Durante
este período se crean los símbolos arquitectónicos fundamentales del estado
burgués cubano, teniendo como base el estilo eclíptico de inspiración
norteamericana, que se adecua por igual a edificaciones civiles del país. Se
desarrolla el movimiento art deco con una profusa huella en la arquitectura de
la época y se desarrolla un monumentalismo futurista a finales del período,
impulsado por el presidente Fulgencio Batista.
Uno de las cosas que más llamó la atención en el programa de
gobierno de Gerardo Machado fue su ambicioso Plan de Obras Públicas dirigido
por el ingeniero Carlos Miguel de Céspedes, el plan partís de tres obras
básicas: la Carretera Central, que uniría
a todo el país; el Capitolio Nacional, sede del Poder Legislativo y el
Presidio Modelo, construido en Isla de Pinos.
La
Carretera Central era una obra de infraestructura necesaria, sueño de muchos
productores y de poderosos intereses para abaratar los costos de circulación y exportación de los productos
del país. Machado de cara al apoyo buscado en los diferentes sectores de la
burguesía nacional, ejecutó esta obra necesaria, que no dejó de convertirse en
un lucrativo negocio para él y sus conmilitones, que incluía a las compañías e
inversionistas norteamericanas que hicieron una gran negocio.
El
capitolio nacional fue obra de vanidad del estado burgués, ansioso como estaba
de contar con fastuosos símbolos de su poder. El presidente Menocal ya había
levantado el ecléctico Palacio Presidencial y Machado completó el despilfarro
con el Capitolio Nacional, copia tropicalizada del Capitolio de Washington.
En mayo
de 1926 se inicia la construcción de la obra a cargo de una compañía
constructora de los Estados Unidos y dirigida por el arquitecto cubano Eugenio
Reineri. La costosa obra fue terminada en mayo de 1929 y en su decoración
participaron artistas cubanos e italianos, encargados de exaltar la
megalomanía de las clases dominantes.
El
Presidio Modelo, respondía a lo más modernos en cuanto a este tipo de
construcciones en ese momento; llevaba en sí toda la carga de aplastamiento y
destrucción de la personalidad del recluso, en medio de un hermoso paisaje
natural en la pequeña y tranquila isla de Pinos, que de hecho se convirtió en
una gran cárcel.
Junto a
estas tres obras el Plan de Obras Públicas de Machado y Céspedes comprendía
otras obras menores pero necesarias: acueductos, dragado de puertos,
construcción de viviendas populares, escuelas y hospitales. Algunas de estas
obras se realizaron pero otras fueron pospuestas por el costo millonario de las
tres primeras y de las obras de remodelación de La Habana, que rebasaron los
cálculos previstos, tanto por los altos costos, como por los escandalosos robos
que se realizaron.
Una de las obras costosas del gobierno fue la
construcción del Hotel Nacional en la loma de Taganana, en El Vedado,
construido dentro de los cánones del eclécticos académico norteamericano,
proyectado por la firma «McKim, Mead and White» y entregado en 30 de octubre de
1930.
Muy
manejada por la propaganda del gobierno
fue la construcción de la “ciudad modelo” (Reparto Lutgardita) establecido en
la zona de Rancho Boyero en terrenos de una finca propiedad del presidente que
con la urbanización aumentaron su valor. La Ciudad Modelo comprendía unas cien
casas de viviendas para obreros y empleados de las fábricas que se levantarían
en la zona, los servicios comunales necesarios: escuela, hospital, creache
(círculo infantil), comercio, teatro, etc. Las fábricas que se levantaron están
dedicadas a la producción de pinturas, aceite, envases y calzados.
Las
primeras casas se inauguraron en enero de 1929, con la entrega de cien, la estación de ferrocarril,
la escuela y la oficina del correo.
Las
obras se subastaron públicamente lo que determinó que diferentes firmas y arquitectos
se hicieron cargo de las edificaciones, entre las firmas sobresale la «Govantes
y Cabarrocas» y entre los arquitectos, Manuel Pérez de la Mesa y Luis
Echeverría, este último director técnico
de la Ciudad Modelo.
