Un 19 de junio
de 1907 murió en La Habana la madre de José Martí Pérez, Leonor Pérez Cabrera,
una hija de islas Canarias que había emigrado a Cuba y aquí encontró amor y
construyó una familia, junto al valenciano Mariano Martí Navarro.
Ella no pudo imaginar nunca la trascendencia de traer a este mundo
un hijo varón, el único, inteligente, persistente y tocado por una misión que
se dio él mismo, pero que cumplió al pie de la letra hasta su muerte.
El amor que unió a esta madre con su hijo,
hizo que fuera protagonista de muchos episodios de su vida, primero cuando
adolescente luchó y logró sacarlo de la cárcel para restituirlo a una vida que
no renunció a sus ideales políticos.
Luego la constante lucha de ella porque su
“Pepe” abandonara aquella labor peligrosa y para ella ingrata, “porque todo el
que hace de Cristo sale crucificado”, le diría en una carta y le recuerda, sin
cansancio, en cada letra escrita para su hijo que nadie le agradecería su
sacrificio, que volviera, que en casa había una cama para el descanso.
Esas
cartas debieron ser para el hijo muy duras, nadie como ella para saber de sus
necesidades de amor y del dolor de tenerlo lejos. A Manuel Mercado le dice
Martí en una carta, refiriéndose a su madre, “… a veces no sé qué decirle”, él
que era el señor de la palabra exacta.
Por eso cuando allá en Montecristi, en
República Dominicana, está por partir a Cuba y escribe cartas a sus grandes
afectos, sin saber cuándo podría hacerlo de nuevo, si es que pudiera, tiene
para doña Leonor, su madre casi ciega que allá en La Habana espera y reza por
su hijo, una última carta en la que se reprocha el darle tanto dolor:
Montecristi, 25 marzo, 1895
Madre mía:
Hoy, 25 de marzo, en
vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted.
Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué
nací de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber
de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente
y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.
Abrace a mis hermanas, y a
sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mí alrededor, contentos
de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de usted con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame,
y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.
Su
J. Martí
Tengo razón para ir más
contento y seguro de lo que usted pudiera imaginarse. No son inútiles la verdad
y la ternura. No padezca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario