José Martí
Cuadro de Hernández Giró
La Conferencia Internacional Americana de Washington fue convocada por el
gobierno de los Estados Unidos para reunir a los países de América a fin de
coordinar una política económica común, que incluía una libre circulación de
capital y mercancía y la adopción de una moneda común.
En el
invierno de 1889-1890 se produjo el encuentro, auspiciado por el hábil político
norteamericano James G. Blaine, Secretario de Estado del gobierno del
presidente Benjamín Harrison (1889-1893).
José Martí, que vive en los Estados Unidos desde
1880 y ostenta el cargo de Cónsul de
Uruguay, Argentina y Paraguay en Nueva York, está muy actualizado sobre la
evolución de la economía de ese país, se erige en alertador de los peligros de
los peligros que se ciernen sobre las naciones de América Latina.
En los primeros días de la Conferencia José
Martí participó como delegado de Uruguay hasta la llegada de su plenipotenciario,
y tuvo una activa participación en la reunión desde los momentos preliminares
de la misma.
Martí
escribe de forma clara y directa sobre las verdaderas intenciones de los
Estados Unidos, tratando de que sus lectores y especialmente los políticos en
América Latina, ganaran en claridad en cuanto a lo perjudicial de aquella unión
para la que se le convocaba, en la que siempre serían los vecinos pobres
aceptando migajas y condicionamientos del poderoso vecino necesitado de
expandir sus mercados y penetrar sus débiles economía.
Pese a
ello la mayoría de los delegados a la Conferencia estaban convencidos de la
conveniencia de unirse de algún modo a un país tan rico, con unas sólidas
instituciones políticas y al que veían como modelo a alcanzar.
Pese a
ello no todo en el cónclave fue maravillosa aceptación, hubo enfrentamientos y
muy duros en algunos temas neurálgicos de la reunión en los que las naciones
del sur de América se negaron a aceptar los dictados de Estados Unidos sin
luchar.
Uno de
esos temas de desencuentro fue el de los “arbitrajes” internacionales para
solucionar conflictos entre naciones del continente, en la que Estados Unidos
proponía que las naciones se acogieran sin apelaciones al acuerdo que tales
comisiones llegaran.
En
contraposición una comisión presidida por Argentina promovió la moción, “contra
el derecho de conquista” en la que se condenaba toda forma de despojo
territorial, incluyendo aquellos que se hicieron a través de arbitrajes, impuestos por
presiones diplomáticas o mediante la fuerza de las armas.
Este
proyecto presentado por el delegado más brillante de la conferencia, el
argentino Quintana, tuvo un solo voto en contra, el de los Estados Unidos.
La unió
aduanera fue otro tema fuertemente debatido, con esta propuesta los Estados
Unidos pretendía cerrar el comercio de Hispanoamérica a las naciones europeas y
crearse un mercado seguro para sus
producciones.
El
delegado de Uruguay, Alberto Nin, expresó el desacuerdo de su país al
considerar que esta unión era prematura dada las diferencias de desarrollo
entre países.
Hubo una
singular contradicción entre los
intereses norteamericanos y los del sur al proponerse el
bimetalismo(oro-plata) para el patrón monetario, algo aprobado por los países
hispanoamericanos y no por el delegado de Estados Unidos, país que defendía al
oro como patrón único, esto pese a que la propuesta del bimetalismo la hizo un
experto norteamericano, apoyado por Blaine.
De los
delegados de América deja Martí una semblanza que reflejó la personalidad de
estos y sus antecedentes más notables:
Los
delegados argentinos fueron, Sáenz Peña,
“con su reserva digna y fuego callado” y Quintana del cual dice, “tiene algo de
padre y de duque, y es como un jazmín de la vejez”.
El Perú
se hace representar por Félix C. Zagarra, a quien “el haber estado en
Washington en la juventud no le ha
ofuscado el juicio ni entibió su entusiasmo y fe en la patria”.
Por
Venezuela asiste Nicanor Bolet Peraza, “quien en (...) tiempos de abierta
rebelión contra Guzmán Blanco, (...) de las filas de este salió para
combatirlas”.
De
Guatemala llega Fernando Cruz, “que no ha de errar sino en lo que quiera”.
Chile
envía a Emilio C. Varas, “que tiene la diplomacia como oficio (...) y ganó con
él la gran cruz de la Rosa Blanca del Brasil”
Nicaragua
está representada por Horacio Guzmán, “amigo apasionado (...) de estos canales.
Por
Brasil Lafayette Rodríguez Pereira, quien fuera, “presidente de la junta de
arbitramiento en los reclamos de aquella guerra en que no se puede pensar sin dolor”,
y de quien informa Matías Romero: “viene puesto de acuerdo con Chile, para
actuar conjuntamente, en especial en lo referente al arbitramiento”
A México
lo representa su embajador en Washington, Matías Romero, “cree que México está
más seguro en la amistad vigilante con los Estados Unidos, que en la hostilidad
manifiesta”
Al
terminar 1889 aún la Conferencia no había discutido los asuntos medulares que
fueron abordados en enero de 1890.
Blaine
presenta de forma edulcorada su proyecto de Unión Aduanera, “para alcanzar una
reciprocidad comercial que se acercara a un régimen de libre comercio de gran
escala”.
El
delegado de Argentina, Sáenz Peña, encabeza la oposición al proyecto aduanero,
calificándolo de un “sueño utópico” y denunciando “que él entraña
desprendimientos cuantiosos de soberanía”, y en lenguaje radical dirá: “América
no será para los americanos, sino para la humanidad”.
Esta
actitud recibe de Martí la mayor aprobación y lo expresa en las conclusiones
que hace al terminar la reunión:
“No
presidía Zagarra, el primer vice-presidente, ni Romero su segundo, sino Blaine,
pálido”, y los motivos eran sobrados, el delegado argentino erigido en la voz
de los intereses hispanoamericanos había desenmascarado las verdaderas
intenciones de los norteamericanos.”
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