Por
esta razón en el reparto hubo diversidad estilística, desde el ecléctico al
art-decó y el neo-colonial cubano, el único elemento unificador en el reparto
fue el repello granuloso que ofrece un acabado rústico a las edificaciones. La
Ciudad Modelo fue un negocio redondo para el presidente, dueño de los terrenos,
principal accionista de las fábricas y de la «Sociedad Mercantil Lutgardita
S.A.»
La
pieza principal del Plan de Obras Públicas de Machado fue el «Plan Director de
la Habana», que tenía por finalidad enmendar la escenografía arquitectónica
donde se desenvolvía la burguesía nacional. La ciudad abigarrada y desordenada
crecía prácticamente sin orden, por ello el gobierno invita al famoso
proyectista francés Jean Claude Nicolás Forestier(1861-1930), quien vino con un
competente equipo conformado por los arquitectos franceses, Eugene E.
Beaudouin, Juan Labatut, Luis Heitzler, Theo Levan y M. Sorugue, a los que se
unieron los cubanos Raúl Otero, Emilio Vasconcelo, Raúl Hermida, J.I. del Llano
y los artistas Manuel Vega y Diego Guevara.
Forestier y su equipo dividen la obra en dos
partes: la primera a largo plazo y resumida en el Plan Director de La Habana y
la segunda, más inmediata y que incluye las obras que el gobierno de Machado
priorizara para retocar la fachada de la capital: viales, áreas verdes,
elementos de mobiliario urbano y algunas remodelaciones a edificios estatales.
El Plan
de arquitecto francés se concretó en tres visitas que hizo a La Habana, la
primera entre diciembre de 1925 y febrero de 1926, tiempo durante el cual
estudió el plano general de la ciudad, proyectó el Paseo del Prado, el Parque
de la Fraternidad, la Avenida del Puerto, la avenida de Las Misiones, el Parque
El Maine, remodeló el Parque Central y dejó diseñado los bancos y farolas del
Paseo del Prado.
Su
segundo viaje fue entre agosto y diciembre de 1928, dedicado a terminar el Plan
Director, proyectando además la
continuación del Prado frente al
Capitolio; la remodelación y construcción de avenidas y paseos en la ciudad;
proyecta la escalinata de la universidad y la del Castillo del Príncipe, entre
otras obras.
Su
tercer y último viaje se produjo entre enero y marzo de 1930, proyecta los
edificios públicos que rodearían al
Capitolio y que no llegaron a construirse; el ensanche de la calle Teniente Rey
y proyectos de mobiliario urbano y áreas verdes.
En
cuanto al Plan Director de La Habana, mantiene los códigos eclécticos del
Beaux-Arts francés, diseñando una ciudad monumental de grandes avenidas
arboladas que permitieran la visión escenográfica de los grandes símbolos del
estado: el Capitolio, Palacio Presidencial, Plaza Cívica, Universidad y otros
edificios públicos.
Las
características más importante de este Plan Director es la toma de la Loma de
los Catalanes como centro rector de la urbe (donde está hoy emplazado el
monumento a José Martí y el Consejo de Estado), cuando era un sitio yermo con
una pequeña ermita en su cima. Desde este punto donde se levantaría la plaza
cívica irradiarían avenidas radiales y diagonales que entrelazarían los
diferentes barrios de La Habana.
El Plan
Directos hace énfasis en las áreas verdes, valorando los tres elementos
paisajísticos de la ciudad: la bahía, el litoral y la faja verde que acentuaría
con la creación del Gran Parque del Almendares y del Gran Parque Nacional,
establecidos como pulmones verdes de la ciudad.
Es muy
significativa la vinculación del Plan
Director al desarrollo turístico de la ciudad, al relacionar la proyectada
terminal marítima y la de trenes con la plaza cívica a través de una red vial
rápida y hermosa.
El
principal problema de este Plan Director ha sido su limitación a lo que era el
municipio La Habana, olvidando las grandes barriadas y municipios periféricos:
Marianao, Cerro, Víbora, Luyano, Lawton, Guanabacoa y Regla. Para estas áreas
solo se diseñaron las vías de enlace, dejándosele perspectiva al crecimiento desorganizado y
acéfalo.
