En mi diario andar
habanero, paso con frecuencia frente a esta hermosa tarja de granito verde
donde con letras de bronce están inscrito estos hermosos versos de la
cubanísima matacera Carilda Oliver:
“Cuando niña mi abuela
Trajo un poco de tierra española
Cuando se fue mi madre
Llevó un poco de tierra cubana
Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria
La quiero toda
Sobre mi tumba”
Es su definición hermosa y breve sobre ese
sentimiento del emigrante en tierras extrañas, ese ser siempre el otro entre
los que viven allí, la nostalgia que vivimos cuando nos alejamos del lugar en
que hemos nacido.
Yo emigrante interno de mi isla, añoro ese
pedazo de tierra de mis memorias primeras, y vuelvo una y otra vez a sus calles
con cierta regularidad, para darme cuenta del tiempo que ha pasado, de los
recuerdos que guarda cada rincón donde amé y fui amado; de los lugares donde
descubrí cosas medulares para mi vida…y releo la tarja con su sentido de
reafirmación y dolor de lejanía y siento el alma llena de todos los que emprendieron
el éxodo buscando un sueño, escapando del hermano diferente o añorando riquezas
que en muchos casos fueron quimeras y en los que envejecieron con una visión desfasada de la Patria y
tratan de espantar los recuerdos que duelen y quedarse con ese poquito de
“tierra” y añoranza que se llevaron.
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