Las
dos figuras más sobresalientes en la pintura de esta etapa fueron, Armando
Menocal y Leopoldo Romañach, pintores formados a fines del siglo XIX, cuyo
quehacer artístico influirá fuertemente en este período y se adentrarían,
aunque con menor fuerza, en décadas posteriores. Ellos representan el
romanticismo decimonónico enraizado en Cuba.
Armando Menocal es el más apegado a la
academia, combatiente del Ejército Libertador Cubano, se hizo durante la
República pintor de temas históricos, basándose en sus apuntes y dibujos hechos
durante la guerra o que le fueron contado posteriormente. En la época de
bonanza económica de la Danza
de los Millones, fue casi el “pintor oficial de la República” recibiendo
encargos del gobierno y de figuras importantes de la sociedad habanera. Son muy
conocidas sus pinturas alegóricas para el Palacio Presidencial, la Universidad de La
Habana y la Casa Quinta
de Rosalía Abreu, entre otras. Para el Palacio pintó la alegoría de la República en el techo
del Salón de los Espejos y “La toma de Guimaro” (1918). Para la Universidad pintó grandes
paneles simbólicos en el Aula Magna (1906) y para Rosalía Abreu pintó “Combate
de Coliseo” y “La toma de la Loma
de San Juan”.
Dentro de esta temática histórica Menocal creó
su famoso cuadro, “La Muerte
de Antonio Maceo” (1906), que se conserva en el Palacio de los Capitanes
Generales, obra pintada con minuciosidad de historiador pero carente de vida y
emoción por el estatismo de las figuras. El detalle les robo el alma a aquellas
figuras. En el retrato encontró Menocal desarrolla oficio y profesionalidad,
era el pintor de moda y con su pincel perpetua a innumerables personalidades
políticas, intelectuales, científicas o personajes sociales.
Entre sus retratos destacan el de Enrique José
Varona, de impecable factura y colorido, el de José Martí elogiado por la madre
de este por la fidelidad lograda a partir de un fotografía y el retrato de
Dulce María Borrero, en la que queda recogido el carácter y la expresión de su
rostro, todo un símbolo de la mujer de sociedad en la época.
En cuanto al paisaje su trabajo no fue menos
meritorio poniendo énfasis en la calidad de su técnica, de pocas variables,
aunque puede reconocerse cierta tendencia impresionista en el tratamiento y la
pincelada en algunos de sus paisajes.
Como profesor de San Alejandro y luego como
director del centro, desde 1927, contribuyó a difundir una técnica de pintura
desfasada y fría, pero que se continuó haciendo durante largos años en Cuba
bajo la influencia de esta escuela y estos maestros.
Leopoldo Romañach (1862-1951) es el otro gran
pintor del período republicano, apegado a su línea del romanticismo de
academia, mostrando habilidad en su oficio y una sensibilidad que encuentra sus
mejores momentos en sus paisajes cubanos y en los retratos.
El paisaje de Romañach capta la luz de Cuba
utilizando en este período las maneras atenuadas del impresionismo español de
Sorolla, principalmente en sus marinas.
Su magisterio en San Alejandro fue
importantísimo formando alumnos que siguieron sus huellas, otros que
encontrarían su estilo en las escuelas europeas y un tercer grupo que asimila
las corrientes de las vanguardias para revolucionar la pintura cubana.
La formación europea de muchos de los alumnos
de la Academia
de San Alejandro consolida en ellos la
impronta academicista, sin encontrase con las nuevas tendencias pictóricas que
están presente en esos países, principalmente en Francia, ellos buscan los
grandes temas naturalistas, las escenas de aldeas italianas, los paisajes
exóticos, el ambiente bucólico o la simbología de una cultura clásica que le
sale al paso. Entre los pintores cubanos becados en Europa se destacan: Manuel
Vega, Ramón Loy, Antonio Rodríguez Morey, Enrique Crucet, Manuel Mantilla,
Esteban Valderrama, Esteban Doménech, Mariano Miguel, Domingo Ramos, Luisa Fernández
Morell, Josefa Lamarque, Enrique Caravia, Bencomo Mena y Armando Maribona,
entre otros. Para este grupo y otros no mencionados, los temas siguen siendo,
el paisaje, los retratos y la escenas épicas.
Se habla de una tendencia impresionista tardía
en la pintura cubana de esta etapa, se produce principalmente entre los
pintores de este grupo, que la conocieron durante sus estudios en Europa. Pero
sus características fundamentales están dadas por un impresionismo de técnica,
dejando a un lado las sensaciones que el paisaje deja en sus pupilas y que
hicieron de esta escuela impresionista un momento de cambio radical en la
creación y percepción de la pintura.
A este grupo de “impresionistas” cubanos los
une el apego al paisaje, el uso de los colores puros, con una pintura de
agradable colorido, pero superficial, con cierta dureza en las líneas de
contorno de las figuras por la difícil convivencia de estas con los juegos de
la luz, motivado por cierta preocupación de los impresionistas cubanos por el dibujo
en detrimento de la frescura y ligereza de las vibraciones y tonalidades de los
reflejos cromáticos.
En este grupo se destacan, Esteban Doménech,
Mariano Miguel, Valderrama, Ramón Loy, Domingo Ramos, Enrique Caravia, Enrique García
Cabrera, Bencomo Mena, Luisa Fernández y María Josefa Lamarque. Este grupo ha
captado numerosos paisajes cubanos famosos, («Valle de Viñales» de Domingo Ramos) y personajes
populares de la isla, lo que unido a su técnica le garantizó una relativa aceptación
en el reducido mercado de arte nacional. Con posterioridad a este período se
extendió esta influencia tardía del impresionismo superficial en algunos
pintores con clientela de encargo.
Uno de estos pintores fue Esteban Valderrama,
becado en España y Francia donde perfecciona sus aptitudes. Alcanza premios
importantes, como el otorgado por la Academia de Artes y letras de Cuba, por su tríptico
«Fundamental» (1917), acerca de costumbres campesinas; la Medalla de Oro en Sevilla
por su cuadro «Campesinos Cubanos» y algunos más en exposiciones posteriores.
Valderrama se destaca en la pintura histórica,
donde al proyectar su obra se convierte en un documentalista histórico, al
copiar la realidad en sus mínimos detalles, bien elaborada, pero carente de
emoción, frenada su mano y su imaginación. En estos temas sobresale su cuadro «Muerte en Dos Ríos», la imagen más recurrida al ilustrar
este momento final de la vida del Apóstol, a pesar de que el quemó el cuadro
por las críticas que recibió en el momento de su presentación, quedaron las
fotografías y la leyenda.
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