Autor: Raúl Martínez
Con
los pobres de la tierra quiero yo mí suerte echar
José
Martí
La palabra
de los tiempos es bueno dejarla añejar y volver a ellas cuando parece
que no tenemos ya qué decir, cómo decir o
cuándo decir, eso es lo que pasa por mi mente cuando la humanidad toda parece estar de
vigilia para encontrar la justicia, impedir que nos roben el futuro y tratar de
poner un poco de orden y equidad en un
mundo que tiene muy poco de ellas para los trabajan y se esfuerzan por
prosperar, sacar adelante una familia y ser sencillamente seres humanos plenos.
Escuchemos la palabra de los tiempos, estas la
del cubano sagaz y sensible que vivió allá en Nueva York hace más de 130
años, que nos deja unas palabras que se replican
y tienen vigencia en este mundo contemporáneo nuestro.
Defiende
y admira a los verdaderos creadores de riqueza, los hombres y mujeres de
trabajo, los que, como siempre, ante el rejuego de bolsa o apuestas financieras
son los primeros en perder, escuchemos:
“¡Qué ejército, qué ejército el que el 2 de
Septiembre de este año paseó sus formidables escuadras por las calles más
concurridas de Nueva York! ¡qué hermosura, qué aseo, qué grandeza! ¡Veinte mil
eran, hombres y mujeres! Antaño con poner un rey la mano sobre el hombro de un
calientachismes de palacio, o un cercenador de hombres, o un guardador de la
puerta por donde entraba a robar placeres la Majestad, ya lo hacía
caballero: ogaño, ver a estas gentes humildes, a estos pobres alegres, a estos
viejos honrados, a estas mujeres enfermizas, a estos creadores de sí propios,
es como recibir un titulo más decoroso y limpio de nobleza: “Hombre de
trabajo”, dijo el Creador: y le puso en los labios la palabra, y entre el
cabello y los ojos un cintillo de luz: desde entonces, ni ser duque, ni
marqués, ni conde, ni vizconde, ni barón, es ser más que hombre: ¿cómo el que
hereda una fortuna ha de ser más noble que el que la fomenta? ¿Cómo el que vive
a espaldas de los suyos, o al amparo de castas favorecidas, ha de merecer más
respeto que el que forcejea por abrirse paso en la tierra difícil, con la
pesadumbre del desdén humano encima, abandonado a sus esfuerzos propios?
Gusanos me parecen todos esos despreciadores de los pobres: si se les levantan
los músculos del pecho, y se mira debajo, de seguro que se ve el gusano.”[1]
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