"Ojos de América" Autor:Lorenzo Santos
Desde finales de año 1880 el joven José
Martí ya tenía decidido ir a Venezuela, nación que vivía un período de
renovación social y bonanza bajo el impulso del Septenio Liberal (1870-1877)
encabezado por Antonio Guzmán Blanco, caudillo progresista de una cultura
bastante amplia y admirador de la
Europa burguesa en cuyos resultados sociales y culturales se
basa para sus medidas de modernización y desarrollo. Gobernó en Venezuela desde
1870 hasta 1888 con períodos de larga estancia en Europa durante los cuales
gobernaron sus acólitos dirigidos a distancia por el “ilustre americano”, como
le gustaba a Guzmán Blanco que lo llamaran.
Durante su largo mandato el presidente venezolano supo ganarse el apoyo, tanto de
liberales, a quienes benefició con su política económica, como a los
conservadores, que pudieron sobrevivir e incluso expandir sus riquezas, bajo el
manto de un estado estable y con una economía en alza bajo el signo del
liberalismo, aunque en realidad las libertades proclamadas en la Constitución de los
Estados Unidos de Venezuela eran aplicadas a discreción y conveniencia del
gobernante. Si alguna radicalización hubo en la Venezuela de Guzmán
Blanco está dada por la aplicación de reformas anticlericales que debilitaron a
la oligarquía de sotanas.
Pero
la base de su poder estaba en el ejército, organización a la que supo ganarse
con amplias prebendas y privilegios que los mantuvo fieles a su régimen.
Bajo
su gobierno se introducen en el país mejoras en el sistema educacional, que se
hizo gratuito y obligatorio en la enseñanza primaria; se mejoran las
comunicaciones del país, desarrollando una red de ferrocarriles, puertos y
carreteras que beneficiaron a la
economía agraria venezolana.
Junto a estos positivos logros del gobierno de
Guzmán Blanco están presentes las características de un régimen dictatorial que
no permite la oposición. Fue implacable con sus enemigos políticos, a quienes
desaparecía o deportaba sin dejar de invocar la Constitución de 1864.
Venezuela no fue la excepción del resto de los
países de América Latina, su historia en la segunda mitad del siglo XIX fue el
enfrentamiento entre los conservadores terratenientes y los liberales de la
incipiente burguesía, por garantizar los fueros de la libertades individuales
que les permitiera su desarrollo como clase. Esto unido a la influencia
injerencista de las potencias extranjeras empeñadas en mantener sometidas a las
jóvenes repúblicas hispanoamericanas.
Ante
José Martí, Venezuela se presentaba como la posibilidad más factible para
establecer en una nación hispanoamericana el modelo liberal como manera de
alcanzar los ideales de autoctonía y soluciones a problemas heredados de la
colonia. Esto no es ignorado por el cubano que tiene en el estudio del proceso
venezolano uno de sus objetivos en
tierra del Libertador.
El
20 de enero de 1881 llega al puerto de La Güaira
en el vapor Felicia, ese mismo día
se traslada a Caracas, trae cartas de recomendación para varias personalidades
y conocidos que se encargan de encaminar los pasos iniciales de José Martí.
A
ningún otro lugar llega Martí con mayores expectativas y respeto, Caracas es
para él, “Jerusalén de los sudamericanos, la cuna del continente libre, donde
Andrés Bello, un Virgilio, estudió; donde Bolívar, un Júpiter, nació”[1]
La
capital venezolana tenía fama de culta, Humboldt la había llamado inteligente y
hospitalaria y Martí la somete a su curiosidad de erudito. Nada escapa a sus
observaciones, costumbres, vestuarios, prácticas religiosas, estilo de vida,
todo le interesa y lo anota en su cuaderno de apuntes.
Caracas le agrada y le atrae tanto en lo
material como en lo espiritual, porque la ciudad ofrece al forastero el
incentivo de su refinamiento y de una inquietud intelectual poco usual en las
ciudades latinoamericanas de su época.
