La
anunciación.
Autora:
Antonia Eiriz
Esa es una realidad dialéctica, en cuanto
tenemos un problema resuelto, surge un nuevo reto para seguir adelante y
avanzar en esta espiral infinita que es
la vida.
Desde la altura de mis años puedo hacer un
recuento, que ojalá puedan leer mis compatriotas, tan ocupados hoy en hacerse
oír que casi no escuchan a otros.
Cuando yo nací me toco venir en una familia
pobre, de poco o ningún recurso, aparte del duro trabajo de mi padre; mis
hermanos mayores, apenas adolescente ya habían dejado la escuela, porque había
que ayudar a la economía familiar y se ocupaban de hacer pequeños trabajos
eventuales y precarios. Alfredo y Rogelio, eran inteligentes, muchachos
despiertos que sabían leer y escribir, no mucho más, pero tenían el ángel de la
curiosidad, leían y mantenían un nivel de información que hicieron presente los
libros en mi hogar, cuando aún yo iba a la escuelita de barrio.
“En eso llegó Fidel”, como decimos los cubanos,
parafraseando a Carlos Puebla[1],
justo yo con nueve años como para crecer en medio de aquella vorágine de
acontecimiento, de las que no solo leí sino que viví.
Desde un principio la divisa de dar educación
a la gente, de que todos pudieran tener estudios, fue la máxima sobre la que se
hizo la “Campaña de Educación” (1961): “Cultos sí analfabetos no”, “Si sabes
enseña, si no sabes aprende” y de Martí aquello de, “Ser culto es el único modo
de ser libre”, sirvieron de acicate a mis contemporáneos.
Crecimos como país en los setenta, esos años
cuestionados y de ortodoxia, fueron para mi años de adolescencia, “La zafra de
los Diez Millones”, de escuchar a los Beatles
a escondidas, porque eran parte del “diversionismo ideológico”, de no
poder llevar melena, ni cerquillo, porque eran rezagos de la sociedad burguesa;
del ateísmo a pulso, tanto como el “machismo” que podían llevar a los muy igualitarios jóvenes cubanos al
ostracismo grupal y a convertirte en un “paria” por ser distinto.
Eso era la verdad, luego me fui enterando de
los días difíciles que pasaron los intelectuales, los religiosos y los
homosexuales, en todas partes de Cuba, de eso no se hablaba y aunque no se
fusiló a nadie por eso, muchos vieron truncados sus sueños y cargaron con sus
“culpas” en el país que construía la mejor sociedad posible.
Todo esto es producto de la mente humana, en
la búsqueda del bien el cristianismo llenó de hogueras a Europa, se hicieron
las horribles cruzadas, pero también los horrores vinieron de otras ideologías de
derechas e izquierdas.
Es bueno tener garantizado lo mínimo que como
seres humanos necesitamos para ser además de seres vivos, seres cultos,
participantes y actuantes, sin que por eso nadie nos pase la cuenta, de
compromisos absurdos y extemporáneos.
Nuestros problemas hoy son otros, aprender a
crecer no solo con lo que nos dan, sino con lo que ganamos, con lo que aprendemos
en esta interacción constante que es la sociedad y tener la oportunidad de
hacer realidad nuestros sueños.
La Revolución hoy sigue siendo el cambio, el cambio constante y
lógico para alcanzar premisas humanas cada vez más elevadas como grupo y como
seres individuales, únicos e irrepetibles,
[1] Canto
popular de la Revolución que en los años 60s fue una especie de Homero criollo
que admiramos mucho.
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