Los últimos cinco años de la década del 30
parecían confirmar el desarrollo de la pintura cubana, pero la situación
política del país con su fuerte carga de represión al movimiento popular
progresista provoca un nuevo éxodo de artistas.
Por estos años el éxodo de aprendizaje de los
artistas cubanos se vuelve hacia México en el que se desarrolla el influyente
movimiento muralista, que tuvo su primera expresión en Cuba en 1937 con las creaciones
de sendos murales en la Escuela “José Miguel Gómez” y en la escuela Normal de
Santa Clara.
En La Habana un grupo de pintores escriben una
carta al rector de la Universidad de La Habana para que le autorizara la
creación en sus muros de murales que reflejaran las luchas sociales del pueblo
cubano y del estudiantado en particular. No hubo respuesta para una carta que
tenía entre sus firmantes a Víctor Manuel, José Hernández Cárdenas, Amelia
Peláez y Alberto Peña, entre otros.
Arístides Fernández Vásquez (1904-1934), es el
genio truncado de esta generación, escritor y pintor, crea en solitario una
obra que busca la cubanía en medio del caos de sus ideas reflejado en su dibujo
y su color. Su obra se caracteriza por la búsqueda que ya iba concretando una
forma propia en los últimos años de su vida, con una seguridad y armonía que
permiten suponer una maestría superior.
Amelia Peláez (1897-1969) ingresó en la
Academia de San Alejandro en 1916 comenzando a exponer en 1918 en los salones
Anuales de la Asociación de Pintores y Escultores. En 1924 sale de Cuba, pasa
por Nueva York y Francia. En París aprende las técnicas de las escuelas
modernas que allí se asentaban, principalmente la del cubismo cuya influencia
es evidente en su obra.
Antonio Gattorno Águila (1904-1980) es otro de
los pintores cubanos innovadores que hacen de la sencillez y la simplificación,
su razón de cambio. Estuvo también en París, pero su obra, a pesar de su gracia
y buen gusto no logra desprenderse del todo del lastre académico. Sus temas se
mueven en un ambiente rústico con tendencia al folklorismo tropical, incursionó
también en el retrato. A finales de la década del 30 se radica en los Estados
Unidos y abandona esta línea de trabajo sobre temas campesinos, para acogerse
al surrealismo con fuerte influencia de Salvador Dalí.
Alberto
Peña (Peñita) Araguren (1897- 1938) y Lorenzo Romero Aciaga (1905- ¿?),
trabajan los temas sociales. Alberto Peña, negro, con más deseo de pintar que
aptitudes, estuvo muy influenciado por el muralismo mexicano y sobresale en la
década del 30 por el tratamiento de la discriminación y las desigualdades.
Lorenzo tiene un compromiso social con la clase trabajadora en obras con cierta
influencia de Víctor Manuel.
Otros
pintores de relevancia en el período que se unieron a la línea de los
renovadores fueron: Jorge Arche (1905-1956), Domingo Ravenet (1905-1969),
Marcelo Pogolotti(1902-1988), Mirta Cerra (1904-1986) y Ramón Loy (1894-
1986), junto a otros más jóvenes que
alcanzan su plenitud en períodos posteriores, como son los casos de Wilfredo
Lam, Mariano Rodríguez y René Portocarrero.
. En febrero
de 1935 se realizó el Primer Salón Nacional de Pintura y Escultura en el que
expusieron tanto artistas de la academia como los vanguardistas. Allí estaban
Víctor Manuel, Abela, Amelia, Carlos Enríquez, Aristides Fernández, Fidelio
Ponce, Ravenet Arche Romero Arciaga, Hernández Cárdenas, Gabriel Castaño,
Alberto Peña, Domenech, Valderrama, Romañach y otros.
En 1937
se celebra la Primera Exposición de Arte Moderno, en el que exponen artistas
consagrados junto a figuras de nueva promoción, como Luis Martínez Pedro, René
Portocarrero y Ernesto González Puig.
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