sábado, 22 de julio de 2017

FULGENCIO BATISTA, EL “HOMBRE FUERTE”




El 10 de marzo de 1952 se produjo el golpe de estado contra el gobierno constitucional de Carlos Prío Socarrás,  en un momento de crisis de la economía cubana, con la producción azucarera comprometida y una zozobra de la clase trabajadora que arrastraba el fardo de más de 600 000 desempleados y millares de campesinos sin tierras y una precariedad social que quedaba reflejada en los miles de niños sin escuelas, mientras cientos de maestros no tenían aulas; la salubridad era pésima en los sectores rurales y en la periferia de las mayores ciudades del país y el acceso a los servicios de salud era una utopía para la población más desfavorecida.
 A Fulgencio Batista le apoyaron en su nueva aventura un grupo de políticos derechistas conocidos como “Tanquistas”, de línea dura y reaccionaria, remanentes de las organizaciones terroristas que operaban desde 1933 en el ámbito social cubano. A ellos se unieron otros políticos que estaban en funciones administrativas dentro del gobierno depuesto (congresistas, gobernadores, alcaldes, etc.) y que de modo oportunista se suman al golpe; y el Ejército Nacional con su oficialidad intermedia que fueron la base del madrugonazo asestado a la constitucionalidad del país, más que al desacreditado gobierno de Carlos Prío al que apenas quedaban varios meses en el poder.
 Se pretendía con el golpe impedir  la llegada al poder de las fuerzas reformistas que bajo el liderazgo de Chibás se había convertido en la principal fuerza de oposición  y con ello impedir el auge de los movimientos sociales y la influencia de las fuerzas progresistas en el escenario social cubano.
 Batista justificó el golpe como una forma de eliminar la corrupción política de los gobiernos auténticos, poner fin a la demagogia de dichos gobernantes y acabar la violencia política imperante en el país.
En nuevo mandato de facto Batista impuso un modelo económico basado en una mayor intervención del estado a fin de aplacar las inquietudes sociales que los males estructurales de la sociedad capitalista cubana provocaban:
 Aplicó una política contra el movimiento obrero que autoriza los despidos y favorece la violación de los derechos ganados en largos años de lucha y refrendados por la Constitución del 40.
 Implanta un Plan de Desarrollo Económico y Social que pretende impulsar la economía nacional, crear nuevos empleos y contrarrestar al combativo movimiento obrero de la época. Finalmente todo el programa terminó siendo un Plan de Obras Públicas con énfasis en La Habana y los estratégicos enlaces con Varadero, el aeropuerto y la construcción de la Vía Blanca con eje de este “desarrollo” que  estimulaba el turismo de juego y ocio regenteado por la mafia norteamericana y en contubernio con el tirano.
 Esta “política de gastos compensados”  se basaba en el incremento de los gastos públicos para lograr una relativa y artificial reanimación económica, creación de empleos temporales, principalmente en la construcción, apoyo a la industria especulativa, préstamos de dineros públicos a compañías norteamericanas y cubanas, auge del turismo en complicidad con la mafia de los Estados Unidos; desarrollo de planes económicos  e industriales de altos gastos de materia prima, importadas de los Estados Unidos, medidas todas que beneficiaban a corto plazo a la burguesía cubana y principalmente a los personeros del régimen y sus socios, que se enriquecieron con la especulación y el fraude.
 El auge económico del país era artificial, tenía su base en las reservas de divisas del estado que se gastaron en grandes obras de infraestructura y suntuarias que no beneficiaron a los trabajadores cubanos, dado que la creación de empleos fue temporal y el grueso de las inversiones se hicieron en La Habana. El resultado a largo plazo fue el endeudamiento del estado, aumento de la inflación, empeoramiento de la situación económica-social del pueblo, principalmente fuera de la capital y la creación del espejismo desarrollista centrado en la capital.
 De la incondicionalidad del gobierno de Batista a los intereses de los Estados Unidos dan fe el incremento de las inversiones de este país que crecieron de 657 millones de dólares en 1950 a mil millones de dólares en 1958, lo que denota las “condiciones” que creó el régimen para que fluyera el capital yanqui hacia Cuba.
 Los políticos tradicionales le hicieron el juego a Batista, elaborando fórmulas de mediación y conciliación que les permitiera compartir el poder, siempre ignorando los intereses populares. Surgieron los pactos  entre grupos políticos en Cuba y en el exilio buscando una salida electorera, pero la situación política, la crisis económica y estructural, junto a la radicalización de las fuerzas populares hicieron fracasar esas maniobras.
