La cafetera 1. Ángel Acosta León
Pintor cubano
La
cultura es memoria, huellas del hombre sobre la tierra, de su devenir por
generaciones sobre este planeta que en apenas un soplo, geológicamente
hablando, ha transformado y se ha puesto a punto de completar un suicidio
colectivo por motivos realmente mezquinos.
Que la aldea global cuente con varios miles de
millones de seres humanos, debería ser motivo de orgullo de la especie, que
apenas en cien mil años transitó de la manada a la sociedad post-industrial,
con una capacidad tecnológica capaz de mucho bien y mucho mal.
El ser humano siempre curioso, ambicioso y
egoísta ha olvidado elementos de su espiritualidad que la civilización debió
potenciar. El primero y más importante es su capacidad de ser bueno, compasivo,
solidario, valores que hoy pugnan por no desaparecer en sociedades muy
competitivas donde prima la Ley del Más Fuerte, la violencia del hombre contra
el hombre, la explotación de un humano sobre otro.
La sociedad moderna hoy se plantea la
disyuntiva de resolver los problemas más acuciantes de su especie o darle una
vida desaforadamente lúdica a un pequeño grupo, (los alfas, los triunfadores,
los dueños de casi todo todo) que equivale a decir una humanidad sin futuro
pero que desaparecerá en medio de orgías, exceso de lujo, fatuidades y una cultura
cursi en la que el culto a las riquezas y el poder, nos dará una última noche a
lo grande.
Vale la pena luchar por utopías, soñar con una
humanidad humana, redundancia necesaria en un mundo maltusiano en el que
millones no tienen esperanzas.
La democracia no debería ser solo un derecho a
elegir al timonel del poder (casi siempre rico, inteligente y afín a las clases
dominantes); democracia debe ser tener derecho a la vida, a la educación, la
salud, a llegar tan lejos como nos den nuestras capacidades; respetar al otro,
condenar el egoísmo y la envidia e identificarnos todos como seres humanos.
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