Otra vez Martí enfrentado al rigor de la guerra, no
a las penurias de la vida en campaña que se le hace llevadera, sino a los
penosos asuntos que es llevar el orden a las filas insurrectas, el impedir que la guerra se convierta en
pretexto para cuatreros y oportunidad, que a nombre de la guerra sacian sus instintos personales.
En esto
Máximo Gómez es un Maestro, inflexible con los ladrones, asesinos y cobardes,
no le temblará la mano para el castigo ejemplarizante. Esta vez la pena de
muerte no llega a ejecutarse, la influencia noble de Martí logra el perdón para
los descarriados.
“8. -A trabajar, a una altura vecina, donde levantan el nuevo
campamento: ranchos de troncos, atados con bejuco, techados con palma. - Nos
limpian un árbol, y escribimos al pie. – (...)
En la mesa, sin rumbo, funge el consejo de guerra de Isidro Tejera, y
Onofre y José de la 0. Rodríguez: los pacíficos dijeron parte del terror en que
pusieron al vecindario (...) El consejo, enderezado de la confusión, los
sentencia a muerte. Vamos al rancho nuevo, de las alas bajas, sin paredes. -
José Gutiérrez, el corneta afable que se lleva Paquito, toca a formación. Al
silencio de las filas traen los reos; y lee Ramón Garriga la sentencia, y el
perdón. Habla Gómez de la necesidad de la honra en las banderas (...)”
Diario de Campaña de José Martí
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