El 10 de marzo de 1952 se
produjo el golpe de estado contra el gobierno constitucional de Carlos Prío
Socarrás, en un momento de crisis de la
economía cubana, con la producción azucarera comprometida y una zozobra de la
clase trabajadora que arrastraba el fardo de más de 600 000 desempleados y
millares de campesinos sin tierras y una precariedad social que quedaba
reflejada en los miles de niños sin escuelas, mientras cientos de maestros no
tenían aulas; la salubridad era pésima en los sectores rurales y en la
periferia de las mayores ciudades del país y el acceso a los servicios de salud
era una utopía para la población más desfavorecida.
A Fulgencio Batista le apoyaron en su nueva
aventura un grupo de políticos derechistas conocidos como “Tanquistas”, de
línea dura y reaccionaria, remanentes de las organizaciones terroristas que
operaban desde 1933 en el ámbito social cubano. A ellos se unieron otros políticos
que estaban en funciones administrativas dentro del gobierno depuesto
(congresistas, gobernadores, alcaldes, etc.) y que de modo oportunista se suman
al golpe; y el Ejército Nacional con su oficialidad intermedia que fueron la
base del madrugonazo asestado a la constitucionalidad del país, más que al
desacreditado gobierno de Carlos Prío al que apenas quedaban varios meses en el
poder.
Se pretendía con el golpe impedir la llegada al poder de las fuerzas
reformistas que bajo el liderazgo de Chibás se había convertido en la principal
fuerza de oposición y con ello impedir
el auge de los movimientos sociales y la influencia de las fuerzas progresistas
en el escenario social cubano.
Batista justificó el golpe como una forma de
eliminar la corrupción política de los gobiernos auténticos, poner fin a la
demagogia de dichos gobernantes y acabar la violencia política imperante en el
país.
En nuevo mandato de facto
Batista impuso un modelo económico basado en una mayor intervención del estado
a fin de aplacar las inquietudes sociales que los males estructurales de la
sociedad capitalista cubana provocaban:
Aplicó una política contra el movimiento obrero
que autoriza los despidos y favorece la violación de los derechos ganados en
largos años de lucha y refrendados por la Constitución del 40.
Implanta un Plan de Desarrollo Económico y
Social que pretende impulsar la economía nacional, crear nuevos empleos y
contrarrestar al combativo movimiento obrero de la época. Finalmente todo el
programa terminó siendo un Plan de Obras Públicas con énfasis en La Habana y
los estratégicos enlaces con Varadero, el aeropuerto y la construcción de la
Vía Blanca con eje de este “desarrollo” que
estimulaba el turismo de juego y ocio regenteado por la mafia
norteamericana y en contubernio con el tirano.
Esta “política de gastos compensados” se basaba en el incremento de los gastos
públicos para lograr una relativa y artificial reanimación económica, creación
de empleos temporales, principalmente en la construcción, apoyo a la industria
especulativa, préstamos de dineros públicos a compañías norteamericanas y
cubanas, auge del turismo en complicidad con la mafia de los Estados Unidos;
desarrollo de planes económicos e
industriales de altos gastos de materia prima, importadas de los Estados
Unidos, medidas todas que beneficiaban a corto plazo a la burguesía cubana y
principalmente a los personeros del régimen y sus socios, que se enriquecieron
con la especulación y el fraude.
El auge económico del país era artificial,
tenía su base en las reservas de divisas del estado que se gastaron en grandes
obras de infraestructura y suntuarias que no beneficiaron a los trabajadores
cubanos, dado que la creación de empleos fue temporal y el grueso de las
inversiones se hicieron en La Habana. El resultado a largo plazo fue el
endeudamiento del estado, aumento de la inflación, empeoramiento de la
situación económica-social del pueblo, principalmente fuera de la capital y la
creación del espejismo desarrollista centrado en la capital.
De la incondicionalidad del gobierno de
Batista a los intereses de los Estados Unidos dan fe el incremento de las
inversiones de este país que crecieron de 657 millones de dólares en 1950 a mil
millones de dólares en 1958, lo que denota las “condiciones” que creó el
régimen para que fluyera el capital yanqui hacia Cuba.
Los políticos tradicionales le hicieron el
juego a Batista, elaborando fórmulas de mediación y conciliación que les
permitiera compartir el poder, siempre ignorando los intereses populares.
Surgieron los pactos entre grupos
políticos en Cuba y en el exilio buscando una salida electorera, pero la
situación política, la crisis económica y estructural, junto a la
radicalización de las fuerzas populares hicieron fracasar esas maniobras.
