Las palmas, un símbolo de Cuba
Foto Pastor Batista
Con los años que tengo puedo permitirme un
poco de ego personal, eso de hablar de mis experiencias personales tanto en lo
cotidiano como en lo profesional, al fin y al cabo, si no lo hago yo no lo hará
otra persona.
Por mis lecturas recuerdo a alguien que dijo que cada ser humano
debería intentar dejar por escrito su paso por la vida, su modo de ver la vida
y ese legado que cada uno lleva, quiéralo o no.
Eso permitiría saber de la gente sin historia,
desde el punto de vista político y social, la gente que no gobernó a nadie,
pero tampoco hizo daño y que fue parte de esa masa amorfa que todos llamamos
pueblo.
Ese rostro de pueblo, indefinido pero real,
que los políticos y los líderes de opinión tratan de moldear en bien de sus
intereses personales y de algo tan abstracto como tan codiciado, que es el
poder.
Cuando se llega a la edad mía (63 años) se
comienza a hacer balance de la vida, algunos para lamentar lo no hecho, yo para
mirar mi obra, esa pequeña parcela de la vida en la que he labrado.
Soy pueblo, esa masa laboral, cambiante y decisiva
en la historia humana, la misma que pobló cada rincón de la tierra en busca del
bienestar y lo mejor para la horda, el clan, la familia, la tribu, el reino, la
polis, la república y después trasmitió sus experiencias para que otros crecieran y fueran felices al pie de la
hoguera o en el goce material de lo que te dio el trabajo y tu intelecto.
Soy también mundo y humanidad, aunque mañana
sea polvo de estrella, en otros estará lo aprendido por mí, lo que yo heredé de
los míos, sus sueños, sus miedos y la curiosidad eterna de saber qué hay más
allá.
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