Símón Rodríguez, un maestro precursor
No
es casual la convergencia entre las ideas educativas del maestro y filósofo
venezolano Simón Rodríguez y el intelectual y líder político cubano, José
Martí, aunque entre ambos medie medio siglo.
Ambos estaban convencidos de que en
Hispanoamérica había que reformar la educación de raíz a fin de ponerla a tono
con las necesidades de las nuevas sociedades que nacían con la emancipación del
dominio colonial español, no solo en lo metodológico, sino también en la
adecuación para solucionar los problemas del Nuevo Mundo anquilosados por la
enseñanza escolástica y religiosa que se mantuvo como cáncer cultural durante
muchas décadas.
Es casi seguro que José Martí no leyera a
Simón Rodríguez, a fines del siglo XIX este era casi un desconocido cuyas obras
estaban poco difundidas y de él apenas quedaba el recuerdo de ser el maestro
del Libertador, Simón Bolívar, en tanto que los resquemores y la desconfianza
de las clases dominantes y de la
Iglesia en los países sudamericanos, habían satanizado su
quehacer intelectual y principalmente sus aportes a la educación
latinoamericana.
En el legado ideo-pedagógico de ambos
pensadores sobresale una constante, la preocupación por la educación en América
Latina.
Producto de la
conquista y colonización se desarrollan en estas tierras sociedades de
cultura mestiza de fuerte influencia europea, pero en la que era posible
reconocer los rasgos autóctonos de los pobladores originales y de otras razas traídas
por la fuerza, la necesidad o el engaño. El convencimiento de que era necesario
aceptar esta realidad trascultural para poder crecer como pueblos, es el hito
común entre Simón Rodríguez y José Martí.
Simón Rodríguez desarrolla su ideario y práctica
docente a principio del siglo XIX, influido por las ideas del iluminismo
liberal europeo, el socialismo utópico frente a la resistencia conservadora del
clero y la educación escolástica. En el plano educativo es partidario de
combinar la enseñanza con el trabajo, promoviendo escuelas técnicas y
agrícolas, que facilitasen la formación de hombres capaces de “colonizar el continente con sus propios
habitantes para evitar así la emigración indiscriminada del exterior...”
Rodríguez desarrolla el proyecto de Educación
Popular en Bogotá y Chuquisaca, Bolivia, proyecto que fracasa por la
desconfianza de las familias pudientes, que no concebían que sus hijos
concurrieran al mismo colegio a donde iban los indios y pardos y en el que
adquiría conocimientos de carácter práctico y manual.
Cuestionó la educación especulativa, por no
afianzarse en lo concreto y porque no permite lograr los objetivos que
necesitaba la educación. Denunció a los mercaderes de la educación, que hacían
negocio con la actividad educativa y abogó por una enseñanza pública, mixta y
laica.
A fines del siglo XIX persisten en América
Latina, mucho más acentuados, los problemas que el maestro caraqueño denunció y
trató de subsanar con sus ideas y propuestas: unidad de los pueblos de
latinoamericanos como base para el desarrollo socio cultural de nuestros
países, la necesidad de elevar el nivel educación del indio, dignificarlo,
aprender de él y ponerlo en condición de participar activamente en la sociedad;
la enseñanza y desarrollo de las ciencias y los avances técnicos como
necesidades para crear sociedades prósperas; cuidado de lo autóctono en lo
cultural y educativo, como base de la independencia; denuncia de la asimilación
acrítica de las culturas ajenas y otros aspectos puntuales de la cultura, la
educación y la política, en lo que coincidieron José Martí y Simón Rodríguez.
Si bien Simón Rodríguez abre el siglo XIX
intentando poner a las sociedades latinoamericanas sobre bases nuevas y
experimenta con audacia reformas educacionales, rechazadas por el clero y las
clases dominantes: a Martí le corresponde proclamar a fines del mismo siglo, la
necesidad de una segunda independencia en la que los pueblos se hicieran dueños
de sus destinos.
José Martí es testigo de la gran revolución
educacional que provoca el desarrollo industrial del impetuoso capitalismo del
siglo XIX. Se impulsa el aprendizaje rápido de las nuevas tecnologías y las
ciencias, y el Apóstol cubano observa y divulga todo aquello que pueda servir
en el avance de los pueblos. Aplaude la introducción de los nuevos
conocimientos y métodos, pero advierte en la necesidad de no dejar vacío de
espiritualidad ese conocimiento y aboga por el humanismo como antídoto al
maquinismo y al pragmatismo burgués.
José Martí, intelectual cubano de plena raíces
latinoamericanas, reivindica su pertenencia a estas tierras de “Nuestra América”,
exalta las potencialidades socio-culturales de sus pueblos mestizos y basa su
proyecto emancipador en la autoctonía, el conocimiento de las virtudes propias
de los pueblos del sur y la imbricación de los avances científico-técnicos de
su época. Ideas semejantes a las de Simón Rodríguez, pero en un momento de
mayor desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos, de mayor amenaza de
penetración imperialista, pero ambos confiados en que el triunfo de los pueblos
estaría dado por el desarrollo de la educación y cultura, su unidad y
solidaridad para impedir que pase el “gigante de las botas de siete legua”.
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