viernes, 3 de mayo de 2019

MARTI NO ES DE LA RAZA VENDIBLE





 Autor: Miguel Díaz Salinero

Su regreso a La Habana

Corta fue la estancia de José Martí en la ciudad de La Habana tras su regreso a la misma en agosto de 1878 cuando terminada la Guerra de los Diez Años, la “Paz del Zanjón” permite a los deportados políticos el regreso a la isla. Esta no fue en principio la primera idea de Martí, según escribe a Mercado no quiere regresar a un país donde se le haría imposible vivir en cuanto conocieran cuáles eran sus ideales políticos.
  Desde el punto de vista político el ambiente habanero está saturado de las esperanzas de autonomía que  prometió España tras el término de la guerra, muchos en el país, principalmente intelectuales y personas  con intereses económicos que proteger, cifran sus augurios en la posibilidad de lograr para la isla un estatus similar a las provincias de la península, para lo cual crearon con la aprobación de la metrópoli el Partido Autonomista, al que se afiliaron de buena fe muchos cubanos.
 Pese a este ambiente reformista que encuentra en la ciudad, el Martí que regresa, es un hombre convencido de que España no hará concesiones a los cubanos y que el logro de los anhelos nacionales pasaban por la conquista de la independencia.
 La presencia de José Martí en La Habana trae aparejados nuevos compromisos para el joven patriota, la ciudad parecía indiferente a los males de la nación en aquel verano de 1878 cuando el vapor Nuevo Barcelona proveniente de Honduras los deja en el puerto habanero.
 José Martí escéptico en cuanto a estas esperanzas de reformas, mantuvo frente a la mayoría reformista su punto de vista independentista, conocedor de que las autoridades españolas jamás consentirían en darle la libertad a la colonia de la sacaban grandes ganancias.
 La presencia de José Martí en la ciudad fue muy bien acogida por sus coterráneos y principalmente por los grupos intelectuales criollos agrupados en los Liceos de Guanabacoa y de Regla, que lo hicieron miembro de ambas instituciones en las que tuvo una activa participación cultural.
 En el Liceo de Guanabacoa José Martí llegó a ser miembro de la directiva como secretario de la Sección de Literatura, que organiza las conocidas discusiones científico literarias sobre diversos temas en los cuales participó Martí.
 Otras oportunidades tuvo el Apóstol para el lucimiento de su oratoria erudita al hablar en el homenaje que el Liceo de Guanabacoa le ofreció al músico cubano Rafael Díaz Albertini. En sus palabras Martí resalta sus valores como artista y su pertenencia a una cultura forjada en esta tierra y de la cual se manifiesta orgulloso.  Esas  palabras marcaron una reacción airada del Capitán General de la Isla, Ramón Blanco,  a quien se le atribuye las siguientes palabras:
“Quiero no recordar lo que he oído y no concebí que se dijera delante de mí, representante del gobierno español. Voy a pensar que Martí es un loco, pero un loco peligroso”
 En otras ocasiones las palabras de Martí resonaron en el Liceo de Guanabacoa, una de ellas para rendir homenaje al poeta Alfredo Torroella, como él desterrado, que enfermo añoraba venir a la patria para morir en su suelo natal, hecho que no dejó de resaltar el joven ponente con un marcado sentido del amor a la tierra en la que se nace y los anhelos de redención que para ella quieren sus hijos.
  Fuerte es el vínculo de Martí con esta institución en la que fue presencia obligada, participando en sus tertulias y veladas, leyendo sus poemas, dando su criterio y cultivando la amistad de aquella buena gente que recordará siempre al apasionado joven preocupado por los problemas de Cuba.
 De igual índole fueron sus lazos con el Liceo de  Regla desde su fundación. Inaugurado el 10 de octubre de 1878, José Martí fue invitado a decir las palabras centrales de esa velada, que estaba evidentemente dirigida a conmemorar el décimo aniversario del alzamiento de los cubanos contra el dominio colonial. Su discurso dejó huellas entre los que presenciaron el acto, eran palabras mesuradas, llenas de símiles y recuerdos, guiadas a exaltar los valores culturales y patrióticos de los nacidos en esta tierra, hecho que le gana la simpatía de los gestores culturales de la idea, que muy pronto lo hicieron socio de la nueva institución como miembro de su Sección de Instrucción.
 Si el acercamiento de José Martí a estas instituciones, en las que permanecía vivo el ímpetu nacional, fue un modo importante para mantenerse vinculado a su pueblo; no lo es menos su constante presencia en la vida intelectual de la ciudad, invitado a tertulias, mítines, banquetes, reuniones literarias o simplemente invitado por las instituciones culturales.
 Es muy conocida su participación en el banquete en honor al periodista cubano Adolfo Márquez Sterling en el Hotel Inglaterra en el que argumenta su brindis por el amigo, el cubano, pero no por las ideas autonomistas en las que no creía.
 Se ha escrito mucho sobre sus esfuerzos por establecerse en la ciudad, ganarse la vida haciendo lo que había aprendido: trabajando en el magisterio o como abogado, carreras que había cursado en España, pero que sus necesidades económicas no le habían permitido comprar los títulos correspondientes. Basadas en estas carencias de títulos las autoridades de la isla le impidieron trabajar en algunas de estas carreras, haciéndole más difícil la estancia en La Habana.
 El fin último de las autoridades coloniales españolas era obligarlo a salir de Cuba ante el agobio económico que vivía; era un “peligroso” independentista que no desaprovechaba ocasión para dejar bien claro cuál es su criterio sobre el status colonial cubano y qué esperaba de sus compatriotas, muchos de ellos ilusionados por las promesas de autonomía para Cuba.
 Se sabe vigilado y su paso por la ciudad se mide por sus vínculos con otros separatistas, que lo invitan a reuniones e intercambian criterios que van forjando una comunidad de intereses en favor de la libertad de Cuba.
 Decidido y valiente se une al movimiento conspirativo que sucede al alzamiento de los orientales en agosto de 1879, en lo que la Historia de Cuba recoge como “La Guerra Chiquita”.
 Forma parte de la directiva conspirativa en La Habana y ante el evidente desafío las autoridades españolas deciden detenerlo el 17 de septiembre de 1879. Encarcelado recibe propuestas de las autoridades para hacer una pública dejación de sus ideas a cambio de su permanencia en el país, pero su intransigente respuesta de que “Martí no es de la raza vendible”, corta todo intento de entendimiento y finalmente es deportado a España.
  Muchos amigos acuden al muelle a despedir al rebelde joven, tiene 26 años, en su alma aprietan fuerte las penas de hombre: atrás quedan su esposa y su hijo, con menos de un año; sus padres sufren de nuevo al verlo detenido y desterrado y su pueblo de nuevo movido a la noble idea de ser libre y a quien el futuro no se le presenta nada favorable por las divisiones internas, las esperanzas de los autonomistas y el cansancio natural tras diez largos años de guerra. Para él la decisión es ya una convicción: Cuba debe ser libre.


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