La reacción ante el golpe de estado fue muy
diversa y dejó al descubierto la crisis moral de los políticos tradicionales:
los auténticos vacilaron, un grupo apoyó a Batista y otros volvieron al débil y
gastado abstencionismo. Los ortodoxos desorientados y divididos estaban
prácticamente desintegrados como partidos, tras la muerte de Chibás el partido
perdió liderazgo. Su principales líderes
se agruparon entre los abstencionistas, aunque los hubo que colaboraron
solapadamente con Batista.
La izquierda, representada por el Partido
Socialista Popular llamó a crear un Frente Democrático para luchar por el
rescate de la democracia en el país. El poco peso político que tenía en la
sociedad cubana, motivado por la represión y su vacilante historia de alianzas
y apego a las orientaciones de la internacional comunista, determinó la débil
repercusión de su llamamiento
El movimiento obrero enfrenta el momento
dividido y debilitado por la labor de las reacción interna desde el gobierno,
la dirección reformista de Eusebio Mujal apoyó el golpe, en tanto los combativos
sindicatos progresistas, pasaban por un momento difícil de reagrupación y
definición de sus objetivos.
La reacción más radical al
régimen de facto llegó desde la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU)
de la Universidad de La Habana, ellos pidieron a Prío la entrega de armas para
enfrenta el golpe, salieron a la calle denunciando a Batista como golpistas,
pero su falta de organización determinó la decepción inicial.
En medio de la desorientación ideológica y el
derrotismo político del momento se produjo la denuncia del joven abogado
ortodoxo, Fidel
Castro Ruz, ante el tribunal de Garantía Constitucionales, acusando
a Batista de violar la Constitución de 1940, de conspiración y de ilegal las
acciones emprendidas por su régimen.
Fue un gesto viril, infructuoso y estéril que
terminó por convencerlo que la solución no estaba en las tácticas de los
políticos tradicionales, ni en el terrorismo individual, sino en la lucha
armada organizada y movilizadora de las grandes masas del pueblo.
Este convencimiento lo llevó a organizar a un
grupo de jóvenes, la mayoría provenientes de las filas de la ortodoxia,
seguidores de Chibás y sus prédicas adecentadoras y nacionalistas, con los
cuales organizó un Movimiento cuyo principal objetivo era luchar con las armas
contra el régimen de Fulgencio Batista, combatir contra los males de fondo de
la sociedad cubana y organizar a la sociedad teniendo como base los postulados
martianos de, “Con todos y para el bien de todos”. Encabezando este Movimiento
estaban Fidel Castro Ruz y Abel Santamaría Cuadrado.
El programa del Movimiento incluía la solución
del problema agrario en Cuba, con la distribución de tierras a los campesinos,
erradicación del desempleo, flagelo que lastraba a la sociedad cubana;
programas de educación y salud para todos; la conquistas de las libertades
públicas y la democracia política, castigo a los enemigos del pueblo y el
rescate pleno de la soberanía de la nación.
Tras varios meses de preparación el Movimiento
organiza el ataque a los cuarteles, “Moncada”
en Santiago de Cuba y “Carlos Manuel de Céspedes” en Bayamo,
acción que se llevó a cabo el 26 de julio de 1953. Esta acción terminó en un
fracaso militar, pero representó el inicio de un gran movimiento nacional
popular contra el régimen de Batista.
La dictadura reaccionó con una brutal
represión contra los asaltantes, muchos de los cuales fueron asesinados luego
de hechos prisioneros, en tanto se extendía a todo el país los intentos por
aplastar el movimiento revolucionario.
Los sobrevivientes del asalto fueron
condenados a largas penas de prisión en un proceso donde Fidel fue separado de
sus compañeros y juzgado en solitario, para acallar su voz ante la opinión
pública cubana. A pesar de ello su alegato en el juicio que se le siguió en
octubre de 1953 fue reconstruido por él desde su celda, impreso y
distribuido bajo el nombre de, “La
Historia me Absolverá”, documento que contribuyó a que fuera
ampliamente conocido por el pueblo el programa de los jóvenes que había ido a pelear a Santiago de Cuba y Bayamo, para contribuir con su sacrificio al cambio
necesario que esperaba el pueblo.
La movilización política del pueblo y de las
fuerzas progresistas del país presionaron al gobierno de Batista para que
amnistiara al valiente grupo de jóvenes, ya conocidos desde entonces como “los
monadistas”, objetivo que se logra el 15 de mayo de 1955.
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