José Martí, 1891
Autor Norman Herman
Esta carta de José Martí
debería ser lectura fija de todo el que gobierna u ostenta un poder en nuestro
país, pero también para sus ciudadanos a veces tan ocupados en sobrevivir que
delegamos nuestros derechos a otros con muchos méritos pero que no tienen
varitas mágicas, ni toda la verdad en sus manos.
El pueblo, el soberano, el famoso DEMOS de la
Grecia clásica delega demasiado porque en llenar la panza y resolver los
problemas del día a día se van sus preocupaciones, estamos llamados a opinar, a
“legislar” hagámoslo, con responsabilidad individual, que el futuro se decide
hoy, pienselo:
New York, 20 de octubre de 1884
Señor General Máximo Gómez
New York
Distinguido General y amigo:
Salí en la mañana del sábado de la casa de Vd. con una impresión tan
penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que
ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera Tachado de una ofuscación
pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás
atacadas,--sino obra de meditación madura. .- ¡qué pena me da tener que decir
estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen
cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande!-Pero hay algo que
está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de
toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en
un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi
tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto
que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de
desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecida por la
idea encarnada en él, y !legitimado por el triunfo. Un pueblo no se funda, General, como se manda
un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una
revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo
sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que
han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia,
sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer
servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los
propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados
que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las
libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean
mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y
modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un
pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo
en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo,
para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en una empresa, la
fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?-Si la
guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es
porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace
necesaria: y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar,
en todo acto público y privado, el más profundo respeto-porque tal como es
admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se
vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de
poder, aunque por ellas exponga la vida.-El dar la vida sólo constituye un
derecho cuando se la da desinteresadamente.
Ya lo veo a Vd. afligido, porque
entiendo que Vd. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de veras,
que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro, es el único
modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la mayor sinceridad se pueden
cometer los más grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda
consideración de orden secundario, la verdad adusta, que no debe conocer
amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su puesto
las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado que no tengan
remedio. Domine Vd., General, esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y
disgusto con que oí un importuno arranque de Vd. y una curiosa conversación que
provocó a propósito de él el General Maceo, en la que quiso,-¡locura
mayor!-darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una
propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin
cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y
ciegamente en sus manos. ¡No: no, por Dios! :-¡pretender sofocar el pensamiento,
aun antes de verse, como se verán Vd. Mañana, al frente de un pueblo
entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de
nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con
mayor desprendimiento e inteligencia.
A una guerra, emprendida en
obediencia a los mandatos del país, en consulta con los representantes de sus
intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda
lograrse; a una guerra así, que venía yo creyendo-porque así se la pinté en una
carta mía de hace tres años que tuvo de Vd. hermosa respuesta,-que era la que Vd.
ahora se ofrecía a dirigir;-a una guerra así el alma entera he dado, porque
ella salvará a mi pueblo;-pero a lo que en aquella conversación se me dio a
entender, a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna,
en que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las
ideas gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una
empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite,
que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja,
para
atraerse las personas o los elementos que puedan ser de utilidad en un
sentido u otro; a una carrera de armas por más que fuese brillante y grandiosa;
y haya de .ir coronada por el éxito, y sea personalmente honrado el que la
capitanee;-a una campaña que no dé desde su primer acto vivo, desde sus
primeros movimientos de preparación, muestras de que se la intenta como un
servicio al país, y no como una invasión despótica;-a una tentativa armada que
no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida, del propósito de poner
a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades
públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines, cualesquiera que sean su
magnitud y condiciones de éxito-y no se me oculta que tendría hoy muchas-no
prestaré yo jamás mí apoyo-valga mi apoyo lo que valga,- y yo sé que él que
viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso oro
puro,-yo no se lo prestaré jamás. ¿Cómo, General, emprender misiones, atraerme
afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar
voluntades, con estos miedos y dudas en el alma?-Desisto, pues, de todos los
trabajos activos que había comenzado a echar sobre mis hombros. Y no me tenga a
mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y
merece Vd. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Vd.-y puede no
llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la
mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería
la mayor ignominia. Es verdad, General, que desde Honduras me habían dicho que
alrededor de Vd. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que Vd. lo
sintiese, su corazón sencillo, que se aprovechaban de sus bondades, sus
impresiones y sus hábitos para apartar a Vd. de cuantos hallase en su camino
que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los
obstáculos que se fueran ofreciendo-a un engrandecimiento a que tiene Vd.
derechos naturales. Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para
andar husmeando intrigas ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo
no sirvo más que al deber, y con éste seré siempre bastante poderoso.
¿Se ha acercado a Vd. alguien, General, con un afecto más caluroso que
aquel con que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi? ¿Ha
sentido Vd. en muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en
mi vida, si necesitase yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer
ambicioncillas femeniles de hoy o esperanzas de mañana?
Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,-a
Vd., lleno de méritos, creo que lo quiero:-a la guerra que en estos instantes
me parece que, por error de forma acaso, está Vd. representando,-no:-
Queda estimándole y sirviéndole
José Martí
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