José Martí, dibujo de Esteban Valderrama
El
pensamiento pedagógico de José Martí tiene en la revista La América,
editada en Nueva York, un sustento importante para desarrollar sus ideas de
educación para el ser humano en países como los de América Latina en los que el
estancamiento de siglo de coloniaje permanecía aún a pesar de que se acercaban
al centenario de su vida republicana. En su transitar por varios países de
Hispanoamérica aprecia los esfuerzos reformadores de los gobiernos, pero conoce
del freno de las oligarquías conservadoras, sus prejuicios para con los
aborígenes, los mestizos y los descendientes de africanos, tenidos por ellos
como gente de inferior clase, que se le soporta como animales de trabajo, pero
se desprecia por ser freno de la
“civilización” que ellos pretendía crear al estilo de los países más avanzados
de occidentes.
En enero de 1884 aparece en la mencionada
revista un artículo suyo acerca de las grandes polémicas en los colegios
norteamericanos acerca de la implantación de la enseñanza científica y práctica
a la que hace su aporte al escribir:
“La educación, pues, no es más que esto: la
habilitación de los hombres para obtener con deshago y honradez los medios de
vida indispensables en que existen, sin rebajar por eso las aspiraciones
delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano”[1]
Concepto que completa con esta conclusión:
“La
educación tiene un deber ineludible para con el hombre, -no cumplirlo es un
crimen: conformarle a su tiempo- sin desviarle de la grandiosa y final
tendencia humana. Que el hombre viva en analogía con el universo, y con su época
(...)”[2]
En la edición de febrero reseña la enseñanza de los oficios en un
colegio norteamericano, donde en el segundo párrafo dice:
“Ventajas
físicas, mentales y morales vienen del trabajo manual(...)El hombre crece con
el trabajo que sale de sus manos(...) el que debe su bienestar a su trabajo, o
ha ocupado su vida en crear y transformar fuerzas, y en emplear las propias,
tiene el ojo alegre, la palabra pintoresca y profunda, las espaldas anchas, y
la mano segura, se ve que son esos los que hacen el mundo: y engrandecidos, sin
saberlo acaso, por el ejercicio de su poder de creación, tienen cierto aire de
gigante dichoso, e inspira ternura y respeto(...)”[3]
Es evidente la importancia que da el Apóstol
al trabajo como formador del ser humano y
su valor educativo en la conformación social y no como instrumento
enajenante y de explotación. Tal es su
convencimiento de la importancia educativa del trabajo que escribe:
“Y
detrás de cada escuela un taller agrícola, a la lluvia, al sol, donde cada
estudiante sembrase un árbol”[4]
Concepción que sirve de base a la escuela
cubana revolucionaria, que potencia al trabajo como formador del ser humano,
culto, con una altísima preparación, pero dotado de los valores que hacen más
noble al ser humano, altruismo, solidaridad, espíritu de grupo y comprometido
con la construcción de la nueva sociedad.
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