Teorodo Aldrey, Director del periódico
caraqueño “La Opinión Nacional”
lo invita a colaborar en su diario; Agustín Abeledo, le brinda la cátedra de
literatura en el Colegio Santa María y en el Colegio de Guillermo Tell Villegas
explica francés. La capital venezolana lo recibe con admiración y el 21 de
marzo, lo somete a su prueba de fuego con el homenaje que le brinda la
intelectualidad caraqueña en el Club de Comercio. Al hablar en ese acto Martí
dijo:
“(...) Así, armado de amor, vengo a ocupar mi puesto en este aire sagrado, cargado de las sales del mar libre y del espíritu
potente e inspirador de hombres egregios;-a pedir vengo a los hijos de Bolívar
un puesto en la milicia de la paz.” [2]
En Caracas se codeó con los mejores y más
sobresalientes intelectuales de Venezuela del momento: Juvenal Anzola, Gil
Fortoul, César Zumeta, Ramón Sifuentes, Gonzalo Picón, Andrés Alfonso, Eloy
Escobar, Cecilio Acosta y otros que se destacaron en el ámbito de las letras.
La obra cultural más importante de José Martí
fue la creación de la Revista
Venezolana de la cual salieron dos números
escritos casi íntegros por él.
Para el gobierno de Guzmán Blanco y sus
partidarios, Martí se hizo persona muy incómoda, por su manera de juzgar la
libertad de expresión, sin temor del parecer del presidente de la república y
por su amistad con Cecilio Acosta, intransigente fustigador del despotismo
reinante en Venezuela.
Al morir Cecilio Acosta, Martí escribe un
ensayo elogioso sobre el intelectual liberal en la Revista Venezolana y sus
palabras levantaron sospechas entre los personeros del régimen y los aduladores
del presidente:
“ Postvió y previó. Amo, supo y creó. Limpió de
obstáculos la vía. Puso luces. Vio por si mismo. Señaló nuevos rumbos. Lo
sedujo lo bello; lo enamoró lo perfecto, se consagró a lo útil (...) Tuvo
durante su vida a su servicio una gran fuerza, que es la de los niños: su
candor supremo (...) Su pluma siempre verde, como la de un ave del Paraíso,
tenía reflejos de cielo y punta blanda (...) Pudo pasearse, como quien pasea
con lo propio, con túnica de apóstol (...)” [3]
Aquel elogio determinó su salida de Venezuela,
pues Guzmán Blanco le hace llegar discretamente su voluntad de que abandone el
país, se cumplía la advertencia de su amigo venezolano Nicanor Bolet, quien
antes de salir de Nueva York le escribe:
“Mi patria señor Martí, no es un lugar a propósito
ahora para sus ideas. En Venezuela el éxito corruptor, con su mano enguantada
de oro, todo lo somete. Solo tiene voz el ditirambo en la literatura, la
denuncia en el periodismo y la loa bizantina en la tribuna”
No pedirá el joven disculpa para quedarse, a
pesar del brillante camino que se estaba labrando en Caracas, prefiere el
incierto regreso a la gris ciudad de Nueva York, pero no quiere marchar sin
dejar en claro entre sus amigos la disposición de colaborar en empresa grande
como es conocer y unir a la América Latina
de ahí su carta escrita un día antes de partir (27 de julio de 1881) y dirigida
a su amigo Fausto Teodoro Aldrey:
“A migo mío:
Mañana dejo a Venezuela y me
vuelvo camino de Nueva York. Con tal premura he resuelto este viaje, que ni el
tiempo me alcanza a estrechar, antes de irme, las manos nobles que en esta
ciudad se me han tendido, ni me es dable responder con la largueza y
reconocimiento que quisiera las generosas cartas, honrosas dedicatorias y
tiernas muestras de afecto que he recibido estos días últimos. Muy hidalgos
corazones he sentido latir en esta tierra; vehementemente pago sus cariños; sus
goces, me serán recreo; sus esperanzas, plácemes; sus penas, angustia; cuando
se tienen los ojos fijos en lo alto, ni zarzas ni guijarros distraen al
viajador en su camino: los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no
se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De América soy
hijo: a ella me debo. Y de la
América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente
me consagro, ésta es la cuna; ni hay para labios dulces, copa amarga; ni el
áspid muerde en pechos varoniles; ni de su cuna reniegan hijos fieles. Deme
Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo.”[4]
Saldrá de Venezuela el 28 de julio de 1881, a bordo del vapor
“Claudius” regresa a Estados Unidos, cargado de la experiencia breve e intensa
en la tierra de Bolívar, convencido de las posibilidades de desarrollo de la América Hispana y conocedor del
lastre que significaba para estas repúblicas la herencia colonial, presente en
la sociedad y en los prejuicios de su clase dominante. De todo ello advertirá
el cubano mayor.
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