En la
arquitectura cubana de los primeros años del siglo XX se sigue de forma marcada
los códigos eclécticos, primero tomados de las academias europeas,
principalmente la francesa y luego a través de las interpretaciones de los
proyectistas y firmas norteamericanas. Por ello La Habana mantuvo su compacto
entramado casi uniforme al igual que las principales ciudades del país. Con sus
cuadras regulares de corredores públicos sostenidos por columnatas de
diferentes órdenes griegos, toscanas y hasta egipcios, que se intercalan con la
aparición de algún raro ejemplar de art-noveau, o alguna edificación neogótica,
principalmente iglesias, y ya en la década del veinte un neoplateresco que dejó
en La Habana algunas obras significativas.
En
Europa se inician en la década del veinte trasformaciones importantes en la
arquitectura que tuvieron en la Exposición de Artes decorativas de 1925 su
momento culminante. Los códigos
estilísticos del art noveau se ven reelaborado en un sistema decorativo
o de figuras estilizadas, en fachadas lisas. Este fue el sistema conocido por
Art-Deco, influenciado por el cubismo, el funcionalismo de Bauhaus, el
futurismo y el sentido estructuralista de los monumentos precolombinos.
En Cuba
estos cambios tuvieron que esperar algunos años, por el conservadurismo
ecléctico de la clientela burguesa y los ejecutantes criollos y extranjeros.
Primero
hubo una avanzada teórica que llegó en la literatura arquitectónica a fines de
la década del veinte. En 1926 aparece en la revista “El Arquitecto”, dirigida
por Luis Bay, el primer trabajo sobre arquitectura moderna: “Las nuevas
tendencias arquitectónicas”, del arquitecto argentino Alejandro Christophersen;
ese propio año José María Bens, en la misma revista publica su artículo,
“Momentos modernos de las bellas artes”, con una valoración sobre lo que
ocurría en arquitectura en Europa. La revista “Colegio de Arquitectos” de los
años 28 y 29 informa sobre la obra de Gropius y de Bruno Taut, mientras el
arquitecto cubano Alberto Camacho diserta sobre, “Las falsa visión del arte
moderno”
Todo
este ambiente de información y conocimiento sobre arquitectura moderna influyó
en los arquitectos cubanos y ya en la década del treinta aparecen las primeras
construcciones de estilo funcional, aunque en realidad se limitaron a la
sobriedad de la fachada, sin alterar la distribución espacial de la obra.
Los
cambios fueron paulatinos pero seguros, el repertorio ecléctico comienza a
depurarse a partir de la influencia del Art-Deco: los frisos, frontones,
capiteles y cornisas, se simplifican y reducen a los elementos fundamentales y
a motivos decorativos integrados a la funcionalidad de la edificación.
Predominan los paños puros y las formas simples, pero se mantiene la simetría y
la verticalidad del ecléctico.
La
primera construcción dentro del estilo Art-Deco se levantó en Quinta y 24,
Miramar, proyectado por el arquitecto José Mendeguía, luego fu un edificio en
Línea y Paseo, Vedado de Joaquín Weiss y Carlos Maruri. Pero el edificio que afianzó
el Art-Deco en Cuba fue el conocidísimo “López Serrano”[1]
en 13 y L, Vedado de 1932, obra del arquitecto Mira y Rosich, el primer
“rascacielos habanero”, con una planta en H que facilita la ventilación e
iluminación. Sus muros están trabajados con ligeros entrantes y salientes,
concentrando la decoración en el basamento y la entrada.
La
principal obra del Art-Deco cubano es el edificio de la firma licorera Bacardí
(Monserrate y Progreso, en La Habana Vieja, realizado por el arquitecto Esteban
Rodríguez Castells. El edificio está revestido de cerámica mayólica y su
funcionalidad responde a su uso como edificio administrativo. De forma
llamativa domina la edificación el símbolo escultórico de la firma Bacardí, un murciélago
Los
componentes estéticos del Art-Deco se
imponen a partir de la década del treinta y continúan utilizándose en los años
cuarenta, tanto en edificios públicos y de apartamentos, en residencia y en
casas más humildes. Los motivos geométricos, abstractos o figurativos, de los
paneles aplicados a las fachadas se repiten de barrio en barrio: Víbora,
Lawton, Marianao, Luyanó y otros de La Habana y el interior del país.
