José
Martí
Autor:
Herman Norman
En Cuba el tema de los amores de José Martí es algo que levanta polémicas
entre entendidos y gente de pueblo que solo conocen al Maestro por lo mucho que
su vida y su legado se difunde en el país.
Poeta, romántico, soñador, apasionado, creció
con la rima en mente y luego las imágenes superaron aquel encabalgamiento para
regalarnos aquellos versos rebeldes nacidos del alma (Versos Libres), sin
rimas, tocando todas las tonalidades espirituales de un hombre que se
multiplica entre el deber político y social y el brote inevitable de sus años.
Ya desde Cuba, aún muy joven, se habla de
aquel amor platónico por la Micaela de su maestro Mendive, que se hizo enterrar
con sus cartas y sus versos; en España joven y rebelde goza de un amor adultero
que condenó por ética pero que vivió
como hombre, le tocó vivir siempre seguido con un aura sutil de la infidelidad.
Luego fue Blanca de Montalvo, la zaragozana
que hizo estallar la “breve flor de su vida”, el deslumbramiento bohemio en el
México decimonónico, veinteañero aún, y exitoso en ese mundo intelectual pre
modernista que lo hizo amar, sufrir desdenes, para caer luego prenda por una
mujer de carácter, Carmen Zayas Bazán Heredia, la cubana que lo hace olvidar
sus aventuras de camerinos y esquelas fortuitas, y por vez primera lo
compromete al matrimonio, como ideal del amor y la tranquilidad familiar.
Novio aún de Carmen va a Guatemala y allí le
sale al paso la pasión hecha mujer, María García Granado, la adolescente que lo
ama sin condición y a quien entregó los restos románticos de sus amores
insensatos (años después dirá lleno de despecho ante la huida de Carmen: “Y yo
que sacrifiqué a mi María”). Este nuevo amor platónico será el más conocido y
especulado, justo por el poema IX de “Versos Sencillos”, inmortalizador del
amor imposible de “la Niña de Guatemala”.
El ser político, consagrado y centrado llevará la tormenta al hogar soñado, y la
estoica Carmen reclama y espera por el hombre del hogar, no solo por el amoroso
esposo, sino por el asegurar del porvenir de su hijo.
En esa rivalidad de patria y hogar, Carmen
pierde y la ruptura vendrá luego de varios intentos por rehacer el hogar en
tierras extrañas (“Tu sabe que solo me faltó empeñar el vestido que tenía
puesto”, responderá al reproche del esposo).
Pero esta “alma trémula y sola”, que es Martí,
encuentra allá en las frías noches neoyorquinas, primero a una amiga que
comparte sus anhelos por la isla irredenta y sin medir ninguna justificación
lógica y con el sufrimiento como único resultado de lo prohibido, Carmen
Miyares terminará siendo el amor maduro de un hombre en la tormenta, sin que
puedan negarse otros escarceos, pasiones fortuitas que lo hacen leyenda entre
líneas de poemas y cartas.
Este es el hombre amante y que ama, todo
espiritualidad y entrega en todos los sentidos ese que dijo que, “de mujer,
pues puede ser/ que mueras de su mordida/ pero no empañes tu vida/ hablando mal
de mujer.
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