viernes, 20 de junio de 2014

JOSÉ MARTÍ, EL AMANTE




José Martí
Autor: Herman Norman

 En Cuba el tema de los amores de  José Martí es algo que levanta polémicas entre entendidos y gente de pueblo que solo conocen al Maestro por lo mucho que su vida y su legado se difunde en el país.
 Poeta, romántico, soñador, apasionado, creció con la rima en mente y luego las imágenes superaron aquel encabalgamiento para regalarnos aquellos versos rebeldes nacidos del alma (Versos Libres), sin rimas, tocando todas las tonalidades espirituales de un hombre que se multiplica entre el deber político y social y el brote inevitable de sus años.
 Ya desde Cuba, aún muy joven, se habla de aquel amor platónico por la Micaela de su maestro Mendive, que se hizo enterrar con sus cartas y sus versos; en España joven y rebelde goza de un amor adultero que  condenó por ética pero que vivió como hombre, le tocó vivir siempre seguido con un aura  sutil de la infidelidad.
 Luego fue Blanca de Montalvo, la zaragozana que hizo estallar la “breve flor de su vida”, el deslumbramiento bohemio en el México decimonónico, veinteañero aún, y exitoso en ese mundo intelectual pre modernista que lo hizo amar, sufrir desdenes, para caer luego prenda por una mujer de carácter, Carmen Zayas Bazán Heredia, la cubana que lo hace olvidar sus aventuras de camerinos y esquelas fortuitas, y por vez primera lo compromete al matrimonio, como ideal del amor y la tranquilidad familiar.
 Novio aún de Carmen va a Guatemala y allí le sale al paso la pasión hecha mujer, María García Granado, la adolescente que lo ama sin condición y a quien entregó los restos románticos de sus amores insensatos (años después dirá lleno de despecho ante la huida de Carmen: “Y yo que sacrifiqué a mi María”). Este nuevo amor platónico será el más conocido y especulado, justo por el poema IX de “Versos Sencillos”, inmortalizador del amor imposible de “la Niña de Guatemala”.
 El ser político, consagrado y centrado  llevará la tormenta al hogar soñado, y la estoica Carmen reclama y espera por el hombre del hogar, no solo por el amoroso esposo, sino por el asegurar del porvenir de su hijo.
 En esa rivalidad de patria y hogar, Carmen pierde y la ruptura vendrá luego de varios intentos por rehacer el hogar en tierras extrañas (“Tu sabe que solo me faltó empeñar el vestido que tenía puesto”, responderá al reproche del esposo).
 Pero esta “alma trémula y sola”, que es Martí, encuentra allá en las frías noches neoyorquinas, primero a una amiga que comparte sus anhelos por la isla irredenta y sin medir ninguna justificación lógica y con el sufrimiento como único resultado de lo prohibido, Carmen Miyares terminará siendo el amor maduro de un hombre en la tormenta, sin que puedan negarse otros escarceos, pasiones fortuitas que lo hacen leyenda entre líneas de poemas y cartas.
 Este es el hombre amante y que ama, todo espiritualidad y entrega en todos los sentidos ese que dijo que, “de mujer, pues puede ser/ que mueras de su mordida/ pero no empañes tu vida/ hablando mal de mujer.

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