Enrique José Varona, es
una de las grandes mentes de la cultura cubana, filósofo positivista destacan
sus esfuerzos por reformar la educación en Cuba principalmente en el período de
la ocupación de los Estados Unidos, durante el cual sus propuestas para la
enseñanza superior, modernizó la universidad cubana y sentó las bases para su
posterior crecimiento.
Varona fue también un patriota cubano,
convencido independentista, librepensador y figura que jugó un importante rol
de promoción de las ideas de José Martí, a quien sustituyó en la dirección del periódico
“Patria” tras la muerte del Apóstol.
Transcribimos a continuación un breve artículo
aparecido en la revista cubana “Bohemia” en el que Varona caracteriza la vida y
la obra de José Martí en una época en que su figura era venerada, pero
poco entendida y muchas veces temida por
los sectores reformistas y anexionistas, que sobrevivían a la sombra de la
“República Mediatizada”:
«Grande
en la vida y en la muerte, heroico en el aspirar y en el ejecutar, así fue
Martí. Ayer se le miraba como un conjunto de raras y contrapuestas cualidades.
Hoy, a nuestros ojos asombrados y entristecidos, su vida nos parece hecha de un
solo bloque de indestructible granito. Martí fue un hombre tipo. Uno, por la
fijeza de su idea, dos, por la firmeza de su carácter. Todo lo inmoló por esa
idea, que no era otra que la redención de un pueblo. El artista exquisito
olvidó su arte, el hombre apasionado sus afectos. Martí se desposeyó de sí
mismo por completo y por completo se dio a Cuba. Demasiado sabía lo que cuesta esa
consagración. Más nunca se le vio vacilar. Aunque sus pies sangraran proseguía
su camino; aunque desgarraran sus oídos los silbidos y los insultos, continuaba
mirando hacia delante.
«
¿Qué obstáculo podía detenerlo? ¿Qué riesgo amedrentarlo? Sabía él que la
mirada de Cuba lo seguía, y estaba dispuesto a merecer esa preferencia, para
enseñar a los otros a merecerla. Sabía más, sabía que iba a la muerte, lo
presintió, lo profetizó. Pero, ¿qué le era la muerte, si lo que él quería era
dar vida a un pueblo? Para que resplandeciera en lo más alto la pureza de su
corazón, sería quizás necesario que una bala enemiga lo traspasara. No
importaba. Él iría a desafiar la bala enemiga. Pero entonces sus enemigos, que
eran los enemigos de Cuba, tendrían que callar avergonzados; y este silencio
sería el principio del triunfo de Cuba. El no lo presenciaría, no disfrutaría
de sus beneficios. Tampoco importaba si ya su obra estaba realizada, y Cuba
recogía el fruto glorioso y sangriento.
«
¿Cabe mayor grandeza de alma? No, no hay vida más digna de admiración que la
del patriota cubano José Martí. Sus amigos íntimos lo reconocían, cuando le
daban el noble y cariñoso título de maestro. Los cubanos todos lo reconocemos,
cuando lo veneramos con el nombre insigne de mártir. Fue maestro que enseñó
doctrinas de libertad, lecciones de concordia, ejemplos de dignidad moral. Y
por su vida de abnegación y por su muerte heroica ha merecido que se sintetice
su carrera en la palabra gloriosa, que pone un nimbo resplandeciente en torno
de unos cuantos grandes nombres, en la que inmortaliza a los Prometeos,
clavados en su roca, y a los Cristos, clavados en su cruz, la palabra
SACRIFICIO.»[1]
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