Los
valores, relegado muchas veces por necesidades del diario a un segundo plano y
a veces, no pocas, potenciados a primer plano cuando nos conviene, no son un
ropaje que podemos asumir por conveniencias, sino principios éticos que están
en la misma base de la cultura de la sociedad.
José
Martí nació en el seno de una familia humilde, creció bajo los valores de honestidad, honradez,
apego a la verdad, amor al trabajo, respeto a sus mayores, obediencia y
colaboración con los de más, normas ética que en conjunto conformaban lo que en
nuestra sociedad llamamos una persona decente, que honra ante todo a su
familia y se prepara para cumplir su misión social.
Su familia numerosa, pasó muchas estrecheces
económicas pero en su seno prevaleció el principio de mantenerse con la manera
honrada de ganar el sustento. Su padre,
funcionario público, en una época en que fue muy común que estos vendieran sus
favores a quien podía pagarlos, tuvo muchas dificultades con sus superiores por
las quejas de quienes no podían sobornarlo. Baste el ejemplo de su actuación en
Caimito de Hanábana, cuando interceptó un alijo ilegal de esclavos y fue
destituido de su cargo, a pesar de que actuaba bajo los principios de la Ley colonial.
Aún niño, pudo contemplar Martí el triste
espectáculo de la esclavitud, enseñoreada en Cuba, como cruel anacronismo que
no entendía dados sus cortos años, pero que no dejaron de estremecerlo de dolor y repulsa, al punto de
sellar para consigo el compromiso de combatir aquella bárbara práctica que
sometía a seres semejante a la condición de animales de trabajo.
Adolescente, llega a la escuela de Rafael
María de Mendive y junto a él incorpora un nuevo sentimiento más elevado de
comprensión y amor social, el sentido de pertenencia a una comunidad
identitaria que pugna por ser libre para alcanzar sus objetivos propios,
negados por su metrópoli. Nace así su amor a la patria, a su pueblo, su
identificación con sus anhelos, y enriquece
sus bases éticas, con un nuevo sentimiento de patriotismo que lo hacen
crecer.
José Martí paga muy caro su lealtad a sus
principios éticos, y no hablamos de un adulto, sino de un jovencito en la flor
de la vida apenas con 16 años.
Los jóvenes deben acercarse a este Martí. El
que tuvo vuestras dudas y temores,
sueños y convicciones, pero creció sobre ellas y con ellas para convertirse en
la persona que es, el Héroe Nacional, el Apóstol de Cuba, producto de su
perfeccionamiento personal, logrado en la interacción con su tiempo y la
sociedad, representada por la familia, los amigos, condiscípulos, maestros y
también por el gobierno colonial y los enemigos de su causa.
El mismo que a los quince años era conciente
del compromiso con su país; a los dieciséis publica los primeros trabajos
políticos y es detenido; a los diecisiete se enfrenta al tribunal militar y
defiende el derecho de Cuba a la independencia, por lo que es condenado a
prisión y trabajo forzado; a los dieciocho escribe en la misma España, “El
Presidio Político en Cuba” y a los veinte le exige al gobierno republicano
español que le concedan a Cuba los
mismos derechos de libertad que ellos quieren para España.
Como ven no tuvo que esperar a madurar
biológicamente para comprender cuál era
su lugar en su tiempo, sino que calladamente cumplió con esos deberes que le
marcaron su ética individual y social, que para Martí no iban disociada sino
unida en un todo.
Respondiendo a esos principios morales
emprendió lo que siempre consideró era su primero y más importante deber, contribuir
al mejoramiento humano y ese principio pasaba por la independencia de Cuba,
el desarrollo cultural del hombre, la dignificación de los pueblos
latinoamericanos, el vencimiento de los peligros de anexión y sometimiento a
los Estados Unidos, la condena a todo tipo de discriminación o coacción moral
al hombre y el desarrollo de la bondad como sentimiento mayor humano.
“Ser bueno” era su paradigma ético para la
formación de las nuevas generaciones, lo reitera en sus conversaciones con los
niños desde las páginas de su revista “La Edad de Oro”, el niño cortés, bondadoso y,
solidario, como diríamos hoy, es la base del ser humano que será mañana y junto
a esto una preocupación constante por el
estudio, la superación en todos los sentidos y no solo en la adquisición de
títulos, sino su elevación espiritual, el cultivo de la sensibilidad para lo
estético, junto a lo ético.
Lo bello como categoría no solo estética, sino
ética, cultivando la capacidad de ver lo bello aún en lo aparentemente feo,
vivir en busca de lo hermoso y llegar a fundir de tal modo lo ético y lo estético,
que cuando falte uno de ellos en el otro tengamos la sensibilidad de notarlo y
luchar por corregirlo.
Hombre integral, Martí no emprendió nada sin
que estuvieran presente sus principios éticos, tanto en su labor cultural, como
política.
En lo cultural, sabemos que cultivó la poesía,
la prosa reflexiva, la traducción, la oratoria y la enseñanza en sentido
general y en todo su obra procuró desarrollar la utilidad de la virtud,
es decir, nada vano, nada superfluo, ni aún en el entretenimiento, por lo que
fue creando un paradigma de enseñanza, que no envejece, sino que gana vigencia
con las tareas que emprende la sociedad revolucionaria cubana.
En lo político, no fue Martí de los que
pensaba que el fin justificaba los medios, no podían conseguirse fines elevados,
si estos estaban basados en la coacción de la libertad del hombre, en la
postergación de principios para facilitar objetivos o alianzas, si no se
apelaba a la ética social basada en la unidad de propósitos o trasparencia en
el logro de metas.
El pensamiento de Martí está basado en la
nobleza de ese fin, alcanzar una
República “... con todos y para el bien de todos”, de reconocer a la
humanidad como patria del hombre; la convicción de que un principios justo es
muy poderoso y que solo basado en la ética el hombre crece y es humano.
¿No son acaso estas ideas las que guían a la Revolución Cubana?,
Si, lo son, pero la
Revolución, la sociedad, lo somos todo y no se puede
pretender llevar la moral como piel de
camaleón que cambia según las circunstancias, Martí con su vida breve, telúrica
y ejemplar nos da la pauta de lo que debemos ser.
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