, puntal, persianas y portal»
 El movimiento neocolonial no supera los presupuestos estéticos eclécticos, pero en cambio los asimila a la arquitectura autóctona, surgiendo edificaciones donde se incorporan estos presupuestos, algunos ejemplos son: Las escuelas tecnológicas de varones y hembras de Rancho Boyeros, las sedes de los gobiernos provinciales de Guanabacoa y Santiago de Cuba[2], la Iglesia de Nueva Gerona en Isla de Pinos[3] y algunas viviendas en el reparto Lutgardita.
 En el caso de las residencias, la planta propuesta parte del patio central como eje de la distribución espacial, pero luego se añaden otras  dependencias propias del ecléctico, lo cual complica un poco la configuración de las mismas.
 Este movimiento neocolonial en arquitectura fomenta también la restauración de algunas edificaciones importantes de La Habana intramuros, obras en la que sobresale Joaquín Weiss, precursor de la restauración de monumentos arquitectónicos en Cuba, aunque se debe  señalar el error que se cometió al retirarle a los edificios restaurados el repello para dejarlos en la piedra desnuda.
 Esta preocupación por la arquitectura tradicional cubana, aunque no constituyó un movimiento fuerte en su momento, si tuvo una fuerte repercusión posterior en el rescate de los valores nacionales en la arquitectura.
 A fines de los años treinta aparecen en Cuba dentro de las corrientes modernas, la tendencia “monumentalista” propia de los regímenes dictatoriales  y dictatoriales, predominaste en la Europa de los años treinta y que en Cuba tenía a  Fulgencio Batista y sus seguidores como simpatizantes.
 Se aprecia en este estilo una tendencia a reducir los elementos formales y la escala humana de las edificaciones, persistencia de columnatas, verticalidad, simetría y la poca presencia de los motivos decorativos.
 Como ejemplo de este estilo están, la Escuela de Ciencias de Pedro Martínez Inclán, la Escuela de Medicina, de Moenck y Quintana y la Biblioteca de Weiss, todo en el recinto de la Universidad de La Habana. La Sede de la Sociedad Económica de Amigos del País (Carlos III e7 Soledad y Castillejo) de Govantes y Cabarrocas; la Escuela de odontología (Carlos III y Avenida de Rancho Boyeros), de E. Rodríguez Castell; los edificios de la Plaza Finlay en Marianao, de Pérez Benitoa; el Hospital de Maternidad de Marianao, de Emilio de Soto y la Escuela de Veterinaria (Carlos III y Ayestarán), de Manuel Tapia Ruano.






[1] En la foto de la página
[2]  En la foto la Sede del gobierno en Santiago de Cuba
[3] En la foto de la derecha

lunes, 30 de octubre de 2017

EDUCACIÓN, PRIMER PERÍODO REPUBLICANO (1902-1925) (II)




En este primer período republicano se publican textos escolares en Cuba de destacados educadores de la isla, como Carlos de la Torres, Alfredo M. Aguayo, Dulce María Borrero y Carolina Poncet, entre otros. Eran textos sobre Lecturas, Lenguaje, Fisiología e Higiene, Moral y Cívica, etc., que tuvieron múltiples ediciones y se usaron durante mucho tiempo en las escuelas nacionales.[1]

  En las ciencias pedagógicas sobresalen grandes figuras que vienen del siglo XIX y que han contribuido grandemente a la formación cultural de la nación cubana, Enrique José Varona, con su voluntad reformadora, realiza una tarea importantísima al emprender la reforma universitaria y ser un firme defensor de la educación cubana.

 Alfredo Miguel Aguayo (1866-1948) destacado profesor de pedagogía de la Universidad de La Habana, fundador de la Pedagogía Moderna en Cuba, con un amplio trabajo, tanto en la docencia, con en la investigación. Sus ensayos  aparecen en libros y revistas: “Pedagogía” (1904), “Las Escuelas  Normales y su organización en Cuba” (1909), “La pedagogía en la universidades” (1909), “Enseñanza de la lengua materna en la escuela elemental” (1910), “La escuela primaria como debe ser” (1916), “El método funcional en la educación” (1916), “Los valores humanos en la sociología y en la educación” (1919) y “El vocabulario de los niños cubanos” (1920)

 Al término de la guerra un grupo de intelectuales cubanos, entre los que se encontraban, Gonzalo de Quesada Arostegui, Néstor Ponce de León, Vidal Morales, Manuel Sanguily, Diego Vicente Tejera y Enrique José Varona, gestionaron con el gobierno de ocupación norteamericano la creación de la Biblioteca Nacional, constituida el 31 de octubre de 1901 y dirigida por Domingo Figarola Caneda, su sede se asentó en el Castillo de la Real Fuerza y sus primeros fondos fueron producto de donaciones privadas, incluyendo los 3 mil volúmenes y una imprenta donada por Pilar Arazoza de Múller. Poco tiempo después se trasladó para el espacioso recinto del Cuartel de la Maestranza, aunque la humedad proveniente de la cercanía al mar fue el principal enemigo de sus fondos, unido a la falta de ayuda oficial.

 En 1918 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional Luis Marino Pérez, sustituido en 1921 por Francisco de Paula Coronado. Estos directores mantuvieron a la biblioteca como un centro cultural con regulares tertulias y reuniones de intelectuales de la época.

 En 1920 el Departamento de Cultura de la Secretaría de Educación crea la Biblioteca Municipal de La Habana, de carácter público y cuyo primer director fue Arturo Carricarte, un eminente periodista y patriota de vasta cultura y férrea voluntad fundadora.

 La Biblioteca Municipal de Santiago de Cuba, nace adjunta al Museo de dicha ciudad, por iniciativa del alcalde Emilio Bacardí. Inaugurada en 1899, mantuvo un carácter público con cuatro pequeñas bibliotecas en barrios de la ciudad y   un eficiente servicio al público, mejorado en 1927 cuando se inaugura el nuevo local del Museo-Biblioteca. La misma ocupó el entresuelo del edifico y recibió el nombre de “Elvira Cape”, viuda de Bacardí y sostenedora de la idea.

 En cuanto a los estudios bibliográficos en este período, sobresale la labor de Carlos M. Trilles (1866-1951), para muchos el más grande bibliógrafo cubano, su obra abarcó todas las temáticas y constituye una base para los estudios del libro en Cuba. Dejó una copiosa obras, correspondiendo a este período, la “Bibliografía de la segunda guerra de independencia y de la Hispano-Yankee” (1902), “Ensayo de Bibliografía Cubana de los siglos XVII y XVIII”, “Bibliografía cubana del siglo XIX” (1911-1915), en 8 tomos; “Los ciento cincuenta  libros más notables que los cubanos han escrito” (1914), “Bibliografía Cubana del siglo XX”, dos tomos (1916-1917), “Biblioteca geográfica cubana” (1920), “bibliografía Antillana” (1921) y “Estudio  de la Bibliografía sobre la Doctrina Monroe” (1922)

 Otro bibliógrafo cubano destacado fue Domingo Figarola Caneda, quien dio a conocer la bibliografía de Rafael María Merchán (1905), de Ramón Meza (1905), de Enrique Piñeiro (1914) y de José de la Luz y Caballero (1916). Escribió además una “Cartografía cubana del Britsh Museum. Catálogo cronológico, planos y mapas de los siglos XVI al XIX “( 1910) y el “Diccionario de seudónimos” (1922).

 En 1910 Mario Guiral Moreno sugiere la idea de crear un Museo Nacional, idea valorizada por los periódicos de la época y materializada por el Decreto 184 del 23 de febrero de 1913, ubicándose en una antigua edificación cedida por el Ayuntamiento de La Habana, siendo su primer director el arquitecto Emilio Herrera[2]. Los primeros tiempos del museo fueron difíciles dado su falta de espacio y fondos por lo que devino en un almacén en el que se depositaron obras de artes, objetos de interés históricos, pero también muchos trates viejos inservibles.

 En 1925 se abre en La Habana el Museo José Martí, impulsado por Arturo Carricarte, su primer director y la devoción de los emigrados cubanos y la masonería habanera. Estaba situado en la Casa Natal del Apóstol y su colección era muy precaria, al igual que sus fondos que provenían de pequeños donativos privados y ninguna ayuda oficial.

 Desde fines del siglo XIX los vecinos de la ciudad de Cárdenas anhelaban tener un Museo, idea que vieron materializada el 19 de marzo de 1900, al abrir un pequeño museo en la habitación que había ocupado Gertrudis Gómez de Avellaneda en la antigua casa consistorial, en ese momento Ayuntamiento de la ciudad. La primera colección de objetos que mostraba provenía del coleccionista y benefactor cardenense Francisco Blanes que había ofrecido su valiosa colección de camafeos, piedras preciosas y monedas antiguas, algunas de ellas del Imperio Romano con unos 2000 años de antigüedad.

 Con el crecimiento de la colección el museo se traslada para el antiguo Cuartel de Infantería donde permanecieron hasta 1906 cuando fueron desalojados por las fuerzas de ocupación yanqui durante la segunda intervención.

 Los cardenenses encabezados por el intelectual y coleccionista Oscar María de Rojas decididos a tener un Museo, crean un “Comité Protector del Museo” recaudan dinero para construir un edificio propio para su institución, inaugurada el 20 de marzo de 1918 como Museo y Biblioteca Pública. La historia de la institución cardenense recoge la veneración de su pueblo por los tesoros patrimoniales de su museo, guardados en casas particulares hasta la inauguración del nuevo local. Tras la muerte de Oscar María de Rojas en 1921 el Museo por él fundado fue bautizado con su nombre.





[1] José G. Ricardo, “Imprenta en Cuba”, pág. 135. La Habana, 1989
[2] Loló de la Torriente, “Imagen en dos tiempos”, pág. 101. La Habana, 1982