Estamos
a las puertas del aniversario 64 del asalto a los cuarteles Guillermón Moncada
y Carlos Manuel de Céspedes, hecho ocurrido el 26 d julio de 1953. Eran día de
frustración y desanimo en la sociedad cubana, donde una oligarquía nacional mantenía
el poder en función de sus intereses personales y de grupo a costa de todo un
pueblo con miles de anhelos y sueños pospuestos.
Era el año del centenario del natalicio de
José Martí y el gobierno de turno, ilegal por demás, organizaba actos y promovía
la figura del héroe en función de su martirologio, pero obviando sus sueños
pospuestos y sus radicales ideas claramente escritas en sus documentos y dichas
en su tiempo para un pueblo humilde que esperaba algo más que una República
para las clases pudientes, sino el país de bienestar y oportunidades en los que
criar a sus hijos, educarlos y dignamente unirse al concierto de naciones
americanas.
Realmente Martí era ya la figura excelsa de la
nación cubana, pero era en realidad un convidado de piedra, su pueblo sabía de
memoria sus versos y en las escuelas a los pequeños le habían mostrado el
sacrifico de aquel gran cubano, pero toda su obra radical y esclarecedora
durmió el sueño de los justos y parecía realmente “muerto” en el año de su
centenario.
Por eso es bueno comprender la grandeza de
aquel grupo de jóvenes, minoría entonces, encabezados por Fidel Castro y Abel
Santamaría que no tuvieron más ideología que las lecturas del Apóstol y la
determinación de cambios tan necesarios en la nación cubana, secuestrada y estéril
por sus “clases vivas”, derrotistas y oportunistas, siempre a la sombra del “fatalismo
geográfico”, de ser vecinos del gran imperio, que desde finales del siglo XIX
se empeñó en hacernos creer que seríamos alguien con ellos o no seríamos nada.
La Cuba de la cumbancha, el ron y las mulatas
se asombró ante la hazaña de aquellos muchachos desafiando a la dictadura de
Batista y al sistema social prestablecido y bendecido por la oligarquía de los Estados
Unidos, era el inicio, la Revolución iniciada por Martí lograba entroncar en la
radicalidad de aquella generación dispuesta a cambiarlo todo, esa fue su
hazaña; alzarse perseverante frente a lo que parecía imposible y trazarse desde
los inicios, en las palabras de sus líderes y el anhelo de su militantes, a costa de un gran sacrificio de
un pueblo que les siguió y apoyó en la Revolución continuadora.
Ese es el legado del asalto al Moncada, el
valor de aquellos jóvenes y el proceso que se inició bajo la conducción de un
nuevo líder: Fidel Castro.
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