Autor, Rafael Blanco Estera
Las artes plásticas cubanas
padecen en este primer período republicano (1902-1925) del mismo mal que
la sociedad cubana, la frustración y el
estancamiento y la mirada mimética hacia un pasado colonial cercano, aunque con destellos de genialidad y rebeldía en algunas
individualidades que romperán con el hacer de la academia decimonónica.
Los artistas plásticos cubanos en las
primeras décadas del siglo XX están influidos en su mayoría por el quehacer de
la Academia de San Alejandro en La Habana, en la que poco se ha cambiado en
este tránsito del decimonónico a la República. Los creadores están formados en
la técnica del realismo romántico, apegado a la copia del natural y ajeno a las
inquietudes estética que se producen en Europa, cuyos moldes más conservadores
imitan.
Los pintores cubanos de más
prestigio trabajan básicamente para una élite conservadora que encarga sobre
todo, retratos en poses prefijadas y cuando quieren decorar piensan en paisajes
bucólicos de corte europeo o cubanos idealizados.
La Academia de San Alejandro
continúa formando pintores de tendencia clásica, dirigida es esta época por el
cubano maestro Miguel Melero hasta su muerte en 1908. En el claustro de esta
escuela sobresalen reconocidos artistas como Armando Menocal y Leopoldo
Romañach, formadores de buena parte de los pintores de esta primera generación
republicana.
En 1905 el Ateneo de La Habana
organiza dos exposiciones de pintura francesa que impactaron el ambiente
artístico de la ciudad. Eran originales que abarcaba diversas tendencias,
aunque ninguno de la vanguardia plástica
que para esta fecha revolucionara la pintura francesa y mundial. Obras de Paul
Chabas, Gastón La Touché, Raffaelli y Jean Paul Laurens, entre otros eran los
exponentes que dejaron una apreciable huella en el público y los artistas de la
isla.
El gusto por lo bello y el
contacto directo con el arte francés, provoca un deseo de conocer más de cerca
los centros artísticos de Europa, un sacudimiento entre los artistas, la
intelectualidad y la élite consumidora, preocupados ahora por actualizarse con
los modos de la «Belle Epoque», lo
que trae consigo un mayor interés por el diseño, la publicidad y el dibujo. El
mismo Ateneo de La Habana apadrina las primeras exposiciones de dos artistas
cubanos relevantes: Rafael Blanco(1885-1955) y Conrado Massaguer(1889-1965),
quienes en 1912 exponen sus dibujos y caricaturas con símbolo del despertar de
los nuevos tiempos.
La Academia de San Alejandro en
un intento por mantener su predominio convoca, en el curso 1911-12, al Primer
Concurso por el Premio Nacional de pintura que se otorgaría a quien reflejara
de mejor manera el tema rural cubano. La escasa participación de obras, seis en
total, da la medida del fracaso del concurso, aparte del ceñido tema que
pretende alentar un malgastado tópico, el campo a través de la óptica
idealizada de la élite, que solo quiere ver recodo de montes con predominio del
palmar, arroyos murmuradores, bohíos idílicos y guajiros felices que juegan
gallos, cantan décima y aman a su mujer. El premio fue para Armando Menocal, el
pintor más representativo de esta pintura académica, oficial, clásica y bella
donde no cabe lo feos, ni lo inoportuno, su obra, “Amanecer en el sitio”. Al
año siguiente no se entregó el premio por el desinterés de los artistas.
El gobierno republicano creó en
1918, un reglamento para otorgar becas de estudios artísticos, estableciendo
que la misma se otorgaría por concurso de oposición. Estas becas eran por cinco
años y consistían en pensión de cien pesos mensuales mientras se estudiaba en
Madrid, Roma o París. Otras instituciones y organismo crearon becas con lo que
se creó una corriente regular de artistas de Cuba en Europa.
Otra secuela de este resurgir
estético en la isla fue la preocupación por crear en La Habana un Museo
Nacional que recopilara no solo las piezas de valor histórico, sino lo mejor de
la creación artística del país. La iniciativa parte del periodista Mario Giral
quien promueve la creación de esta institución desde las páginas del diario,
“La Lucha” en 1910. La idea se concreta el 23 de febrero de 1913 al crearse por
Decreto de la Secretaría de Instrucción Pública dicho museo que abrió sus
puertas el 23 de abril del propio año en una vieja casona colonial de La
Habana, teniendo como director al arquitecto Emilio Herrera.
El Museo se convirtió en un
almacén de algunas obras de arte, reliquias históricas y piezas de poco valor,
todas guardadas y catalogadas de acuerdo a los conocimientos museológicos de la
época, con muy poco apoyo oficial y una precariedad permanente que duró
décadas.
Otro estímulo para las artes
plásticas nacionales fue la creación de la Academia de Artes y Letras en 1910,
que acogía entre sus miembros a los mejores artistas e intelectuales del país y
valora lo mejor de la creación artística de acuerdo a los cánones del
academicismo predominante.
Entre tanto el número de
creadores plásticos crece, las inquietudes estéticas maduran al influjo de las
exposiciones, la llegada de artistas extranjeros a la isla, el estudio en
Europa de algunos pintores y escultores cubanos y la ampliación, aunque débil
del mercado del arte en Cuba. Este es el ambiente en el que surge en 1915 la
Asociación de Pintores y Escultores fundada por el pintor Federico Edelman
Pintó. Esta organización tenía como premisa la organización anual de un Salón
en el que expondrían los artistas cubanos y extranjeros de paso o radicados en
la isla, a modo de estimular la creación en pintura y escultura, ampliada poco
después a la caricatura.
Ese mismo año de 1915 se convocó
el primer Salón y a continuación el de los caricaturistas. El país acogió muy
bien la muestra, la prensa divulgó el acontecimiento y reprodujo reseñas y
críticas de forma asidua mientras duró la exposición, hecho que contribuyó a la
educación de un público y sienta las bases para los cambios que sufrirán las artes plásticas
cubanas en la década del veinte. En los salones de la Asociación junto a los
establecidos pintores del academicismo, expusieron figuras nuevas que
enriquecieron las artes plásticas cubanas: Rafael Blanco[1],
Conrado Massaguer, Víctor Manuel, Eduardo Abela, Juan José Sicre, Armando
Maribona y otros muchos que harían época en Cuba.
La Asociación aglutinó a un buen
número de artistas, muchos de ellos jóvenes; organizó clases nocturnas,
conferencias, (…) “valorizando la
polémica y logrando el desarrollo de una crítica severa, pero justa y sincera,
que fue orientando al público”[2]
De esta pintura Jorge Mañach
diría: “Un arte nuestro por la intención
crítica y por los asuntos (…) una pintura de un cubanismo temático.”[3]
[1] Estudia en la escuela San Alejandro. Participa en numerosos salones y
expone en el Ateneo de La
Habana y en la
Academia de Artes y Letras. En 1918 es pensionado por el
estado cubano para realizar estudios en Nueva York; posteriormente viaja a
México. Crítica aguda e intensa del contexto social, su amplia producción –que
abarca pintura, dibujo, dibujo humorístico y caricatura- se caracteriza por una
modernidad renovadora en los dos primeros decenios del siglo XX, por lo que se
considera una figura precursora del movimiento de arte nuevo que se desarrolla
a partir del segundo lustro de los años 20 en Cuba.
[2] Loló de la Torriente: “Imagen en
dos tiempos”. La Habana,
1982
[3] Jorge Mañach: “La pintura
en Cuba”. La Habana,
1924
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