Con la
asimilación de los códigos modernos en la década del treinta va aparejado otro
movimiento de menos influencia pero de igual importancia para la arquitectura
cubana. Aparece un grupo de arquitectos preocupados por la arquitectura colonial cubana, principalmente del siglo
XVIII, su estudio y asimilación de algunos elementos formales de esta etapa:
lucetas, medios punto persianas de suelo a techo, guarniciones de puertas y
ventanas, entre otras. Entre los investigadores de la arquitectura colonial
sobresalen José María Bens, Luis Bay Sevilla y Joaquín Wiess.
Weiss
es el más destacado en este rescate y estudio de la arquitectura colonial
cubana, sus estudios y las fotografías que hizo en dichas obras, influyeron
mucho en esta corriente neocolonial de la arquitectura cubana.
Las
formulaciones teóricas de este movimiento neocolonial la hizo el arquitecto
Leonardo Morales en su ensayo, “La Casa Ideal” (1934) y la definición de esta
casa neocolonial la hacen los arquitectos Pedro Martínez Inclán y Eugenio
Batista: «patio, puntal, persianas y portal»
El
movimiento neocolonial no supera los presupuestos estéticos eclécticos, pero en
cambio los asimila a la arquitectura autóctona, surgiendo edificaciones donde
se incorporan estos presupuestos, algunos ejemplos son: Las escuelas
tecnológicas de varones y hembras de Rancho Boyeros, las sedes de los gobiernos
provinciales de Guanabacoa y Santiago de Cuba[2],
la Iglesia de Nueva Gerona en Isla de Pinos[3]
y algunas viviendas en el reparto Lutgardita.
En el
caso de las residencias, la planta propuesta parte del patio central como eje
de la distribución espacial, pero luego se añaden otras dependencias propias del ecléctico, lo cual
complica un poco la configuración de las mismas.
Este
movimiento neocolonial en arquitectura fomenta también la restauración de
algunas edificaciones importantes de La Habana intramuros, obras en la que sobresale
Joaquín Weiss, precursor de la restauración de monumentos arquitectónicos en
Cuba, aunque se debe señalar el error
que se cometió al retirarle a los edificios restaurados el repello para
dejarlos en la piedra desnuda.
Esta
preocupación por la arquitectura tradicional cubana, aunque no constituyó un
movimiento fuerte en su momento, si tuvo una fuerte repercusión posterior en el
rescate de los valores nacionales en la arquitectura.
A fines
de los años treinta aparecen en Cuba dentro de las corrientes modernas, la
tendencia “monumentalista” propia de los regímenes dictatoriales y dictatoriales, predominaste en la Europa de
los años treinta y que en Cuba tenía a
Fulgencio Batista y sus seguidores como simpatizantes.
Se
aprecia en este estilo una tendencia a reducir los elementos formales y la
escala humana de las edificaciones, persistencia de columnatas, verticalidad,
simetría y la poca presencia de los motivos decorativos.
Como
ejemplo de este estilo están, la Escuela de Ciencias de Pedro Martínez Inclán,
la Escuela de Medicina, de Moenck y Quintana y la Biblioteca de Weiss, todo en
el recinto de la Universidad de La Habana. La Sede de la Sociedad Económica de
Amigos del País (Carlos III e7 Soledad y Castillejo) de Govantes y Cabarrocas;
la Escuela de odontología (Carlos III y Avenida de Rancho Boyeros), de E.
Rodríguez Castell; los edificios de la Plaza Finlay en Marianao, de Pérez
Benitoa; el Hospital de Maternidad de Marianao, de Emilio de Soto y la Escuela
de Veterinaria (Carlos III y Ayestarán), de Manuel Tapia Ruano.