En la vida no se puede ir
constantemente levantando el dedo húmedo para ver de qué lado sopla el viento y
tratar de ir a favor de este, en cuestiones humanas, tomar partido es
honestidad y defender lo que uno cree, existe una tendencia a no recordar, a
vivir el presente y ver el mundo según nos vaya en él, con un oportunismo
pedestre que beneficia muchos intereses, sobre todo los que defienden las
minorías poderosas.
Siendo un cubano de a pie estoy
al lado de los míos, que son mayoría y aunque creo que muchas cosas deben
cambiar, que cambien para bien, no vaya a ser que “botemos al niño con el agua
sucia”, como dice un viejo refrán español.
Es así que yo, “me quedo con todas estas cosas / más dignas,
más hermosas/ con esas yo me quedo”…[1]
y vamos al tema:
En el período que la Historia de
Cuba reconoce como Tregua Fecunda (1878-1895) se inicia con fuerza la
penetración del capital norteamericano en la isla, principalmente en la
industria azucarera, la rama tabacalera y la minería. Desde 1880 comenzaron
diversos grupos de inversionistas de Estados Unidos a explotar las minas de
hierro, manganeso y cromo en los alrededores de Santiago de Cuba; en 1883
compran el primer ingenio azucarero, El Soledad en Cienfuegos y ya en 1891
varios grupos financieros yanquis montaron ingenios en Manzanillo,
Sancti-Spíritus y Trinidad, además de comenzar a invertir en la industria
tabacalera.
Poco antes de comenzar la guerra
del 95 las inversiones de los Estados Unidos era de alrededor de 50 millones de
dólares, de los cuales unos 30 millones estaban invertido en el azúcar y otros
15 en las minas de la parte oriental del país. En el comercio la dependencia
creció hasta el punto de desplazar a España como metrópoli económica de Cuba.
En 1884 el 85 % de las exportaciones cubanas iban hacia los Estados Unidos y en
la producción azucarera la proporción
subía hasta un 94 %.[2]
En 1890 el Congreso de los
Estados Unidos aprobó un arancel aduanal (Arancel McKinley), que estipulaba la
entrada al país libre de impuesto a los azúcares crudos provenientes de los
países que tuvieran similar gesto para la mercadería norteamericana. Esto
desató una guerra arancelaria entre Estados Unidos y España por el comercio
cubano, lo que provocó la unidad de todos los intereses económicos de la isla, tanto
criolla como peninsular, en la petición del establecimiento de un tratado
arancelario entre ambas naciones. El denominado Movimiento Económico presionó a
España que finalmente en 1891 firmó un tratado que aseguró la libertad de
derechos del azúcar cubano y ventajas para el tabaco y otras producciones de la
isla en el mercado estadounidense.
Esto trajo por consecuencia un
salto de producción de azúcar, que de medio millón en 1890 aumentó a un millón
de toneladas en 1894. La bonanza duró poco, el Gobierno de los Estados Unidos
anuló los convenios con España al implantar una nueva tarifa (Tarifa Wilson) en
beneficio del monopolio azucarero yanqui de Havemeyer. El precio del crudo cayó
a menos de un centavo por libra entre 1894 y 1895 reduciéndose las
exportaciones entre un 30 y un 50 %, provocando despidos masivos de obreros,
disminución de salarios y ruinas a los productores, entre tanto en los Estados
Unidos, José Martí asumía el liderazgo de la emigración revolucionaria cubana y
preparaba la guerra necesaria.
Terminada la guerra en 1898, la primera medida del gobierno interventor
fue rebajar los aranceles de entrada de las exportaciones norteamericanas hacia
la Isla[3],
sin que pudiera hacer lo mismo con los productos cubanos que entraban a los
Estados Unidos. Con el consiguiente beneficio de los capitalistas
norteamericanos y los comerciantes importadores en Cuba, la mayoría de origen
español y en su mayoría enemigos de la independencia.
En cuanto a las inversiones, si
bien se creó una Ley que prohíbe a los norteamericanos conceder privilegios a
sus connacionales en el tema de inversiones, esta se vulneró con frecuencia,
aunque la gran penetración norteamericana
en Cuba vendría después, con la “República”.
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