Nada más lúdico que la interpretación de Martí hecha por Fabelo
El
mundo moderno capitalista, con sus abismales desigualdades, ha ido creando una
cultura del entretenimiento cuyo máximo requerimiento es llenar el tiempo libre del ser humano con una
serie de actividades llamadas a hacerle
pasar momentos “emocionantes”, “gratos”, “placenteros”, de un modo cada
vez más estandarizado de acuerdo a los parámetros consumistas de cualquier
producto.
La banalidad es el denominador común de la
“mass cultura”, destinada a vaciar de contenido espiritual a los seres humanos
y hacerlo vivir de acuerdo a estándares de consumo, sin meterse en problemas,
sin preguntarse las causas de las desigualdades y viviendo en función de no
quedar atrás, ser competitivo, vivir para el yo y aplicando la filosofía
pragmática de aprovechar las circunstancias para escalar, ser de los
triunfadores, consumidores por sobre todas las cosas.
Martí
en sus crónicas para la prensa latinoamericana desde Nueva York, se ocupa
profusamente de los temas lúdicos no solo de los juegos y los deportes, sino
del entretenimiento y los espectáculos; no para dar visiones folkloristas o
sensacionalistas de esos temas, sino para exponer de forma objetiva, una visión
más completa de esta sociedad que deslumbra a los lectores de América Latina.
Los criterios de Martí, ganan en vigencia y
actualidad en la sociedad posmoderna cargada de acciones lúdicas tendiente a la
enajenación del individuo, que hacen del entretenimiento y la vida frívola el
ideal del ser humano, convertido en muchas ocasiones en consumidor de placeres artificiales y
condicionados a las emociones duras y violentas. A estos contrapone Martí la espiritualidad como antídoto, el humanismo
como escudo y la virtud como regla.
La llegada de José Martí a Nueva York en
1880 es el inicio de una nueva etapa en su vida, no solo por la consolidación
de la obra política a la que se consagró, la independencia de Cuba, sino por la
maduración de su intelecto y sus vínculos más amplios con la sociedad
norteamericana, a la que conoce en pleno momento de expansión de la Revolución Industrial
y de maduración de fenómenos como sus apetencias imperialistas.
Ante
estos procesos que se desarrollan delante de sus ojos, el pensamiento
revolucionario y progresista de Martí evoluciona hacia posiciones, primero de
observación crítica y luego de advertencia a los gobiernos y pueblos de
Latinoamérica, a quienes previene de los males que están en esta sociedad que
los deslumbra con su abundancia y parafernalia.
En
1889 en el primer número de la revista La Edad de Oro, redactada por él para los
niños, José Martí publica el primer trabajo escrito por un cubano referido a la
importancia de los juegos y de lo lúdico en general, en el desarrollo de la
cultura y de la educación en particular. Con una muy buena selección de
ejemplos Martí va demostrando cuan importante es el juego para el desarrollo
humano y con una clara exposición desarrolla su tesis central que guarda una
vigencia muy importante y es anterior a la que elaboran ludistas
contemporáneos: “Los
pueblos, lo mismo que los niños necesitan de tiempo en tiempo algo así como
correr mucho, reírse mucho y dar gritos y saltos. Es que en la vida no se puede
hacer todo lo que se quiere, y lo que se va quedando sin hacer sale así de
tiempo en tiempo, como una locura.”[1]
Describe
con la fuerza de la anticipación los espectáculos y entretenimientos vistos en
la ciudad de Nueva York, en la que sobresale Coney Island, el mundo de lo sorprendente donde la
estratificación social es notada por el cubano siempre extrañando la
espiritualidad del ser humano, “(...) el tamaño, la cantidad, el
resultado súbito de la actividad humana, esa inmensa válvula de placer abierta
a un pueblo inmenso (...)”[2]
y asombrado describe la enorme infraestructura creada para el esparcimiento de
esa multitud y su preocupación se centra en aquella gente embriagada de
hedonismo.
Se está ante un fenómeno lúdico incipiente
pero en crecimiento, la “industria del ocio”, que hace vivir al hombre
de los “sentidos” y que tiene en los ricos sus principales consumidores, con la
complacencia de sus extravagancias y lucimientos. Ante este fenómeno Martí
reacciona, habla de sí y se ejemplifica como el hombre de Hispanoamérica en
busca del goce superior de los sentidos:
“(...) es fama que una
melancólica tristeza se apodera de los hombres de nuestros pueblos
hispanoamericanos que allá viven, que se buscan en vano y no se hallan; que por
mucho que las primeras impresiones hayan halagado sus sentidos, enamorado sus
ojos, deslumbrado y ofuscado su razón, la angustia de la soledad les posee al
fin, la nostalgia de un mundo espiritual superior los invade y aflige; se
sienten como corderos sin madre y sin pastor, extraviados de su manada; y,
salgan o no a los ojos, rompe el espíritu espantado en raudal amarguísimo de
lágrimas, porque aquella gran tierra está vacía de espíritu.”[3]
Hablar de un pensamiento lúdico en Martí no es
nada descabellado a la luz de la enseñanza contemporánea, ni de las
concepciones sobre esta forma de comportamiento humano que es la lúdica, tan
necesaria e importante en el desarrollo del hombre. Pensamiento lúdico que está en función del
mejoramiento humano, al advertir de la necesidad de alcanzar un equilibrio
entre los placeres, la instrucción y la ejercitación física con el desarrollo
de la espiritualidad, que para nada está reñida con lo lúdica.
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