«No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros
o pigmeos inmorales que “The Manufacturer” le place describir…»
José Martí
En la década de los 80 del siglo XIX cobraron
auge en los Estados Unidos y en algunos sectores de la burguesía criolla en
Cuba las intenciones anexionistas que históricamente formaron parte de las
ideas de esto sectores en ambos lados del estrecho de La Florida. En 1888 había
llegado a la presidencia de Estados Unidos Benjamín Harrinson a cuya sombra está
el influyente político James Blaines
quien fuera nombrado Secretario de Estado
de su gobierno.
Los intereses anexionistas con respecto a
América Latina y con Cuba en particular estaban entre las prioridades de este
político y los intereses que tras él se movían.
En medio de estas circunstancias, el periódico
“The Manufacturer” de Filadelfia, publicó en 1889 un artículo titulado “¿Queremos a Cuba?”[1]
En el cual se argumenta en contra de la posible compra de Cuba por el
gobierno yanqui, cosa que se insistía podía ocurrir y era alentado por poderoso
sectores en Estados Unidos y en Cuba.
Argumentaba el periódico que los españoles que
vivían en la isla no estaban preparados para ser ciudadanos norteamericanos y
que los cubanos era un pueblo compuesto
en su mayoría por negros situados al nivel de la barbarie y unían a los
defectos heredados de España el afeminamiento, la aversión al trabajo, la
carencia de fuerza viril y de respeto personal, además de ser incapaces para el
gobierno propio, y cierra sus insultantes argumentos el columnista ofreciendo
como posibilidad para que la anexión fuera posible, la americanización de Cuba,
llenándola de ciudadanos estadounidenses.[2]
Este artículo dio lugar a otros en la
prensa de Nueva York, “Una opinión
proteccionista sobre la anexión a Cuba”[3]
que apoyaba y reiteraba los argumentos anteriores.
La numerosa colonia cubana del este de los
Estado Unidos recibió con rechazo tales muestras de desprecio y tuvo su
satisfacción con la dignísima respuesta que el 25 de marzo del propio año le
dirigiera José Martí al “The Everning Post” bajo el título de “Vindicación de Cuba”
Martí va rebatiendo una por una todas las
argumentaciones racistas de ambos periódico con razones contundentes y análisis
profundos y dejando bien en claro que los patriotas dignos y honrados “no
desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos”.
Desde mucho tiempo antes José Martí era
consciente del peligro que representaba para el pueblo de Cuba las pretensiones
de los anexionistas, de dentro y de fuera, y llamó a cerrarle el paso con
unidad y decisión para alcanzar el objetivo supremo de la independencia.
Les propongo la lectura de agulos framentos de este importante artículo de José Martí:
"...Hemos
sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas
veces como gigantes, para ser libres;
"...porque nuestros
mestizos y nuestros jóvenes de ciudad
son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el
guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar,
como The Manafacturer nos llama, un pueblo “afeminado”?
"...Estos cubanos “afeminados”
tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de
un gobierno despótico, el luto de Lincoln.
Los cubanos, dice The
Manufacturer, tienen “aversión a todo esfuerzo”, “no se saben valer”, “son perezosos”. Estos “perezosos” que “no se saben valer”, llegaron aquí hace veinte
años con las manos vacías, salvo
pocas excepciones; lucharon contra el clima; dominaron la lengua extranjera;
vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara
vez en la miseria: gustaban del lujo, y trabajaban para él: no se les veía con
frecuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes, y bastándose a sí
propios, no temían la competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han
vuelto, a morir en sus hogares: miles permanecen donde en las durezas de la
vida han acabado para triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad
religiosa ni !a simpatía de raza.
Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han
señalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como
empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido
poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de
Colombia. Márquez, otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el
respeto del Perú como
comerciante eminente. Por todas partes
viven los cubanos, trabajando como campesinos, como ingenieros, como
agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En
Filadelfia, The Manufacturer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos,
algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo
en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos
prominentes, comerciantes prósperos, corredores conocidos, empleados de
notorios talentos, médicos con clientela del país, ingenieros de reputación
universal, electricistas, periodistas, dueños de establecimientos, artesanos.
El poeta del Niágara es un cubano, nuestro Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe
de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadelfia mismo, como en New
York, el primer premio de les Universidades he sido, más de una vez, de los
cubanos. Y las mujeres de estos “perezosos”,
“que no se saben valer”, de estos enemigos de “todo esfuerzo”, llegaron aquí
recién venidas de une existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus
maridos estaban en le guerra, arruinados, presos, muertos: la “señora” se puso
a trabajar; la dueña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un
mostrador; cantó en les iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosiendo a
jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón el deber; marchitó su cuerpo
en el trebejo: ¡éste es el pueblo “deficiente en moral”!
"Es preciso
recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su
sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una
farsa”. ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores
extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono
voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer
momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias
manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a
nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años
de esa vida, a un adversario poderoso,
que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas,
sin más ayuda que la naturaleza.! Nosotros
no teníamos hessíanos, ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de
rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los
límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favorecer a los
enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él
fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que
hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito,
mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la
cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la
lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza
infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos : “¡No han de vernos morir por la libertad a sus
propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo
libre al mundo!” Extendieron “los límites de su poder en deferencia a España".
No alzaron la mano. No
dijeron la palabra.
"La lucha no ha cesado. Los desterrados no
quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de
hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la
batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se
habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos
de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener
libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que
nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre,
no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta
extranjera, o la ocasión de una burla para The Monutacturer de Filadelfia."
Soy de usted, señor
Director, servidor atento.
José Martí
New York, 21 de marzo de
1889
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