viernes, 7 de julio de 2017

VINDICACIÓN DE CUBA



«No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que “The Manufacturer” le place describir…»
José Martí
 En la década de los 80 del siglo XIX cobraron auge en los Estados Unidos y en algunos sectores de la burguesía criolla en Cuba las intenciones anexionistas que históricamente formaron parte de las ideas de esto sectores en ambos lados del estrecho de La Florida. En 1888 había llegado a la presidencia de Estados Unidos Benjamín Harrinson a cuya sombra está el influyente político  James Blaines quien fuera nombrado Secretario de Estado  de su gobierno.
 Los intereses anexionistas con respecto a América Latina y con Cuba en particular estaban entre las prioridades de este político y los intereses que tras él se movían.
 En medio de estas circunstancias, el periódico “The Manufacturer” de Filadelfia, publicó en 1889 un artículo titulado “¿Queremos a Cuba?”[1] En el cual se argumenta en contra de la posible compra de Cuba por el gobierno yanqui, cosa que se insistía podía ocurrir y era alentado por poderoso sectores en Estados Unidos y en Cuba.
 Argumentaba el periódico que los españoles que vivían en la isla no estaban preparados para ser ciudadanos norteamericanos y que los cubanos era  un pueblo compuesto en su mayoría por negros situados al nivel de la barbarie y unían a los defectos heredados de España el afeminamiento, la aversión al trabajo, la carencia de fuerza viril y de respeto personal, además de ser incapaces para el gobierno propio, y cierra sus insultantes argumentos el columnista ofreciendo como posibilidad para que la anexión fuera posible, la americanización de Cuba, llenándola de ciudadanos estadounidenses.[2]
 Este artículo dio lugar a otros en la prensa  de Nueva York, “Una opinión proteccionista sobre la anexión a Cuba”[3] que apoyaba y reiteraba los argumentos anteriores.
 La numerosa colonia cubana del este de los Estado Unidos recibió con rechazo tales muestras de desprecio y tuvo su satisfacción con la dignísima respuesta que el 25 de marzo del propio año le dirigiera José Martí al “The Everning Post” bajo el título de “Vindicación de Cuba”
 Martí va rebatiendo una por una todas las argumentaciones racistas de ambos periódico con razones contundentes y análisis profundos y dejando bien en claro que los patriotas dignos y honrados “no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos”.
 Desde mucho tiempo antes José Martí era consciente del peligro que representaba para el pueblo de Cuba las pretensiones de los anexionistas, de dentro y de fuera, y llamó a cerrarle el paso con unidad y decisión para alcanzar el objetivo supremo de la independencia.
 Les propongo la lectura de agulos framentos de este importante artículo de José Martí:
"...Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes, para ser libres;
"...porque nuestros mestizos y  nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manafacturer nos llama, un pueblo “afeminado”? 
"...Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.
Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen “aversión a todo esfuerzo”, “no se saben valer”, “son  perezosos”. Estos “perezosos” que “no se saben valer”, llegaron aquí hace veinte años con las manos vacías, salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima; dominaron la lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria: gustaban del lujo, y trabajaban para él: no se les veía con frecuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes, y bastándose a sí propios, no temían la competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto, a morir en sus hogares: miles permanecen donde en las durezas de la vida han acabado para triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni !a simpatía de raza. Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han señalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de Colombia. Márquez, otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando como campesinos, como ingenieros, como agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacturer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos prominentes, comerciantes prósperos, corredores conocidos, empleados de notorios talentos, médicos con clientela del país, ingenieros de reputación universal, electricistas, periodistas, dueños de establecimientos, artesanos. El poeta del Niágara es un cubano, nuestro Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadelfia mismo, como en New York, el primer premio de les Universidades he sido, más de una vez, de los cubanos. Y las mujeres de estos “perezosos”, “que no se saben valer”, de estos enemigos de “todo esfuerzo”, llegaron aquí recién venidas de une existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en le guerra, arruinados, presos, muertos: la “señora” se puso a trabajar; la dueña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó en les iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosiendo a jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón el deber; marchitó su cuerpo en el trebejo: ¡éste es el pueblo “deficiente en moral”!
 "Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una farsa”. ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a  un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza.! Nosotros no teníamos hessíanos, ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos :¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!” Extendieron “los límites de su poder en deferencia a España".
No alzaron la mano. No dijeron la palabra.
 "La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Monutacturer de Filadelfia."
Soy de usted, señor Director, servidor atento.
José Martí
New York, 21 de marzo de 1889





[1] 16 de marzo de 1889
[2]Tras su intervención en Cuba en 1898 lo intentaron, pero “este pueblo bruto, vago y afeminado” se afirmó en su carácter y nacionalidad y aquí estamos.
[3] The Everning Post, 21 de marzo de 1889

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