miércoles, 20 de septiembre de 2017

PINTURA EN CUBA, LOS PRIMEROS AÑOS DE LA REPÚBLICA (1902-1925)




Las dos figuras más sobresalientes en la pintura de esta etapa fueron, Armando Menocal y Leopoldo Romañach, pintores formados a fines del siglo XIX, cuyo quehacer artístico influirá fuertemente en este período y se adentrarían, aunque con menor fuerza, en décadas posteriores. Ellos representan el romanticismo decimonónico enraizado en Cuba.

 Armando Menocal es el más apegado a la academia, combatiente del Ejército Libertador Cubano, se hizo durante la República pintor de temas históricos, basándose en sus apuntes y dibujos hechos durante la guerra o que le fueron contado posteriormente. En la época de bonanza económica de la Danza de los Millones, fue casi el “pintor oficial de la República” recibiendo encargos del gobierno y de figuras importantes de la sociedad habanera. Son muy conocidas sus pinturas alegóricas para el Palacio Presidencial, la Universidad de La Habana y la Casa Quinta de Rosalía Abreu, entre otras. Para el Palacio pintó la alegoría de la República en el techo del Salón de los Espejos y “La toma de Guimaro” (1918). Para la Universidad pintó grandes paneles simbólicos en el Aula Magna (1906) y para Rosalía Abreu pintó “Combate de Coliseo” y “La toma de la Loma de San Juan”.

 Dentro de esta temática histórica Menocal creó su famoso cuadro, “La Muerte de Antonio Maceo” (1906), que se conserva en el Palacio de los Capitanes Generales, obra pintada con minuciosidad de historiador pero carente de vida y emoción por el estatismo de las figuras. El detalle les robo el alma a aquellas figuras. En el retrato encontró Menocal desarrolla oficio y profesionalidad, era el pintor de moda y con su pincel perpetua a innumerables personalidades políticas, intelectuales, científicas o personajes sociales.

 Entre sus retratos destacan el de Enrique José Varona, de impecable factura y colorido, el de José Martí elogiado por la madre de este por la fidelidad lograda a partir de un fotografía y el retrato de Dulce María Borrero, en la que queda recogido el carácter y la expresión de su rostro, todo un símbolo de la mujer de sociedad en la época.

 En cuanto al paisaje su trabajo no fue menos meritorio poniendo énfasis en la calidad de su técnica, de pocas variables, aunque puede reconocerse cierta tendencia impresionista en el tratamiento y la pincelada en algunos de sus paisajes.

 Como profesor de San Alejandro y luego como director del centro, desde 1927, contribuyó a difundir una técnica de pintura desfasada y fría, pero que se continuó haciendo durante largos años en Cuba bajo la influencia de esta escuela y estos maestros.

 Leopoldo Romañach (1862-1951) es el otro gran pintor del período republicano, apegado a su línea del romanticismo de academia, mostrando habilidad en su oficio y una sensibilidad que encuentra sus mejores momentos en sus paisajes cubanos y en los retratos.

 El paisaje de Romañach capta la luz de Cuba utilizando en este período las maneras atenuadas del impresionismo español de Sorolla, principalmente en sus marinas.

 Su magisterio en San Alejandro fue importantísimo formando alumnos que siguieron sus huellas, otros que encontrarían su estilo en las escuelas europeas y un tercer grupo que asimila las corrientes de las vanguardias para revolucionar la pintura cubana.

 La formación europea de muchos de los alumnos de la Academia de San Alejandro   consolida en ellos la impronta academicista, sin encontrase con las nuevas tendencias pictóricas que están presente en esos países, principalmente en Francia, ellos buscan los grandes temas naturalistas, las escenas de aldeas italianas, los paisajes exóticos, el ambiente bucólico o la simbología de una cultura clásica que le sale al paso. Entre los pintores cubanos becados en Europa se destacan: Manuel Vega, Ramón Loy, Antonio Rodríguez Morey, Enrique Crucet, Manuel Mantilla, Esteban Valderrama, Esteban Doménech, Mariano Miguel, Domingo Ramos, Luisa Fernández Morell, Josefa Lamarque, Enrique Caravia, Bencomo Mena y Armando Maribona, entre otros. Para este grupo y otros no mencionados, los temas siguen siendo, el paisaje, los retratos y la escenas épicas.

 Se habla de una tendencia impresionista tardía en la pintura cubana de esta etapa, se produce principalmente entre los pintores de este grupo, que la conocieron durante sus estudios en Europa. Pero sus características fundamentales están dadas por un impresionismo de técnica, dejando a un lado las sensaciones que el paisaje deja en sus pupilas y que hicieron de esta escuela impresionista un momento de cambio radical en la creación y percepción de la pintura.

 A este grupo de “impresionistas” cubanos los une el apego al paisaje, el uso de los colores puros, con una pintura de agradable colorido, pero superficial, con cierta dureza en las líneas de contorno de las figuras por la difícil convivencia de estas con los juegos de la luz, motivado por cierta preocupación de los impresionistas cubanos por el dibujo en detrimento de la frescura y ligereza de las vibraciones y tonalidades de los reflejos cromáticos.

 En este grupo se destacan, Esteban Doménech, Mariano Miguel, Valderrama, Ramón Loy, Domingo Ramos, Enrique Caravia, Enrique García Cabrera, Bencomo Mena, Luisa Fernández y María Josefa Lamarque. Este grupo ha captado numerosos paisajes cubanos famosos, («Valle de Viñales» de Domingo Ramos) y personajes populares de la isla, lo que unido a su técnica le garantizó una relativa aceptación en el reducido mercado de arte nacional. Con posterioridad a este período se extendió esta influencia tardía del impresionismo superficial en algunos pintores con clientela de encargo.

 Uno de estos pintores fue Esteban Valderrama, becado en España y Francia donde perfecciona sus aptitudes. Alcanza premios importantes, como el otorgado por la Academia de Artes y letras de Cuba, por su tríptico «Fundamental» (1917), acerca de costumbres campesinas; la Medalla de Oro en Sevilla por su cuadro «Campesinos Cubanos» y algunos más en exposiciones posteriores.

 Valderrama se destaca en la pintura histórica, donde al proyectar su obra se convierte en un documentalista histórico, al copiar la realidad en sus mínimos detalles, bien elaborada, pero carente de emoción, frenada su mano y su imaginación. En estos temas sobresale su cuadro «Muerte en Dos Ríos», la imagen más recurrida al ilustrar este momento final de la vida del Apóstol, a pesar de que el quemó el cuadro por las críticas que recibió en el momento de su presentación, quedaron las fotografías y la leyenda.

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