 La reacción ante el golpe de estado fue muy diversa y dejó al descubierto la crisis moral de los políticos tradicionales: los auténticos vacilaron, un grupo apoyó a Batista y otros volvieron al débil y gastado abstencionismo. Los ortodoxos desorientados y divididos estaban prácticamente desintegrados como partidos, tras la muerte de Chibás el partido perdió liderazgo.  Su principales líderes se agruparon entre los abstencionistas, aunque los hubo que colaboraron solapadamente con Batista.
 La izquierda, representada por el Partido Socialista Popular llamó a crear un Frente Democrático para luchar por el rescate de la democracia en el país. El poco peso político que tenía en la sociedad cubana, motivado por la represión y su vacilante historia de alianzas y apego a las orientaciones de la internacional comunista, determinó la débil repercusión de su llamamiento
 El movimiento obrero enfrenta el momento dividido y debilitado por la labor de las reacción interna desde el gobierno, la dirección reformista de Eusebio Mujal apoyó el golpe, en tanto los combativos sindicatos progresistas, pasaban por un momento difícil de reagrupación y definición de sus objetivos.
La reacción más radical al régimen de facto llegó desde la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de la Universidad de La Habana, ellos pidieron a Prío la entrega de armas para enfrenta el golpe, salieron a la calle denunciando a Batista como golpistas, pero su falta de organización determinó la decepción inicial.
 En medio de la desorientación ideológica y el derrotismo político del momento se produjo la denuncia del joven abogado ortodoxo, Fidel Castro Ruz, ante el tribunal de Garantía Constitucionales, acusando a Batista de violar la Constitución de 1940, de conspiración y de ilegal las acciones emprendidas por su régimen.
 Fue un gesto viril, infructuoso y estéril que terminó por convencerlo que la solución no estaba en las tácticas de los políticos tradicionales, ni en el terrorismo individual, sino en la lucha armada organizada y movilizadora de las grandes masas del pueblo.
 Este convencimiento lo llevó a organizar a un grupo de jóvenes, la mayoría provenientes de las filas de la ortodoxia, seguidores de Chibás y sus prédicas adecentadoras y nacionalistas, con los cuales organizó un Movimiento cuyo principal objetivo era luchar con las armas contra el régimen de Fulgencio Batista, combatir contra los males de fondo de la sociedad cubana y organizar a la sociedad teniendo como base los postulados martianos de, “Con todos y para el bien de todos”. Encabezando este Movimiento estaban Fidel Castro Ruz y Abel Santamaría Cuadrado.
 El programa del Movimiento incluía la solución del problema agrario en Cuba, con la distribución de tierras a los campesinos, erradicación del desempleo, flagelo que lastraba a la sociedad cubana; programas de educación y salud para todos; la conquistas de las libertades públicas y la democracia política, castigo a los enemigos del pueblo y el rescate pleno de la soberanía de la nación.
 Tras varios meses de preparación el Movimiento organiza el ataque a los cuarteles,  “Moncada” en Santiago de Cuba y “Carlos Manuel de Céspedes” en Bayamo, acción que se llevó a cabo el 26 de julio de 1953. Esta acción terminó en un fracaso militar, pero representó el inicio de un gran movimiento nacional popular contra el régimen de Batista.
 La dictadura reaccionó con una brutal represión contra los asaltantes, muchos de los cuales fueron asesinados luego de hechos prisioneros, en tanto se extendía a todo el país los intentos por aplastar el movimiento revolucionario.
 Los sobrevivientes del asalto fueron condenados a largas penas de prisión en un proceso donde Fidel fue separado de sus compañeros y juzgado en solitario, para acallar su voz ante la opinión pública cubana. A pesar de ello su alegato en el juicio que se le siguió en octubre de 1953 fue reconstruido por él desde su celda, impreso y distribuido  bajo el nombre de, “La Historia me Absolverá”, documento que contribuyó a que fuera ampliamente conocido por el pueblo el programa de los jóvenes que había ido a pelear  a Santiago de Cuba y Bayamo, para  contribuir con su sacrificio al cambio necesario que esperaba el pueblo.
 La movilización política del pueblo y de las fuerzas progresistas del país presionaron al gobierno de Batista para que amnistiara al valiente grupo de jóvenes, ya conocidos desde entonces como “los monadistas”, objetivo que se logra el 15 de mayo de 1955.

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