El joven Martí.
Autor
Enrique Caravia
La sociedad cubana emprende un camino de
reencuentro con las mejores virtudes del ser humano en un momento en el que
hablar de ética es difícil. La Revolución ha emprendido un camino de
reencuentro con los mejores valores del hombre, relegado por sus necesidades
del diario y a veces olvidada por el sostenimiento de una “doble moral” que
tiene mucho que ver con esa divisa de, “haz lo que yo digo y no lo que yo
hago”.
Nacido en el seno de una familia humilde,
creció bajo los valores de honestidad,
honradez, apego a la verdad, amor al trabajo, respeto a sus mayores, obediencia
y colaboración con los de más, normas ética que en conjunto conformaban lo que
en nuestra sociedad llamamos una persona decente, que honra ante todo a
su familia y se prepara para cumplir su misión social.
Su familia numerosa, pasó muchas estrecheces
económicas pero en su seno prevaleció el principio de mantenerse con la manera
honrada de ganar el sustento. Su padre,
funcionario público, en una época en que fue muy común que estos vendieran sus
favores a quien podía pagarlos, tuvo muchas dificultades con sus superiores por
las quejas de quienes no podían sobornarlo. Baste el ejemplo de su actuación en
Caimito de Hanábana, cuando interceptó un alijo ilegal de esclavos y fue
destituido de su cargo, a pesar de que actuaba bajo los principios de la Ley
colonial.
Aún niño, pudo contemplar el triste
espectáculo de la esclavitud, enseñoreada en Cuba, como cruel anacronismo que
no entendía dados sus cortos años, pero que no dejaron de estremecerlo de dolor y repulsa, al punto de
sellar para consigo el compromiso de combatir aquella bárbara práctica que
sometía a seres semejante a la condición de animales de trabajo a los que se
podía negar todos los derechos.
Adolescente, llega a la escuela de Rafael
María de Mendive y junto a él incorpora un nuevo sentimiento más elevado de
comprensión y amor social, el sentido de pertenencia a una comunidad
identitaria que pugna por ser libre para alcanzar sus objetivos propios,
negados por su metrópoli. Nace así su amor a la patria, a su pueblo, su
identificación con sus anhelos, y sin negar
sus bases éticas, crece, ahora como patriota.
José Martí paga muy caro su lealtad a sus
principios éticos, y no hablamos de un adulto, sino de un jovencito en la flor
de la vida. A los quince años era consciente del compromiso con su país; a los
dieciséis publica los primeros trabajos políticos y es detenido; a esa misma
edad se enfrenta al tribunal militar y defiende el derecho de Cuba a la
independencia, por lo que es condenado a prisión y trabajo forzado; a los
dieciocho escribe en la misma España, “El Presidio Político en Cuba” y a los
veinte le exige al gobierno republicano español que le concedan a Cuba los mismos derechos de libertad que
ellos quieren para España.
Como ven no tuvo que esperar a madurar
biológicamente para comprender cuál era
su lugar en su tiempo, sino que calladamente cumplió con esos deberes que le
marcaron su ética individual y social, que para Martí no iban disociada sino
unida en un todo.
Respondiendo a esos principios morales
emprendió lo que siempre consideró era su primero y más importante deber, contribuir
al mejoramiento humano y ese principio pasaba por la independencia de Cuba,
el desarrollo cultural del hombre, la dignificación de los pueblos
latinoamericanos, el vencimiento de los peligros de anexión y sometimiento a
los Estados Unidos, la condena a todo tipo de discriminación o coacción moral
al hombre y el desarrollo de la bondad como sentimiento mayor humano.
“Ser bueno” era su paradigma ético para la
formación de las nuevas generaciones, lo reitera en sus conversaciones con los
niños desde las páginas de su revista “La Edad de Oro”, el niño cortés, humano,
solidario, como diríamos hoy, es la base del ser humano que será mañana y junto
a esto una preocupación constante por el
estudio, la superación en todos los sentidos y no solo en la adquisición de
títulos, sino para su crecimiento espiritual, el cultivo de la sensibilidad
para lo estético, junto a lo ético.
Lo bello como categoría no solo estética, sino
ética, cultivando la capacidad de ver lo bello aún en lo aparentemente feo,
vivir en busca de lo hermoso y llegar a fundir de tal modo lo ético y lo
estético, que cuando falte uno de ellos en el otro tengamos la sensibilidad de
notarlo y luchar por corregirlo.
Hombre integral, Martí no emprendió nada sin
que estuvieran presente sus principios éticos, tanto en su labor cultural, como
política.
En lo cultural, sabemos que cultivó la poesía,
la prosa reflexiva, la traducción, la oratoria y la enseñanza en sentido
general y en todo su obra procuró desarrollar la utilidad de la virtud,
es decir, nada vano, nada superfluo, ni aún en el entretenimiento, por lo que
fue creando un paradigma de enseñanza, que no envejece.
En lo político, no fue Martí de los que
pensaba que el fin justificaba los medios, no podían conseguirse fines
elevados, si estos estaban basados en la coacción de la libertad del hombre, en
la postergación de principios para facilitar objetivos o alianzas, si no se
apelaba a la ética social basada en la unidad de propósitos o trasparencia en
el logro de metas.
El pensamiento de Martí está basado en la
nobleza de ese fin, alcanzar una
República ... con todos y para el bien de todos, de reconocer a la
humanidad como patria del hombre; la convicción de que un principios justo es
muy poderoso y que solo basado en la ética el hombre crece y es humano.
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