Llama mucho la atención al que esto
escribe la poca importancia que han dado los estudiosos de la obra martiana,
sobre sus valoraciones del deporte y los ejercicios físicos, sin que esto
signifique que no se hayan acercado, principalmente los periodistas, a sus
crónicas más significativas.
En cuestiones deportivas a Martí le urge denunciar: la deshumanización
de los competidores, la insensibilidad del público ante espectáculos más de “circo romano” que
deportivo; las apuestas y sus consecuencias y otros problemas más cercanos a la
explotación humana que al disfrute lúdico de las capacidades del deportista.
Pero pocos han profundizado en esa constante
presencia del fenómeno de la competición deportiva, en frases breves, juicios
atinados y como al paso, la expresión de alegría y el detalle del admirador que
a lo largo de una década fue dejando en su periodismo desde los Estados Unidos.
Mezcla de todo eso fueron sus alusiones al
deporte colegial de ese país, pujante y representativo, admirado por muchos en todas parte del mundo
y que junto con el movimiento deportivo inglés representan la avanzada del
futuro olimpismo moderno.
En noviembre de 1884 José Martí
describe para el diario La Nación, de
Argentina una de sus más conocidas e impresionantes crónicas, los protagonistas
son los equipos de fútbol americano de Yale y Princeton quienes ante un público de elegantes damas y
caballeros van a escenificar una épica batalla narrada con objetividad y
fuerza, por el Apóstol: “(...) Naranja el color de Yale y el de Princeton
azul (...) El cielo sombrío como no queriendo ver. Los gigantes entrando en el
circo, con la muerte en los ojos. Llevan el traje de juego: chaqueta de
cañamazo, calzón corto, zapatilla de suela de goma: ¡todo estaba a los pocos
momentos tinto en la sangre propia o en la ajena!”[1]
En 1886 su criterio sobre el deporte
colegial se hace más crítico, dado fundamentalmente por los problemas que ya
está presentando producto de su popularidad y de otros males que no dejará de
señalar el propio Martí: “Estas fiestas de fin de curso, sino acabasen en
regatas enconadas y en desafíos celosos de pelota, serían cosa bella(...)[2]
Se da cuenta que no es un problema de
los colegios y sus estudiantes, sino de la propia sociedad que lo engendra: “Los
juegos son como los pueblos en que privan: este es golpe, rudeza, ausencia de
arte: se enronquecen y embriagan con ese juego burdo que crea admiración
funesta por los fuertes(...)La pujanza los
enamora y los domina. Les gusta lo que arremete, lo que violenta, lo que
invade(...)[3]
y continua en otras de sus crónicas: “La vida nacional es acá ruda(...)En
muchas universidades es más la pompa que la ciencia, y el pelotear que el leer”[4]
La valoración desmedida del atleta entre los
estudiantes es tema que no deja de preocuparle, “(…)en los colegios se mira
aquí como a pobres personas al que se nutre, como de estrellas que muerden, de
ideas y de sueños grandes: acá los prohombres de los colegios, lo que llevan
damas y mantienen corte, son el que mejor rema, el que mejor recibe la pelota,
el que más sabe de hinchar ojos y desgoznar narices, el que más bebe o
fuma(...)”[5]
Este
extenso artículo que estamos citando apareció en el periódico mexicano El
Partido Liberal, el 13 de julio de 1886, contiene una denuncia valiente y
clara a una institución vista con admiración por el mismo Pierre de Coubertín y
por otros muchos educadores e intelectuales en Europa e Hispanoamérica , era un
modo de desmitificar al deporte colegial presentándolo no solo con las
virtudes, que él supo ver, sino con sus defectos que no dudó en señalar: “(...)¡ved
con que saña mal contenida durante todo el año, se entregan a estas regatas y
desafíos, y apuestan sobre ella, no por aquel
sano amor a los ejercicios viriles que hizo hermoso y fuerte a los
primeros griegos, sino con aquella mercenaria y rencorosa rivalidad que afeaba
las lidias tremendas de los gladiadores de Roma y de Pompeya!(...)”[6]
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