El rapto de las mulatas
Carlos Enríquez Gómez (1901-1957) es de los grandes
innovadores de las artes plásticas cubana, escogió el surrealismo como doctrina
estética aprendido en su estancia en París, pero lo adecua a su temperamento para devolverlo en una
interpretación personal.
Aplica en su obra una técnica colorista basada
en la ligera trasparencia dada por los tonos licuados y la coloración de sus
paisajes que recuerdas los paisajes del trópico pero con luz más apagada, como
al amanecer en estas latitudes. Sus temas están llenos de sensualidad y
sexualidad que él ejercitará con la misma intensidad que la luz de Cuba.
Carlos Enríquez es telúrico en su vida y en su
obra, acepta “(…) el caos y se mete deliberadamente en medio de él, para
transformarlo en un canto de exaltada sensualidad”[1]
En 1929 Carlos Enríquez organiza en la sociedad
femenina “Lyceum” una exposición de desnudos que escandalizó a las ricas socias
habaneras de la institución, que obligan a la directiva de la misma a retirar
la muestra, como ejemplo de desagravio y protesta Emilio Roig le ofrece el
espacio de su bufete para exponer las obras y en ese lugar las principales
figuras de la intelectualidad habanero acudió para admirar la obra del artista.
La obra pictórica de Carlos Enríquez conforman
lo él dio en llamar “el romancero criollo”, lleno de leyendas, escenas eróticas
y alegorías en medio del paisaje de exuberantes palmas, lomas y cielo azul,
todo con una atmósfera casi irreal. El mejor ejemplo de esta pintura es el
cuadro, “Rapto de las mulatas”
(1938) considerada su obra maestra. En estas pinturas rebeldes e irreverentes son evidentes sus
inquietudes sociales y la denuncia a la situación del campesino cubano que el
plasma magistralmente en su irónico cuadro, “Campesinos felices”.
Para mi gusto personal prefiero su cuadro “Dos Ríos” en la que un Martí
inmaterial cae en brazo de la patria en su instante supremo de sacrificio. Son
tres cuadros que marcan pauta en la historia de la pintura cubana
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