miércoles, 5 de julio de 2017

JOSÉ ANTONIO APONTE, EL PRECURSOR



El 9 de abril de 1812 fueron ahorcados en La Habana José Antonio Aponte y Ulabarra, Clemente Chacón, Salvador Ternero, Estanislao Aguilar, Juan Barbier, Juan Bautista Lisundia, todos “criollos de color libre” y los esclavos Esteban Tomás y Joaquín Santa Cruz, de la dotación del ingenio Peñas Altas, en La Habana. Ninguno fue juzgado, solo el temor de su ejemplo y el odio a lo que representaban hicieron que el Capitán General Marqués de Someruelos tomara la decisión de escarmentar con su muerte a los que soñaban con la libertad.
 José Antonio Aponte fue el líder de aquella intentona contra la esclavitud y el colonialismo y por ello su cabeza fue cortada y mostrada en una jaula en la esquina habanera de Belascoaín y San Luis Gonzaga, en el mismo barrio en que este prestigioso criollo vivía.
 Aponte había servido en el Batallón de marinos de la Milicia de Pardos y Morenos de La Habana que prestó servicios en la guerra por la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica; su familia era criolla de tercera generación, carpintero ebanista, reconocido por la calidad de su trabajo y con una cultura general de la que da fe los numeroso libros de variados temas que se le ocuparon en su casa de la calle Jesús Peregrino, en La Habana extramuros.
 Hombre de ascendencia en su comunidad, presidió el cabildo negro Shangó Tedum y poseyó en el orden religioso lucumí la categoría de Oni-Shangó[1]. Fue capaz de organizar un movimiento conspirativo con ramificaciones al interior de la isla de Cuba, no solo entre la población libre de color, sino en las dotaciones de esclavos de algunos ingenios.
 Conocedor de los acontecimientos revolucionarios de Haití, concibió que Cuba pudiera ser el próximo eslabón en romperse y separarse del régimen esclavista que enriquecía a una minoría de criollos y españoles con el trabajo de miles de esclavos africanos.
 Por mucho tiempo la conspiración independentista y abolicionista organizada por Aponte fue minimizada y demonizada, por los que vieron en el mismo un “peligro mortal” contra el sistema esclavista, por lo que la figura de este hombre fue condenada al olvido y convertida en ejemplo de lo peor que se podía esperar de la raza negra.
 “Más malo que Aponte”, fue el estigma que quedó en la tradición popular de la isla para señalar a los peores criminales del país y ante esta frase temblaba una población ignorante, negra o blanca, pobre o rica, sin más análisis que el “miedo”.
 Miedo al negro que cada vez que reclamó sus derechos fue acusado de querer una “República Negra” o una guerra de raza.
 “Si bien Aponte fue estigmatizado como lo peor, la conspiración fue utilizada por el poder colonial para sembrar el llamado “temor a una insurrección negra” y esta, presentada como “una guerra despiadada de razas”. En realidad, lo que más había atemorizado de la conspiración de Aponte era que, aunque se presentó como una conspiración que solo quería repetir el proceso de Haití, era un movimiento que buscaba integrar a diverso sectores sociales, con independencia de la raza y de las condiciones sociales en los principios de la abolición de la esclavitud, de la independencia política y de la igualdad social.”[2]
 Cien años después, en 1912, bajo el gobierno de José Miguel Gómez, el fantasma de Aponte se hizo presente y las clases dominantes emprenden el mayor genocidio de nuestra historia contra el sector negro más combativo y rebelde, muchos de ellos veteranos de nuestra independencia, que se habían atrevido a reclamar lo que le correspondía en una República débil y servil que ignoró las prédicas martianas del hacer “con todos y para el bien de todos”.




[1] Eduardo Torres Cuevas: Un Conspirador de ébano en tiempos de tormentas, en per. Granma, 9/4/2012, pp. 4 y 5
[2] Ídem

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