La tarea de educar a
las clases más humildes es uno de los primeros esfuerzos que nuestro José Martí
hace por su América, convencido que solo la educación pondrá al ser humano en
condiciones de crecer y ayudar a las sociedades donde han nacido, estas ideas
de un joven veinteañero en pleno siglo XIX siguen hoy teniendo vigencia en esta
sociedad informatizada y cada vez más desigual:
Desde
su llegada a América y su establecimiento en México y posteriormente en
Guatemala, José Martí demuestra una preocupación constante por los pasos que
dan los gobiernos de esos países para mejorar la educación de las clases
populares y en particular los grupos de población autóctona abandonados a su
suerte como parias en su propia tierra.
Martí no pierde oportunidad en sus
publicaciones y cartas para resaltar la necesidad de impulsar la educación
popular destacado su convicción de que sin cultura no habría libertad humana, a
pesar de las muchas leyes y esfuerzos de los intelectuales y los grupos
dominantes de “civilizar” a estas masas de cholos, ladinos, mestizos, pobres en
general, gente de campo, de trabajo duro en las ciudades y a los que se le
consideraba lastre social que impide el avance de sus sociedades.
“Un
pueblo no es una masa de criaturas miserables y regidas: no tiene el derecho de
ser respetado hasta que no tenga la conciencia de ser regente: edúquese en los
hombres los conceptos de independencia y
propia dignidad... ser hombre es en la tierra dificilísima y pocas veces
lograda carrera”[1]
Este decidido joven revolucionario le toma el
pulso a su América y recomienda: “La educación tiene en estas tierras un trabajo
mayor: es la educación el estudio que el hombre pone en guiar sus fuerzas;
tanto más trabajosa será su obra, cuanto sean potentes y rebeldes las fuerzas
que quiere conducir y encaminar”[2]
Al hombre
originario de América lo conoce en México y Guatemala y le llama “perpetua e impotente crisálida de hombre”
que duerme y frena el desarrollo del país donde vive, pero no es su culpa, son siglos de explotación y
abandono los que lastran su vida.
“¿Qué
ha de redimir a esos hombres? La enseñanza obligatoria ¿Solamente la enseñanza
obligatoria, cuyos beneficios no entiende y cuya obra es lenta? No la enseñanza
solamente: la misión, el cuidado, el trabajo bien retribuido...”[3]
Será en la
educación popular en la que deposite sus esperanzas de adelanto de las naciones
latinoamericanas, el conoce el resultado halagüeño que la aplicación de la
misma ha tenido en Europa y apoya su difusión en las tierras americanas. Tiene
22 años (1875) al llegar a México y se enfrenta a una realidad nueva; un año
después irá a Guatemala, participa abiertamente en los esfuerzos reformistas de
Justo Rufino Barrios y resume sus ideas en el preclaro ensayo “Guatemala”:
“Saber leer es saber andar. Saber escribir es saber
ascender. Pies, brazos, alas todo eso ponen al hombre esos primeros
humildísimos libros de la escuela. Luego va al espacio. Ve el mejor modo de
sembrar, la reforma útil que hacer, el descubrimiento aplicable, la receta
innovadora, la manera de hacer buena la tierra mala; la historia de los héroes,
los futiles motivos de las guerras, los grandes resultados de la paz. Siembra
química y agricultura, y se cosecharán grandes riquezas. Una escuela es una
fragua de espíritu; ¡ay de los pueblos sin escuelas! ¡ay de los espíritus sin
temple!
“La educación es como un árbol: se siembra una
semilla y se abre en muchas ramas. Sea la gratitud del pueblo que se educa
árbol protector, en las tempestades y las lluvias, de los hombres que hoy le
hacen tanto bien. Hombre recogerá quien siembre escuelas”[4]
La presencia de José Martí en países
hispanoamericanos le acerca a la realidad de atraso que presentaban las
naciones de esta parte del Nuevo Mundo con respecto a lo que el ha visto o
leído de las naciones europeas y se da cuenta de que la colonia sobrevive en la República, con gobiernos
que pueden hacer muy poco por la herencia conservadora de sus clases dominantes
y el fatalismo mental de sus intelectuales y clase política soñando con los
cambios, pero atados a la tradición.
Para él la educación es factor fundamental de
cambios, la educación popular, para todos, no elitista, para encaminar a los
sectores humildes de las sociedades de nuestros países de América. Por eso
saluda desde las columnas de la Revista
Universal de México, la apertura de escuelas
públicas, las iniciativas legislativas o cualquier atisbo de cambio. Es apenas
un preclaro veinteañero que piensa en América.
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