Es
triste ser una estadística y ser manejado como si fuéramos parte de un problema,
por eso desde la perspectiva de quien tiene ya 66 años quiero referirme al tema
del envejecimiento en Cuba.
Somos ya un buen porciento de la población,
que pasa de los 60 años, somos un grupo
etario preparado en su gran mayoría, formados en la época de la ilusión y el
entusiasmo por una Revolución que nos dio todo lo que podía darnos y a la que
dimos y damos nuestro trabajo, nuestra confianza y nuestra vida.
Muchas veces como parte de esta sociedad sui géneris
y siempre al borde un problema, somos los más vulnerables, los que pasan más
trabajo para trasportarse, los que son desplazado por los que viene atrás y viven
en la misma casa, los que si se jubilan, son los que hacen los mandados y
cuidan los nietos, tratados con la violencia de la inmediatez y a quien se le
hace sentir el estorbo de sus años, porque “ya tu viviste”, “déjame tranquilo”,
“ocúpate de la casa” y tantas y tantas cosas que agobian a esta persona que aún
tiene vida, es vital en muchos aspecto pero es
marginado por su propia familia y la triste circunstancia de vivir al
límite.
Ahora todos saben que esta “fuerza de trabajo
vieja pero consagrada” irá engrosando poco a poco las filas de los atendidos
por la Seguridad Social y serán una carga para el presupuesto, porque los hijos
y nietos se van del país o se mudan de ciudad, buscan “hacer si vida rápida y
ahora”, la mayoría sin pensar en la descendencia, porque un hijo es una carga y
yo no tengo como mantenerlo, vivo con mis padres y ¡quiero vivir!”
Es triste, pero mañana cuando seamos sombra de una casa o de un
asilo, pocos se acordarán de nuestros aportes, de los que fuimos y si no somos
famosos o reconocidos antes de jubilarnos, moriremos en vida y ni siquiera
tendremos la escueta nota de prensa a la que acostumbra la prensa cubana cuando
muere una “personalidad”.
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