El Prado habanero debe su diseño actual a Jean Claude Forestier
(Foto tomada de internet)
Jean
Claude Nicolás Forestier (1861-1930) es uno de los más importantes arquitectos
paisajistas de la historia, tenía un sentido de la grandiosidad casi fanático y
a sus proyectos de arquitectura escenográfica le debe París su perspectiva
urbana del Arco de Triunfo de la Estrella, el ensanche de sus avenidas y
bulevares y esa elegancia burguesa que nos hizo olvidar el París de Víctor
Hugo, levantisco y popular, lleno de callejuelas sombreadas por sus edificios;
pero no fue solo París: Barcelona, Lisboa, Buenos Aires y también La Habana
contaron con sus consejos para hilvanar una ciudad grandilocuente, aséptica,
donde el poderío burgués queda determinado por las grandes perspectivas
centradas en los símbolos de poder del estado.
Nuestro Mussolini tropical, el presidente
Gerardo Machado quería mostrar una Habana distinta a las naciones americanas
que se reunirían en Cuba en 1929, incluyendo al presidente de los Estados
Unidos, por eso trajo al prestigioso paisajista francés para convertir a La
Habana, mulata y rumbera, en una dama elegante con un tufillo franchute con
bulevares, grandes espacios y un monumental Capitolio que por supuesto era casi
igual al de la capital de imperio.
La pieza principal del Plan de Obras Públicas
de Machado fue el «Plan Director de la Habana», que tenía por finalidad
enmendar la escenografía arquitectónica donde se desenvolvía la burguesía
nacional. La ciudad abigarrada y desordenada crecía prácticamente sin orden,
por ello el gobierno invita al famoso proyectista francés Forestier,
quien vino con un competente equipo conformado por los arquitectos franceses,
Eugene E. Beaudouin, Juan Labatut, Luis Heitzler, Theo Levan y M. Sorugue, a
los que se unieron los cubanos Raúl Otero, Emilio Vasconcelo, Raúl Hermida,
J.I. del Llano y los artistas Manuel Vega y Diego Guevara.
Forestier y su equipo dividen la obra en dos
partes: la primera a largo plazo y resumida en el Plan Director de La Habana y
la segunda, más inmediata y que incluye las obras que el gobierno de Machado
priorizara para retocar la fachada de la capital: viales, áreas verdes,
elementos de mobiliario urbano y algunas remodelaciones a edificios estatales.
El Plan de arquitecto francés se concretó en
tres visitas que hizo a La Habana, la primera entre diciembre de 1925 y febrero
de 1926, tiempo durante el cual estudió el plano general de la ciudad, proyectó
el Paseo del Prado, el Parque de la Fraternidad, la Avenida del Puerto, la
avenida de Las Misiones, el Parque El Maine, remodeló el Parque Central y dejó
diseñado los bancos y farolas del Paseo del Prado.
Su segundo viaje fue entre agosto y diciembre
de 1928, dedicado a terminar el Plan Director, proyectando además la continuación del Prado frente al Capitolio; la
remodelación y construcción de avenidas y paseos en la ciudad; proyecta la
escalinata de la universidad y la del Castillo del Príncipe, entre otras obras.
Su tercer y último viaje se produjo entre
enero y marzo de 1930, proyecta los edificios públicos que rodearían al Capitolio y que no llegaron a
construirse; el ensanche de la calle Teniente Rey y proyectos de mobiliario
urbano y áreas verdes.
En cuanto al Plan Director de La Habana,
mantiene los códigos eclécticos del Beaux-Arts francés, diseñando una ciudad
monumental de grandes avenidas arboladas que permitieran la visión
escenográfica de los grandes símbolos del estado: el Capitolio, Palacio
Presidencial, Plaza Cívica, Universidad y otros edificios públicos.
Las características más importante de este
Plan Director es la toma de la Loma de los Catalanes como centro rector de la
urbe (donde está hoy emplazado el monumento a José Martí y el Consejo de
Estado), cuando era un sitio yermo con una pequeña ermita en su cima. Desde
este punto donde se levantaría la plaza cívica, nacerían avenidas radiales y
diagonales que entrelazarían los diferentes barrios de La Habana.
El Plan Directos hace énfasis en las áreas
verdes, valorando los tres elementos paisajísticos de la ciudad: la bahía, el
litoral y la faja verde que acentuaría con la creación del Gran Parque del
Almendares y del Gran Parque Nacional, establecidos como pulmones verdes de la
ciudad.
Esa era La Habana que diseñó Forestier a
instancia de Machado, La Habana que sobrevive a lo largo del bellísimo Paseo
del Prado habanero, desde el Malecón hasta la estatua de La India, pasando
frente al Capitolio, el Parque de la Fraternidad, el Parque Central, con sus
farolas diseñadas por Forestier de las cuales muchas sobreviven, a pesar de las
desidias, La Habana tradicional, bullanguera y tumultuosa que ahora, salpicada
de “almendrones”[1]
y bicitaxis, parece una postal para turistas nostálgicos
[1]Automóviles
de la década de los 50 hacia atrás, un “museo rodante” que aún da servicio de taxi a los cubanos
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