El
9 de abril de 1812 fueron ahorcados en La Habana José Antonio Aponte y
Ulabarra, Clemente Chacón, Salvador Ternero, Estanislao Aguilar, Juan Barbier,
Juan Bautista Lisundia, todos “criollos de color libre” y los esclavos Esteban
Tomás y Joaquín Santa Cruz, de la dotación del ingenio Peñas Altas, en La
Habana. Ninguno fue juzgado, solo el temor de su ejemplo y el odio a lo que
representaban hicieron que el Capitán General Marqués de Someruelos tomara la
decisión de escarmentar con su muerte a los que soñaban con la libertad.
José Antonio Aponte fue el líder de aquella
intentona contra la esclavitud y el colonialismo y por ello su cabeza fue
cortada y mostrada en una jaula en la esquina habanera de Belascoaín y San Luis
Gonzaga, en el mismo barrio en que este prestigioso criollo vivía.
Aponte había servido en el Batallón de marinos
de la Milicia de Pardos y Morenos de La Habana que prestó servicios en la
guerra por la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica; su familia
era criolla de tercera generación, carpintero ebanista, reconocido por la
calidad de su trabajo y con una cultura general de la que da fe los numeroso
libros de variados temas que se le ocuparon en su casa de la calle Jesús Peregrino,
en La Habana extramuros.
Hombre de ascendencia en su comunidad,
presidió el cabildo negro Shangó Tedum y poseyó en el orden religioso lucumí la
categoría de Oni-Shangó[1].
Fue capaz de organizar un movimiento conspirativo con ramificaciones al
interior de la isla de Cuba, no solo entre la población libre de color, sino en
las dotaciones de esclavos de algunos ingenios.
Conocedor de los acontecimientos
revolucionarios de Haití, concibió que Cuba pudiera ser el próximo eslabón en
romperse y separarse del régimen esclavista que enriquecía a una minoría de
criollos y españoles con el trabajo de miles de esclavos africanos.
Por mucho tiempo la conspiración
independentista y abolicionista organizada por Aponte fue minimizada y
demonizada, por los que vieron en el mismo un “peligro mortal” contra el
sistema esclavista, por lo que la figura de este hombre fue condenada al olvido
y convertida en ejemplo de lo peor que se podía esperar de la raza negra.
“Más malo que Aponte”, fue el estigma que
quedó en la tradición popular de la isla para señalar a los peores criminales
del país y ante esta frase temblaba una población ignorante, negra o blanca,
pobre o rica, sin más análisis que el “miedo”.
Miedo al negro que cada vez que reclamó sus
derechos fue acusado de querer una “República Negra” o una guerra de raza.
“Si bien Aponte fue estigmatizado como lo
peor, la conspiración fue utilizada por el poder colonial para sembrar el
llamado “temor a una insurrección negra” y esta, presentada como “una guerra
despiadada de razas”. En realidad, lo que más había atemorizado de la
conspiración de Aponte era que, aunque se presentó como una conspiración que
solo quería repetir el proceso de Haití, era un movimiento que buscaba integrar
a diverso sectores sociales, con independencia de la raza y de las condiciones
sociales en los principios de la abolición de la esclavitud, de la
independencia política y de la igualdad social.”[2]
Cien años después, en 1912, bajo el gobierno
de José Miguel Gómez, el fantasma de Aponte se hizo presente y las clases
dominantes emprenden el mayor genocidio de nuestra historia contra el sector
negro más combativo y rebelde, muchos de ellos veteranos de nuestra
independencia, que se habían atrevido a reclamar lo que le correspondía en una
República débil y servil que ignoró las prédicas martianas del hacer “con todos
y para el bien de todos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario