La memoria suele ser flaca
y tiene como mayor enemiga al tiempo, esa implacable dimensión física que al
alejar un hecho histórico lo desdibuja, empequeñece o engrandece, siempre en
relación directa con el actor principal que es el ser social.
La memoria histórica hoy en Cuba, parece
haberse convertido en un cliché de añoranzas o un catecismo de repeticiones
para no olvidar, algo que está ahí a fuerza de ser parte del sistema ideológico que tratamos de sacar adelante.
La memoria histórica en Cuba, aún tiene
testigos vivos, cuando se trata de hablar del hecho más relevante que nos ha
pasado en la historia nacional, la REVOLUCIÓN, así con mayúsculas y sin tener
que agregar nada más, porque fue el hecho que puso este país en los rumbos de
la contemporaneidad por necesidad de su pueblo y osadía de su vanguardia, que
en aquellos momentos, eso muchas veces se olvida, era muy joven y heterogénea desde todos los puntos de vista.
1959 fue un parte agua para los cubanos,
apenas unos seis millones en ese momento, con una sociedad de profundos
contrastes y desigualdades, tan cerca de los Estados Unidos, que muchos en este
país lo consideraron un “fatalismo geográfico”, en tanto sus clases vivas, su
burguesía, su gente de política, se desvivían por tener una nación a “imagen y
semejanza” de los vecinos ricos, desde donde venía todo, lo bueno y lo malo.
En la Cuba de la apertura y del
contrapropismo, ha surgido un grupo desesperado por acumular cosas, ser alguien
porque tienen “algo”, triunfar en la vida aunque en eso le vaya el alma vendida
a una pragmática sociedad de consumo tan
poderosa que es capaz de influir aún donde no gobierna y ellos lo saben.
No podemos pecar de ingenuos, no podemos seguir cultivando valores y
enseñando historia e ideología con “teques” que no creen ni los que los dicen,
mientras se olvidan las estrategias de comunicación, tan bien usadas para
vender y engatusar, pero que nosotros debemos aprender a manejar para crear al
ciudadano que seguirá la obra.
El pragmatismo se aprender solo con los golpes
de la vida y el egoísmo entronizado de triunfar a toda costa, pero el ciudadano
honesto, sencillo, trabajador y creador, capaz de ser solidario y patriota, ese
hay que formarlo, desde la familia a la escuela, sin cansarnos, teniendo como
máxima la de Martí: “Ser bueno es mejor que ser príncipe”.
La historia no es solo para académicos, debe
contarse con el condimento de lo cotidiano, el error de las urgencias y la
decisión de la terquedad patriótica, todos esos condimentos nos hicieron una
nación distinta que resistió y resiste, que blasona de logros y corrige
errores, que abre los ojos ante realidades del mundo de hoy, pero que no puede
olvidar, cuál es la coyuntura mayor de
esta nación pequeña al sur de La Florida, con un destino atado a lo que ocurre
en las tierras hermanas del sur y a las hostiles decisiones del norte. Esa
también es Cuba.
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