miércoles, 11 de junio de 2014

UN EJEMPLO ÉTICO: JOSÉ MARTÍ




El joven Martí.
Autor
Enrique Caravia

 La sociedad cubana emprende un camino de reencuentro con las mejores virtudes del ser humano en un momento en el que hablar de ética es difícil. La Revolución ha emprendido un camino de reencuentro con los mejores valores del hombre, relegado por sus necesidades del diario y a veces olvidada por el sostenimiento de una “doble moral” que tiene mucho que ver con esa divisa de, “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.
 Nacido en el seno de una familia humilde, creció  bajo los valores de honestidad, honradez, apego a la verdad, amor al trabajo, respeto a sus mayores, obediencia y colaboración con los de más, normas ética que en conjunto conformaban lo que en nuestra sociedad llamamos una persona decente, que honra ante todo a su familia y se prepara para cumplir su misión social.
 Su familia numerosa, pasó muchas estrecheces económicas pero en su seno prevaleció el principio de mantenerse con la manera honrada de  ganar el sustento. Su padre, funcionario público, en una época en que fue muy común que estos vendieran sus favores a quien podía pagarlos, tuvo muchas dificultades con sus superiores por las quejas de quienes no podían sobornarlo. Baste el ejemplo de su actuación en Caimito de Hanábana, cuando interceptó un alijo ilegal de esclavos y fue destituido de su cargo, a pesar de que actuaba bajo los principios de la Ley colonial.
 Aún niño, pudo contemplar el triste espectáculo de la esclavitud, enseñoreada en Cuba, como cruel anacronismo que no entendía dados sus cortos años, pero que no dejaron de  estremecerlo de dolor y repulsa, al punto de sellar para consigo el compromiso de combatir aquella bárbara práctica que sometía a seres semejante a la condición de animales de trabajo a los que se podía negar todos los derechos.
 Adolescente, llega a la escuela de Rafael María de Mendive y junto a él incorpora un nuevo sentimiento más elevado de comprensión y amor social, el sentido de pertenencia a una comunidad identitaria que pugna por ser libre para alcanzar sus objetivos propios, negados por su metrópoli. Nace así su amor a la patria, a su pueblo, su identificación con sus anhelos, y sin negar  sus bases éticas, crece, ahora como patriota.
 José Martí paga muy caro su lealtad a sus principios éticos, y no hablamos de un adulto, sino de un jovencito en la flor de la vida. A los quince años era consciente del compromiso con su país; a los dieciséis publica los primeros trabajos políticos y es detenido; a esa misma edad se enfrenta al tribunal militar y defiende el derecho de Cuba a la independencia, por lo que es condenado a prisión y trabajo forzado; a los dieciocho escribe en la misma España, “El Presidio Político en Cuba” y a los veinte le exige al gobierno republicano español que le concedan a Cuba los mismos derechos de libertad que ellos quieren para España.
 Como ven no tuvo que esperar a madurar biológicamente para  comprender cuál era su lugar en su tiempo, sino que calladamente cumplió con esos deberes que le marcaron su ética individual y social, que para Martí no iban disociada sino unida en un todo.
 Respondiendo a esos principios morales emprendió lo que siempre consideró era su primero y más importante deber, contribuir al mejoramiento humano y ese principio pasaba por la independencia de Cuba, el desarrollo cultural del hombre, la dignificación de los pueblos latinoamericanos, el vencimiento de los peligros de anexión y sometimiento a los Estados Unidos, la condena a todo tipo de discriminación o coacción moral al hombre y el desarrollo de la bondad como sentimiento mayor humano.
 “Ser bueno” era su paradigma ético para la formación de las nuevas generaciones, lo reitera en sus conversaciones con los niños desde las páginas de su revista “La Edad de Oro”, el niño cortés, humano, solidario, como diríamos hoy, es la base del ser humano que será mañana y junto a esto una preocupación  constante por el estudio, la superación en todos los sentidos y no solo en la adquisición de títulos, sino para su crecimiento espiritual, el cultivo de la sensibilidad para lo estético, junto a lo ético.
 Lo bello como categoría no solo estética, sino ética, cultivando la capacidad de ver lo bello aún en lo aparentemente feo, vivir en busca de lo hermoso y llegar a fundir de tal modo lo ético y lo estético, que cuando falte uno de ellos en el otro tengamos la sensibilidad de notarlo y luchar por corregirlo.
 Hombre integral, Martí no emprendió nada sin que estuvieran presente sus principios éticos, tanto en su labor cultural, como política.
 En lo cultural, sabemos que cultivó la poesía, la prosa reflexiva, la traducción, la oratoria y la enseñanza en sentido general y en todo su obra procuró desarrollar la utilidad de la virtud, es decir, nada vano, nada superfluo, ni aún en el entretenimiento, por lo que fue creando un paradigma de enseñanza, que no envejece.
 En lo político, no fue Martí de los que pensaba que el fin justificaba los medios, no podían conseguirse fines elevados, si estos estaban basados en la coacción de la libertad del hombre, en la postergación de principios para facilitar objetivos o alianzas, si no se apelaba a la ética social basada en la unidad de propósitos o trasparencia en el logro de metas.
 El pensamiento de Martí está basado en la nobleza de ese fin,  alcanzar una República ... con todos y para el bien de todos, de reconocer a la humanidad como patria del hombre; la convicción de que un principios justo es muy poderoso y que solo basado en la ética el hombre crece y es humano.


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